Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Congresos católicos sobre nada


La Iglesia está políticamente desasistida. Los fieles, como tales, no tenemos ningún cobertizo en el que guarecernos cuando arrecia el temporal anticatólico o las tarascadas cristófobas o laicistas. ¿Es mejor así, quedando inermes frente al enemigo?

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Días atrás, del 13 al 15 de noviembre, se celebró el XVII congreso -¿ritual o rutinario?- Católicos y Vida Pública, en el campus de Montepríncipe (Alcorcón, Madrid) de la Universidad CEU-San Pablo, organizado, como es habitual, por la Fundación San Pablo-CEU, obra de la Asociación Católica de Propagandistas. El tema de este año ha sido Construir la democracia: responsabilidad y bien común.

Según es normal en estos cónclaves, ha sido notable la participación de catedráticos y profesores universitarios con ponencias de nivel más o menos estimable, aunque la lección de clausura de esta edición ha corrido a cargo de Carlos Herrera, radiofonista de la COPE, de cuyo buen hacer ante el micrófono nadie puede tener dudas, pero no sabía yo que fuese, además, un notorio politólogo. De lo que se entera uno leyendo la prensa.

Sea como fuere, el hecho cierto es que de estos congresos no ha salido nunca una sola iniciativa, un solo estudio, una sola propuesta que haya dado frutos en la “vida pública” real.

Otro hecho cierto es que, a pesar de estos congresos y de las numerosas exhortaciones de nuestros pastores, los católicos hemos sido eliminados de las instituciones democráticas de nuestro país. ¿Sólo de nuestro país? En todo caso aún quedan alcaldes o alcaldesas de municipios medianos o pequeños que podríamos considerarlos católicos en su vida privada, pero en las alturas no queda ya ni sombra de personas de fe. Marxistas hasta en la sopa, empezando por los podemitas. Masones más o menos disimulados, sospecho que a granel. Trepas de colores varios, sin principios ni creencias, a toneladas. Pero católicos a lo Jaime Mayor Oreja o Paco Vázquez, ni en pintura. Yo me pregunto, ¿no es un fenómeno lo suficientemente grave para dedicarle alguna atención, sea en estos congresos o en las facultades de humanidades de las universidades católicas?

La Iglesia está políticamente desasistida. Los fieles, como tales, no tenemos ningún cobertizo en el que guarecernos cuando arrecia el temporal anticatólico o las tarascadas cristófobas o laicistas. ¿Es mejor así, quedando inermes frente al enemigo? Porque el enemigo existe: no vamos a ser tan tontainas, en virtud del buenismo que desarma a las víctimas, de negar la evidencia.

Personalmente no tengo las ideas claras sobre la participación de los católicos en la política. En algún tiempo, durante el franquismo, estuve dedicado plenamente a la tarea, entonces ilegal, de redimir al mundo. ¿Recuerdas, Valero Erans, asiduo comentarista de estos artículos? Expuse mi familia a grandes riesgos y en compensación no recibí más que palos. Después, cuando vino la libertad, y vi lo que vi, lo que pudo ver todo el mundo, me sentí muy defraudado. Y profesionalmente estigmatizado, incluso por los “nuestros”, que de pronto descubrí que habían sido demócratas de toda la vida, aunque ciertamente lo disimularon muy bien en aquella situación en que ser demócrata era pecado. Y yo pasé de ser un rojo peligroso al que había que marginar, y me marginaron, a un facha incompatible con la progresía postconciliar. De nuevo repudiado.

Los obispos exhortan con frecuencia a los seglares para que nos “metamos” en política, pero ¿cómo? ¿con quién? ¿con qué programas? Hubo un tiempo en que la Democracia Cristiana venía a representar, allí donde existía, al pensamiento de la gente de Iglesia. Pero aquello pasó a mejor vida.

Ahora, ante la ausencia de un partido que pueda representar en la vida pública, aunque sea remotamente, el espíritu cristiano, han venido surgiendo, estos años atrás, pequeños partidos, sin posibilidades electorales, que han pretendido encarnar ese espíritu, pero desde una perspectiva nostálgica, en algún caso tan nostálgica que se remonta a las guerras carlistas.

Por lo general dicen apoyarse en la Doctrina Social de la Iglesia para exponer sus objetivos económicos, pero ¿saben de qué hablan? Hace poco compré un tomo sobre estudios de esta Doctrina “a la luz de la encíclica Caritas in Veritate, editado por AEDOS (Asociación para el Estudios de la Doctrina Social de la Iglesia) y publicado por la BAC (Biblioteca de Autores Cristinos). ¿Saben cuantas páginas tiene? “Sólo” 1.360. ¿Hay alguien que meta en un programa electoral un tocho de este calibre?

De cualquier modo, la Doctrina Social de la Iglesia no es una teoría económica, ni un programa de acción social, ni una filosofía antropológica. Luego ¿qué es? Eso me gustaría saber a mí. Puede que no más que normas moralistas, o buenos consejos de los Papas para que los hombres no cometamos demasiadas barrabasadas en nuestro actuar político, económico y social. Pero la política es mucho más que todo eso, u otras más cosas además de eso. Entonces, ¿qué hacen estos propagandistas con sus congresitos de andar por casa? ¡Con el enorme tajo que tenemos por delante para discernir qué debemos y qué podemos hacer, a fin de no terminar todos, Iglesia institucional y obispos incluidos, en el lazareto de los excluidos! Por necios e incapaces.
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