Sábado, 27 de abril de 2024

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1926. Una foto en el mes de las misiones

Seis obispos chinos en Roma

por Victor in vínculis

En el mes del Domund no dejemos de rezar por nuestros hermanos chinos de la Iglesia perseguida y del silencio.

«En la encíclica Rerum Ecclesiae, del 28 de febrero de 1926, el Papa Pío XI nos muestra toda su doctrina sobre las misiones. El Papa trataba de despertar en todos los fieles su responsabilidad misionera y, al mismo tiempo, la corresponsabilidad de los obispos en la tarea evangelizadora. En cuanto a las Iglesias de reciente constitución, Pío XI insistía en su organización -plena implantación- y en la formación del clero indígena. Recogiendo -como ya había hecho su predecesor- las ideas de los Padres lazaristas Vincent Lebbe y Antonio Cotta, misioneros en China, y del redentorista holandés card. W.M. van Rossum, prefecto de Propaganda fide, animaba al respeto de las tradiciones locales y fomentaba la «adaptación» -concepto más tarde superado, pero entonces de indudable eficacia— a los valores culturales autóctonos.

Fue en aquellos decenios cuando se aceleró definitivamente el paso «de las misiones a las Iglesias locales». Entre los actos más memorables del pontificado se recuerda la consagración en Roma, el 28 de octubre de 1926, de los seis primeros obispos chinos, a la que seguirían las de los primeros obispos japoneses y vietnamitas. A la muerte del Papa, habían sido creadas más de 300 nuevas circunscripciones misioneras en todo el mundo y cuarenta y ocho, de un total de 520, estaban regidas por obispos nativos.

Con la convicción de que solo serían eficaces si se apoyaban en la oración y en la reflexión doctrinal, Pío XI nombró patrona principal de las misiones -junto a san Francisco Javier- a una contemplativa carmelita, santa Teresita del Niño Jesús (1927), alentó la implantación de comunidades contemplativas en tierras de misión -en 1928 se abrió un monasterio benedictino en China- e instituyó facultades de misiología en Roma, París y Lovaina» (José Escudero Imbert, El Pontificado de Pío XI, 1997).

El 28 de octubre, el mismo día de la ordenación, La Hormiga de Oro publica esta foto. En el pie de la misma se lee: «Llegada a Roma de los nuevos obispos de China. Los Rvdos. Odorico Tc´eng, franciscano; Melchor Souen, de la Congregación de San Vicente de Paúl; Felipe Tchao, del clero secular; Simón Tsou, de la Compañía de Jesús; José Hou, de la Congregación de San Vicente de Paúl y Luis Tchen, franciscano, obispo indígenas de China que hoy jueves, fiesta de los Santos Simón y Tadeo, serán consagrados solemnemente por Su Santidad Pío XI en el altar de la Catedra de San Pedro». 

Tras la consagración el Papa les dijo:

«Venerables hermanos:

Ha terminado el rito solemne concluyó con el cual, aquí junto a la tumba de los Apóstoles, os hemos conferido la plenitud del sacerdocio; y para que este evento sea para Nosotros y para vosotros más alegre y memorable, hemos elegido que se lleve a cabo el mismo día en que hace siete años recibimos la consagración episcopal. Por este precioso favor, Nosotros, Venerables Hermanos, estamos y siempre estaremos agradecidos a Dios, dador de todo bien. Pero ahora no podemos expresar la alegría interior de la que estamos totalmente llenos al ver consagrados por primera vez, aquí en Roma, por el Romano Pontífice, obispos del clero indígena chino, propuestos a llevar varios Vicariatos apostólicos y destinados a llevar a sus compatriotas la fe católica y ampliar el reino de Cristo entre ellos. Este es un propósito verdaderamente sano, que hoy podemos llevar a cabo felizmente, y que deseamos ardientemente y con la ayuda de Dios confiamos, poco a poco, en la implementación en otras regiones.

De hecho, os hemos llamado a esta ciudad, el centro de la religión cristiana, para consagraros en la augusta santidad y majestuosidad de este templo dedicado a Pedro, vosotros que, como primicias y brotes jóvenes del episcopado chino, honrados con la dignidad episcopal, desde aquí regresáis a vuestras regiones; desde aquí, digamos, de donde surge la fuente de todo apostolado. Habéis venido, venerados hermanos, a ver a Pedro; de hecho, recibisteis de él el báculo pastoral, de la cual os serviréis en vuestros viajes apostólicos y para reunir al rebaño. Y Pedro con tanto afecto os ha recibido que no ofrecéis la esperanza de difundir la verdad del Evangelio a vuestros conciudadanos.

Estos conciudadanos, que comparten con vosotros la patria y que viven en alejadas regiones donde las letras y las artes florecieron desde la antigüedad más remota, tales conciudadanos, -especialmente aquellos que no están alejados de la religión-, mientras alababan unánimes la decisión de la Sede Apostólica, así, venerados hermanos, de una manera especial los católicos os han mostrado testimonios de alegría y afecto y, mientras marchabais para Roma os despidieron animosos.

Apoyados, por lo tanto, en la dignidad episcopal y en los comunes esfuerzos, para corresponder a Nuestras expectativas y a las de vuestros compatriotas, para generar nuevos y generosos descendientes para la Iglesia. La palabra de Cristo, el Señor, también se puede repetir con razón en esta hora solemne por parte del Vicario de Cristo: Levantad vuestra frente y observad las regiones, -aquellas vuestras inmensas regiones- que ya están blancas para la cosecha; y otra vez: Id también vosotros a mi viña; y además: Id, predicad, enseñad, bautizad, bendecid. Porque yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y fruto sea duradero.

¡Fiat, fiat!

 

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