Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Ganó el Gran Premio Católico de Literatura con un libro sobre San Francisco de Asís

Christian Bobin: «El Evangelio es dinamita, lo entendí pasando pruebas que me hicieron más esencial»

Christian Bobin, un escritor que encuentra en la vida, a pesar de sus sufrimientos y sinsabores, razones para la felicidad, y a Dios en ellas.
Christian Bobin, un escritor que encuentra en la vida, a pesar de sus sufrimientos y sinsabores, razones para la felicidad, y a Dios en ellas.

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Christian Bobin, poeta místico, nació en 1951 en Creusot (Borgoña), y allí vive, alejado del mundanal ruido, en el corazón de un bosque y, por lo tanto, en un hermoso entorno. Pasa sus días contemplando al hombre y la naturaleza, y cincela como un orfebre sus palabras para reflejar la realidad.

Va siendo cada vez más conocido en lengua española, con una edición muy diversificada: Autorretrato con radiador, Un simple vestido de fiesta, La presencia pura, Elogio de la nada, Resucitar...

¿Qué tipo de libros son? François Busnel los definía muy bien en L'Express: "Algunos libros se convierten inmediatamente en amigos. Son libros raros, a menudo ocultos en las estanterías de una librería o de una bilioteca. Los descubres por azar, o porque sí, o incluso porque un amigo que te quiere bien te los ha ofrecido. No son pesados tratados sobre la felicidad, no, no directamente, pero son libros que te hacen feliz. Hablan de la alegría, del gozo, del asombro, del maravillarse... de todo eso que hace que la vida sea hermosa a pesar de la pena, a pesar del dolor, a pesar de la idiotez ambiente, a pesar -también- de la muerte. Christian Bobin nos ofrece ese tipo de libros".

Uno de ellos, El bajísimo [Le Trés-Bas] (Gallimard), sobre San Francisco de Asís, recibió en 1993 el prestigioso Gran Premio Católico de Literatura, que desde su fundación en 1946 han ganado, entre otros, Raïssa Maritain, Claude Tresmontant, Henri de Lubac, André Frossard, Jean Delumeau, Jean Daujat, Jean Sevillia o Fabrice Hadjadj


El Bajísimo, en la perspectiva de esta obra de Christian Bobin, es Dios, que transforma casi en silencio el alma de San Francisco: "Ni Dios padre con sus tambores, ni el Altísimo con su voz de rayo. Sólo el Bajísimo que susurra al oído del durmiente, que habla como sólo él puede hablar: en voz muy baja. Un jirón de sueño. El piar de un gorrión. Y eso basta para que Francisco renuncie a sus conquistas y regrese a su país. Unas palabras llenas de sombra pueden cambiar la vida".

Ahora Bobin acaba de publicar Un bruit de balançoire [Un ruido de columpio], y con ese motivo le entrevista Cyril Lepeigneux para L'1visible. Habla como escribe, explica Lepeigneux, sin máscaras, lentamente, buscando la palabra justa. Un poeta espiritual y muy humano, siempre a la búsqueda de "un lenguaje que sea tan poderoso, tan fuerte, tan vibrante como un prado bajo el sol o un río".


Bobin es, para Le Point, "uno de los más grandes poetas de su generación". 

-Hay quien se pregunta para qué sirve la poesía…
-Y el amor, ¿para qué sirve? No hay cosas hermosas por un lado que deban ser protegidas, y cosas terribles por otro que haya que abandonar. Para mí, escribir es buscar todo lo que en nuestras vidas ha sido abandonado, descuidado, todo lo que el mundo deja, y volver a situarlo en un lugar privilegiado; es ir a rebuscar en lo que el mundo rechaza y encontrar oro.
 
-¿Sobre todo lo divino?
-No hago una separación entre lo humano y lo divino. Cuando lo humano del mundo disminuye o retrocede o se oscurece, entonces lo divino sigue el mismo camino. Lo divino es la presencia maximizada de alguien que está ante nosotros. Es la fraternidad, la bondad real de alguien. Es su inteligencia. Lo que yo llamo lo divino es la gracia de tener ante nosotros un humano que se asombra de la vida y que no la comprende, porque es incomprensible.
 
-¿Llegaremos a Dios si observamos, como usted, al hombre y contemplamos la naturaleza?
-Para ver a Dios basta mirar un rostro. Incluso el rostro de alguien perdido, de alguien violento es como un pequeño templo de carne. La dificultad con el nombre de Dios es que creemos demasiado rápidamente que sabemos de qué se trata, y nos precipitamos para hablar de ello de manera automática. En verdad, yo no sé que es Dios. Y las dos o tres cosas que sé de Él no son, absolutamente, un saber: es, más bien, un sentimiento, es decir, un presentimiento. Es una certeza, pero que no es dogmática.
 
-¿Qué más dice usted de Dios?
-Me uno a un gran pensador y poeta llamado Jean Grosjean, que ha definido lo indefinible, es decir, a Dios, escribiendo un día que Dios es la sima, el precipicio interior de cada uno que, curiosamente, empieza a iluminarse cuando hablamos así. Salimos de la representación del catecismo o de las imágenes pintarrajeadas… Es difícil explicar lo que esta vida tiene de divino… Ya sea en medio de un bosque o en un edificio de la periferia con ventanas tapiadas, hay algo de divino en el hecho de estar vivos. Me es tan difícil hablar de Dios como de la vida o de las suites para violonchelo de Bach… Puedo escucharlas y comprender algo. Pero es una comprensión que no puedo explicar.


Jean Grosjean (1912-2006), poeta y escritor, ex sacerdote, traductor de la Biblia.
 
-¿Sigue leyendo los Evangelios?
-Sí, de manera regular. Amo su increíble sencillez. Es la historia de un joven que vive escondido al mundo durante treinta y tres años. Y, de repente, rompe con esta gracia de lo cotidiano y eleva su vida con unas palabras que son, en el fondo, muy sencillas. Y que contienen siempre una fuerza explosiva. Lo que me asombra es lo poco original, lo común de estas palabras. Los evangelios se parecen a una pequeña escena que es, de hecho, la que nosotros vemos hoy en día. El fondo de lo humano, de lo divino, sigue siendo el mismo: te traiciono o no te traiciono. Confío en ti sin saber por qué, o no confío. No hay nada más actual que este libro. Y está adelantado a nuestras vidas porque habla, muy poco además, de resurrección.
 
-¿Algún pasaje preferido?
-Una frase que el pensador, filósofo y periodista Maurice Clavel hizo escribir sobre su tumba en Vézelay : "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños" (Lucas 10, 21). Regalaría muchas bibliotecas por una palabra como ésta.
 
-¿Por qué?
-¡Es una palabra revolucionaria! No son la escuela ni los diplomas los que nos dan la verdad sobre la vida. La verdad profunda y asombrosa de la vida es dada a cada uno, sobre todo a los más pobres, los más sencillos, considerados por el mundo demasiado débiles o idiotas. Los que no tienen nada en realidad lo tienen todo. Ellos saben exactamente, entre la carga y la gracia. Como cuando escuchamos a personas que han estado en la cárcel o que aparentemente no tienen instrucción: hablan como bolas de cañón, yendo a lo esencial.
 
-¿En qué momento se dio cuenta de que los evangelios eran como dinamita?
-Poco a poco. Atravesando algunas pruebas que me han hecho ser más esencial. Reflexionando con la ayuda de pensadores como Jean Grosjean.  Cuanto más me asombro por la vida, más me parece que se asemeja a lo que está escrito en el evangelio, en el que podemos encontrar de todo: asesinatos, gracia, libertad, ausencia, el peor sueño, el despertar absoluto… Este libro es como un espejo transparente entre nuestro tiempo y lo Eterno, entre nosotros y nosotros mismos.


"Lo que habla a nuestro corazón-niño es lo más profundo. Intento ir por ese camino. Sólo lo intento", reza la frase de cubierta del últio libro de Christian Bobin.

-¿Es usted feliz?
Cuando escribo, sí. Un instante de felicidad cuando trabajo y, después, mi sufrimiento de hombre. Le preguntaron a Matisse si creía en Dios y respondió rápidamente: "Sí, cuando sufro…". Estoy buscando, poco a poco, la sabiduría. Cayendo a veces, renqueando. Pero siento una confianza que no puedo explicar. Siempre la he tenido, pero tuve necesidad de que me fuera revelada.

Traducción de Helena Faccia Serrano.
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