Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Mujer fuerte y sabia donde las haya habido

por Alberto Royo Mejia

Sevilla se engalanó en el 1982 para la Beatificación de Sor Ángela de la Cruz, que según la costumbre de entonces presidió Juan Pablo II. Lo que fue aquella Beatificación lo recordamos lo más mayores, los más jóvenes lo pueden consultar en las hemerotecas, pero los sevillanos difícilmente lo olvidan. Porque no olvidan a Sor Ángela, que para ellos es parte integrante ya de la ciudad, como la Giralda o la Torre del Oro, pero más monumental todavía, porque el bien que hizo entre los pobres, los enfermos, la gente sencilla, y también los de clase media y los ricos, vaya, a todos, y el bien que sigue haciendo desde su tumba, hace que se haya convertido para todos en un monumento de amor, consuelo, ayuda.

 

De Sor Ángela podríamos hablar tanto… pero no es de ella de la que trata este artículo, aunque se merece muchos. Hoy nos aparece, con brillo propio, una de sus hijas, la Madre María de la Purísima, que la siguió en el carisma y la siguió en el gobierno de la Congregación. Ahora la sigue también en la proximidad a los altares, a los que subirá al acabar el verano. Y lo que es más importante, quizás: La siguió en el cumplimiento fiel del espíritu fundacional reflejado en la regla, por la que luchó denodadamente en los tiempos del postconcilio.

 

Su biografia se encuentra en infinidad de páginas web, pero casi todos repiten lo que dice la biografía oficial de su Causa de Canonización. Era madrileña, da familia distinquida y se llamaba María Isabel Salvat Romero. Nació el 20 de Febrero de 1926 y  cuando contaba 18 años, ingresó en la Compañía de la Cruz. Tomó los hábitos en 1945, profesó temporalmente en 1947 e hizo los votos perpetuos en 1952. Culta y distinguida hablaba tres idiomas, francés, inglés e italiano.

 

Fue elegida Madre general de la Compañía de la Cruz el 11 de Febrero de 1977, pero antes fue superiora de las casas de Estepa y Villanueva del Río y Minas, maestra de novicias y consejera generalicia. Austera y pobre para sí misma hacía vivir a las hermanas el espíritu del Instituto en la fidelidad a las casas pequeñas y se entregó a todos los que la necesitaban, especialmente a las niñas de los internados. También los pobres y enfermos ocupaban un lugar privilegiado en su corazón. Su ideal fué hacer vida el carisma de la Santa Madre Fundadora y con su vida sencilla, humilde y llena de fe, supo dar ejemplo. Fue fiel seguidora de su obra, y ha dejado en el corazón de todas sus hijas deseos ardientes de imitar su amor a Dios y a su Santo Instituto. Falleció el día 31 de octubre de 1998.

 

Hasta aquí básicamente lo que dice su biografía oficial. Pero, además de estos breves retazos, una mujer impresionante, de una talla humana grande donde las haya, por no hablar de la talla espiritual. En su proceso de Canonización aparecen innumerables muestras de su humildad, su paciencia, el amor a la pureza, la caridad para con las Hermanitas, para con los niños, los pobres, etc. Pero a mí, tras leerme los documentos de dicho proceso, me ha llamado la atención la Madre María de la Purísima por otra cosa.

 

Estamos acostumbrados -creo que por desgracia- a ver religiosas cuya vida no se parece en nada a las de la madre fundadora. Se podría pensar que eso es normal en fundadoras que vivieron hace muchos siglos, como Santa Escolástica, Santa Clara o Santa Teresa de Jesús. Y curiosamente, en la mayoría de los conventos fundados por ellas, la vida se parece mucho a lo que era la vida en su tiempo, aunque ahora con electricidad, calefacción si hace falta, agua corriente y, cuando la prudencia lo permite, medios cibernéticos que no conocieron las fundadoras.

 

Pero lo de la verbena que tenemos a veces de monjas minifalderas, cuando no pantaloneras, luciendo moldeados de pelo, a veces joyas, a veces en chándal o en shorts, es lamentable si contemplamos lo que fueron las fundadoras, la vida que llevaron, las penitencias que hicieron, la austeridad que vivieron, etc. Ahora bien, si su fundadora las quisio así de aseglaradas, pues bien está que vayan de esa guisa, que sean fieles a su carisma, pero la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos hay un abismo (material y espiritual) entre la una y las otras.

Tales dislates no son de todas, cada vez quedan menos porque las vocaciones huyen de ellas a toda prisa. Pues bien, cuando hay religiosas que mantienen el carisma con fidelidad, a pesar de las dificultades de los tiempos en que vivimos, creo que hay que quitarse el sombrero.

 

La  Hermanitas de la Cruz nunca tuvieron tentaciones de hacer locuras, pero en los años 70, llevadas por algunos clérigos y religiosos de los que siempre hay dispuestos a ayudar a las monjas a aggiornarse o reinventarse con apertura al espíritu de los tiempos, vaya, dispuestos a ayudarlas a relajarse, como ellos han hecho (sobre todo los religiosos), no faltaron algunas intentonas de comenzar los recortes: Recortar el hábito, recortar las penitencias, recortar las oraciones, etc. La Madre María de la Purísima tuvo que frenar los recortes de propias y extraños y supo mantener la Congregación fiel al espíritu de Sor Ángela.

 

Llevan una vida durísima, un hábito recio que impone sólo mirarlo (uno se puede imaginarlo en Sevilla, en plena calorina), una vida que no tiene que envidiar a la de los ascetas del Yermo, y una caridad que habla de ellas por donde quiera que vayan. Todo lo han conservado, y son felices. Gran parte de esa felicidad se la deben a la Madre María de la Purísima, que no cedió a los experimentos, porque sabía que lo que estaba en juego no eran unos centímetros más o menos de falda, o dormir en el suelo o en colchón,  sino algo tan importante como la fecundidad que el Señor concedió a Sor Ángela y, a través de ella, a sus hijas.

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