Ungidos en el Ungido
"Como ungüento perfumado que baja por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento" (Sal 132). Era el ritual de consagración sacerdotal en el Antiguo Testamento: derramar aceite perfumado en abundancia desde la cabeza de manera que cayera ungiendo todo el cuerpo. Visualmente, es una escena clara y simbólica.
El salmo 44, que habla figurada y proféticamente de Cristo, también cantará la unción del rey: "el Señor tu Dios te ha ungido, con aceite de júbilo". La unción es el signo de consagración de sacerdotes, de reyes así como de profetas. El aceite derramado que todo lo impregna y que es absorbido por la piel, muestra cómo el Espíritu Santo llena e invade a la persona, dejándola marcada, sellada, para siempre. Jesucristo es el verdadero Ungido; su nombre, Cristo, identifica la Unción con la persona misma; y de Él, que es la Cabeza, ha bajado su Unción sobre todos sus miembros, los miembros de la Iglesia.
De la Cabeza, Cristo, el óleo -el mismo Espíritu Santo- se derrama a sus miembros, hasta los pies, hasta la franja del ornamento. Todo el Cuerpo místico de Cristo queda ungido igualmente. Nosotros, bautizados y miembros del Cuerpo del Señor, también hemos sido ungidos por pura gracia, por una participación generosa de Aquel que es el verdadero Ungido. Recibimos la misma Unción de Cristo y se nos comunica el mismo Espíritu Santo por medio de la unción sacramental, en nuestro caso, el aceite consagrado.
Teniendo esta bendita Unción en nuestro ser, el Espíritu Santo asiste y dirige nuestra alma, la santifica, la conforma con Jesucristo y así somos, para siempre, consagrados a Dios difundiendo el buen olor de Cristo (el crisma siempre es un buen perfume con el aceite y la mezcla de esencias y bálsamo).