Jueves, 25 de abril de 2024

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Con la muerte al hombro

Con la muerte al hombro

por Un alma para el mundo

 CON LA MUERTE AL HOMBRO

                Así se titula la novela más conocida del escritor yeclano (Murcia) Castillo Puche. Describe el ambiente popular en torno al lúgubre acontecimiento diario de la muerte, con todas sus implicaciones humanas, a veces duras y trágicas.

                MARIA TABUYO. Del Grupo «Mujeres y Teología». Traductora. Toma este título para publicar un artículo sobre la muerte en la revista “Sal Terrae” en el año 1997. Traigo aquí alguno de sus párrafos.  Comienza con estas palabras de Blas de Otero:  «Tú y yo cogidos de la muerte, alegres, vamos subiendo por las mismas flores».

                Y la autora comienza así su trabajo: Cuentan que el poeta chino Li Po, gran amante de la vida, salió una noche en su barca y se detuvo, extasiado, en medio del lago a contemplar la luna, ebrio ya de vino y hermosura.

                Tanto la deseó que, cuando vio su imagen reflejada en el agua, se lanzó desnudo a  abrazarla. Así murió, feliz; para él la muerte no se oponía a la vida, ni pensaron sus amigos  que fuera aquél un final absurdo, aunque pueda parecerlo a tantos ojos occidentales, temerosos de la muerte y adoradores de la eficacia. Pero seguramente ni miedo ni eficacia  sean buenos aliados de la vida -uno de los nombres de Dios-, y poco nos ayudan -más bien  estorban- a la hora de pensar.

                Resulta difícil pensar la muerte, y más aún al Dios que la hace posible, quizá porque la  situamos al otro lado de la vida, contraria a la vida, imposible por tanto de conocer en carne propia. Conocemos las muertes ajenas, el dolor de la separación; sentimos que los muertos nos dejan, se van..., pero ¿a dónde? Y así, sin darnos cuenta, dejamos también que Dios se vaya: también él queda fuera de la muerte, a la espera, aunque sea una espera amorosa  que nos ofrezca la resurrección después. Pero por un instante, el instante mortal que aterroriza, Dios no está.

                Lejos de mí el deseo de suavizar o de trivializar la dureza del morir, que tanto sufrimiento  impone. Menos aún pretendo aferrarme a la imagen de ese Dios blando y sensiblero que tanto consuela y tan cobardes hace. Quizá sea siempre necesario luchar con Dios, con su imagen aprendida, como Jacob, con uñas y dientes, tal vez hasta la muerte, antes de conseguir la verdadera paz, la vida verdadera; antes de que se nos dé, como un vislumbre,  el significado luminoso de la muerte. Y para ello habremos de encontrar a Dios aquí y ahora, en medio de nosotros, en nuestro centro.

 

                Aquí está la clave para re cristianizar la muerte: encontrar a Dios aquí. Para muchos la muerte es una tragedia que trunca una vida que pensábamos eterna en la tierra. Para otros es un desgarrón inesperado, como si nadie se hubiera muerto antes. Para algunos –por desgracia van abundando- no es nada, se mata por intereses ideológicos, económicos, por venganza y despecho. Para otros la muerte es el paso a la Vida, y la esperan con serenidad, aunque cueste hacerse a la idea que algún, no muy tarde, hay que poner la palabra fin –como es las películas- a toda nuestra historia.

                La muerte siempre es un acontecimiento familiar y social, y también espiritual. Cada día mueren personas que conocíamos, que amábamos tal vez. Pero la vida sigue, y nosotros, los que aún quedamos aquí, vamos haciendo el camino que como diría el poeta, como un río va a desembocar al mar, que es el morir.

                La muerte, que siempre llevamos al hombro como el protagonista de la novela de Castillo Puche, algún día nos llevará de la mano al umbral de esa puerta que se llama eternidad. “Vivo porque no muero”, diría Santa Teresa de Jesús. O “muero porque no vivo” le gustaba decir a San Josemaría Escrivá. Sea como fuere, la muerte está siempre cerca de nosotros. ¡Ojalá sea nuestra buna amiga que nos hace pensar en la vida con más realidad y responsabilidad! Si es así, el paso a la eternidad será feliz.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com
 

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