Religión en Libertad

El corazón de san Francisco de Sales (2)

Por el dominico Pedro Fernández Rodríguez

San Francisco de Sales (1567-1622), el santo de la dulzura

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En esta situación, el párroco impostor de Ainay, parroquia a la que pertenecía el Monasterio de Belle Cour, reclamó ante el municipio la reliquia del Corazón de San Francisco de Sales en posesión de las monjas Salesas. El municipio, al conocer la existencia de un objeto tan valioso, intentó por todos los medios apropiárselo. Las religiosas, viendo el riesgo en que se encontraban de perder la reliquia, idearon con la ayuda del Señor J. M Servan, abogado General, (la M. Superiora lo nombra con el anagrama Navrès, apellido deletreado al revés), oficial del municipio, bienhechor y protector de la Comunidad y del clero legítimo en aquellas difíciles circunstancias, la estratagema de llevar el relicario de oro con el corazón al municipio, en el que se encontraba también el párroco ilegítimo de Ainay, esperando que le entregaran a él tan esperado tesoro. Advertidas las religiosas por el Señor Servan, él mismo las ayudó a huir con la reliquia antes de recibir el certificado de la entrega del relicario, abandonando éste en el municipio. Este buen señor fue coronado más tarde con la palma del martirio.

El problema ahora era ocultar la reliquia a la iglesia cismática y para ello la Superiora, M. María Jerónima Verot, responsable de la custodia de tan gran reliquia ante la Orden de la Visitación y ante la Iglesia Católica entera, después de colocar el corazón en una nueva teca de plata, mandada a hacer con urgencia, entregó el tesoro a la custodia de la madre de una educanda, de plena confianza, la Sra. María Lafond, perteneciente a una de las familias más respetables de la ciudad. Sólo la Madre Verot conocía dónde se encontraba la reliquia, de modo que las hermanas no se vieran en la dificultad de ocultar la verdad ante posibles nuevos interrogatorios. Además, la Madre Superiora dejó en manos de la señora depositaria del corazón de San Francisco de Sales una carta escrita por ella y rota irregularmente, de modo que ella sólo pudiera entregar la reliquia a la M. Superiora o a la persona por ella enviada que presentara la otra mitad de la carta. Inteligente estratagema que ayudó a proteger tal tesoro de la Orden de la Visitación.

El corazón de San Francisco de Sales en el Monasterio de la Visitación en Pinerolo (Turín).

El 2 de mayo de 1791 entregaron las religiosas en el municipio la declaración de sus bienes muebles e inmuebles, que ayudó a hacer el inventario de bienes y archivos del monasterio, hasta que el 28 de junio el ayuntamiento se apoderó de los títulos de posesión de la comunidad, vendiéndose todo en provecho de la nación, mientras se reconocía el derecho que tenían las religiosas a recibir una pensión anual, distinta según las categorías de hermanas corista, doméstica y externa.

Hay que reconocer que la devoción popular al Corazón de San Francisco de Sales no cesó, ni siquiera en los años de la revolución francesa, como se constató en el triduo habido los días 29-31 de enero de 1792 en honor del santo por su fiesta. Como los sacerdotes tenían prohibido entonces predicar, bajo pena de muerte, el abate Jaumar conmovido al ver tanta afluencia de gente en el triduo, leyó al público una meditación sobre las virtudes del santo. Con lágrimas relata los avatares de esta historia y la huida de Lyon, la M. Superiora, María Jerónima Verot, en su amplia carta circular, fechada el 15 de mayo de 1794, escrita en Mantua, al final de su segundo trienio.

HUÍDA DE LAS SALESAS DE BELLE COUR A MANTUA (1793)

El proyecto de la fundación imperial del monasterio visitandino en Mantua seguía en pie… Pero en Francia reinaba el terror y toda la nación se había convertido en una gran prisión; doce religiosas de la Comunidad fallecieron durante aquellos años agobiadas por la opresión revolucionaria.

Sin embargo, en el pensionado de Belle Cour aumentaron las educandas admitiendo casi 50 nuevas, pues las familias cristianas deseaban que sus hijas, aunque fuera por poco tiempo, recibieran una buena educación de las monjas, y la iglesia de la comunidad seguía siendo frecuentada por muchos fieles que, entrando por la puerta del monasterio, recibían las atenciones sacramentales de los 40 sacerdotes allí refugiados, quienes habían preferido la pobreza a la apostasía.

Finalmente, las iglesias de las religiosas, clausuradas el domingo de Pasión de 1792 después de unos cinco meses abiertas, terminaron siendo convertidas en almacenes de diversos materiales para impedir el ministerio de los sacerdotes fieles a la Iglesia. La Comunidad de Belle Cour vivía una lenta agonía.

Cuando el 10 de agosto de 1792 el mismo rey Luis XVI y su augusta familia, que trataban de huir, fueron encarcelados en la prisión parisina del Templo, y el 21 de enero de 1793 condenados a la guillotina, una vez declarada la república, aumentaron las opresiones contra la Iglesia. De hecho, en septiembre las cárceles francesas se llenaron de sacerdotes y algunos obispos, muchos de los cuales murieron mártires por su fidelidad a la Iglesia, y los monasterios fueron requisados y considerados contra toda justicia bienes nacionales. Recordemos, entre otros muchos mártires de aquellos años, a las Madres Carmelitas de Compiègne, cruelmente degolladas en 1794 y a la Hermana Juana Amada Briol, Visitandina, ejecutada por odio a la fe el 7 de julio de 1794 en Burdeos, con 39 años de edad. Y todo esto en virtud de una Constitución liberal…

En 2024 el papa Francisco mandó inscribir a las 16 carmelitas de Compiègne en el catálogo de los santos. Vitral del Carmelo de Quidenham, Norfolk (Reino Unido).

El 14 de septiembre de 1792 publicó el ayuntamiento el decreto de dispersión de todas las Comunidades Religiosas, porque la ley de la Asamblea Nacional del 16 de agosto suprimió todas las Congregaciones Religiosas, determinando que sus edificios debían ser entregados a la Hacienda Pública antes del 1 de octubre; las Hermanas de Belle Cour pensaban entregar las llaves del Monasterio el 30 de septiembre de 1792, pero debido a las vejaciones a las que eran sometidas continuamente, el 22 quedaban sólo algunas hermanas domésticas y el 27 entregaron las llaves refugiándose en las casas de sus familiares o de sus amistades, con la esperanza de poder reunirse de nuevo un día en Mantua. Muy triste fue para las hermanas verse privadas del Santo Hábito; así permanecieron cinco meses fuera de su amada clausura, una vez suprimido y confiscado el monasterio.

En estas circunstancias no fue nada fácil preparar la fundación imperial del monasterio de Mantua; la correspondencia con el extranjero estaba controlada y la salida del territorio francés vigilada desde finales de 1792. La superiora, por medio de un comerciante, hizo saber a la superiora de Viena la situación en la que se encontraba la comunidad. También el abate Jaumar, capellán y confesor de Belle Cour, se refugió en septiembre de 1792 en Annecy, hasta que el ejército francés invadió Saboya, y después a principios de diciembre de 1792, llegó a Mantua para ir preparando la acogida de la comunidad…