Religión en Libertad

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Un mundo materialista que agota y desencanta

Vivimos en un tiempo hipermercantilizado, lleno de cálculo e intereses. Todo son intercambios fundamentados en el dinero y nadie da nada por nada. Aquí hemos de recordar aquella máxima materialista: tanto tienes, tanto vales. Las miradas a menudo son mezquinas. Somos juzgados implacablemente en función de nuestro estándar de belleza, nuestros estudios y títulos, nuestra capacidad de captar la atención. Nuestro trabajo nos etiqueta. En el mundo de la economía de la atención , se nos mide por los talentos o aptitudes que nos convierten en el foco al que se dirigen todas las miradas. Y lo que deslumbra vale y lo que parece irrelevante en un primer golpe de vista pasa desapercibido. En este juego de compra-venta de miradas nos estamos perdiendo lo más importante. Y nos estamos cosificando unos a otros. Y esos es así debido a que lo hemos convertido todo en cosas, las personas también. Y además ignoramos lo que consideramos que no tiene precio. Y hay infinitas realidades olvidadas que no lo tienen. Realidades calificadas como insignificantes en un primer golpe de vista. Pero son realidades que con un valor inmenso si sabemos percibirlas como un don, como un regalo que nos llega sin pedir nada a cambio. Pero estamos encallados en confundir valor y precio.

En la familia los dones son valiosos

La familia es el lugar donde es posible esta mirada dirigida sobre los dones que la vida nos ofrece sin pedirnos contrapartida. No es la calle, el trabajo o el ocio llenos de competencia o desazón. La familia en el amor incondicional se abre a lo que nadie aprecia y guarda lo que tiene un valor indiscutible: el intercambio de donaciones, de regalos, a menudo inmateriales, pero cargados de significado. En familia la mirada amorosa sabe esos descubrir hechos inapreciables en el trajín de la calle o del ocio más cómodo. Y si la familia sabe apartarse de la aceleración de este mundo para reunir a unos ya otros en el amor y el cuidado, lejos de la distracción de los reclamos digitales, será capaz de percibir unos dones valiosísimos si saben contemplarlos.

La vida familiar sencilla capaz de ver lo invisible a los ojos

Hay que parar y entrar familiarmente en una conversación de miradas atentas, de escucha y de sencillez. Este mundo de los dones se hace evidente cuando un hogar recibe a su primer hijo. Lo que antes era irrelevante ahora cobra sentido. La sonrisa del pequeño vale su peso en oro. Y si empieza a caminar todo son exclamaciones y risas. El niño de entre 10 y 12 meses es un regalo constante. Es un don que los padres primerizos contemplan boquiabiertos. Ante el niño pequeño estamos desarmados, y, en sus juegos se nos revela una belleza palpitante.

En esta dinámica una familia puede descubrir como la realidad esta llena de dones que emergen en la paz, el silencio y la quietud que exige criar a los pequeños. Entonces nace un reposo que es capaz de reparar en el cansancio de la madre. Hay que observar que la madre exhausta ofrece un rostro lleno de significaciones: cansancio, sueño, gratitud. Entonces el padre se esmera y se inclina por olvidar la serie de turno e intenta alegrar la vida de su esposa: una canción, unas fotos de años atrás. La rodea de dones que no se compran en la calle, sino que estaban ahí silenciosos. Diálogos, buenos recuerdos ante el niño dormido que genera un prodigio de regocijo interior y gratitud por el misterio de la vida. “Cuando éramos novios todo esto nos parecía muy cursi”. Al juego de dones que trae un hijo hay que responder convirtiéndose uno mismo en un don para el hijo, para el marido, para la esposa. Recibir don nos exige correspondencia. El don invita a donarse uno mismo: el don de sí.

Las historias familiares que conforman nuestra identidad

Si todo va bien esa mirada delicada que contempla al hijo como un don contagiorá muchas tareas en el hogar o salidas con el niño, o el encuentro en casa de los abuelos. Entonces las historias familiares cobrarán vida. Y las comidas serán más pausadas pues la belleza ha llegado a casa de la mano de un niño que hace que todo brille. “Papá se ha puesto a pintar acuarelas ahora que con la baja tiene más tiempo: ¡el arte ha vuelto a esta casa!”. Es decir, más regalos que valen, no un precio de mercado, sino una actitud de admiración. Entonces la abuela señala que: "cuando erais muy pequeños cualquier objeto nuevo os asombraba. Era un acontecimiento, no hacia falta que fuera un juguete, unos zapatos grandes eran como una alfombra voladora". ¿Hemos perdido la mirada de los niños? ¿Somos capaces de contemplar el paisaje tras subir a un monte en verano? Debemos desempolvar la guitarra para cantar las canciones que nos emocionaban en la adolescencia. ¿Es posible regalarnos unos a otras tantas experiencias significativas como sea posible? A todo esto, le llamo la lógica del don, llena de sencillez, belleza y una cierta austeridad, que la familia debe recuperar sino quiere sucumbir ante el ansioso ritmo de vida que nos impone lo digital, el mundo de las apariencias y una carrera extenuante para impresionar a los demás.