Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

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El trauma de la Teología de la Liberación en la Iglesia

por José Alberto Barrera

 Siguiendo con esta serie de artículos americanos que me inspiran mi estancia por estos lares, me llama poderosamente la atención pensar en la experiencia que debieron tener todos los religiosos americanos y europeos que introdujeron y vivieron la Teología de la Liberación por estas tierras.

Como es de sobra conocido, la teología de la liberación fue una de las cuestiones que más revuelo provocaron en el postconcilio y ha sido uno de los más graves factores de división en la Iglesia.

Considerada como un auténtico caballo de Troya en la Iglesia Católica (para muestra libros como Jesuitas, Iglesia y marxismo: la teología de la liberación desenmascarada y Oscura rebelión en la iglesia: jesuitas, teología de la liberación, carmelitas, marianistas y socialistas de Ricardo de la Cierva) esta fractura fue escenificada perfectamente en la visita de Juan Pablo II a Nicaragua, cuando Ernesto Cardenal, a la sazón sacerdote y ministro del gobierno sandinista, arrodillado ante el Papa, fue reprendido públicamente por éste diciéndole: “"Usted tiene que arreglar sus asuntos con la Iglesia".


El famoso curso de verano de  San Lorenzo del Escorial en julio de 1972 bajo el título de “Fe cristiana y cambio social en América Latina,” marcó el inicio de la difusión de la Teología de la Liberación al nivel global

Ricardo de la Cierva lo quiso explicar como una teología gestada en Europa que se llevó a cabo en Latinoamérica, aunque ciertamente esto es opinable a la vista de documentos como el “Mensaje de 18 Obispos del Tercer Mundo 

y las publicaciones de gente como Helder Cámara, Pablo Freire y Gustavo Gutiérrez que fueron preparando el camino a la propagación de esta teología en el continente americano.

Desde el punto de vista doctrinal la Congregación de la Doctrina de la Fe presidida por el siempre brillante Cardenal Joseph Ratzinger, publicó dos documentos con sendos estudios sobre la Teología de la Liberación en 1984 y 1986 ( Libertatis Nuntius y Libertatis Conscientia) donde se criticaba profundamente esta teología, salvando, eso sí, lo que de positivo tenía.

Lo más salvable para la Congregación de la Doctrina de la Fe era la opción preferencial por los pobres en el contexto de la misión evangelizadora de la Iglesia

doctrina esbozada en el más inmediato postconcilio, que ocupa un lugar clave en todo el discurso de la Teología de la Liberación.

 Son de sobra conocidos los puntos más polémicos de esta teología; temas como el materialismo que lleva implícita, junto con un análisis calificado por muchos de marxista en clave de lucha de clases, que desembocan en calificar al pecado como un mal exclusivamente social, que el cristianismo viene a erradicar.

 Es lo que se ha explicado como horizontalismo teológico, que no es sino pensar que la justicia social y el Reino de Dios se identifican de tal modo que la redención se opera mediante la transformación de las opresoras estructuras sociales. En palabras del  P. Sayés, navarro donde los haya, en una conferencia en J.R.C., llevada al extremo esta teología propugnaría una especie de estado del bienestar en la tierra, algo así como la bienaventuranza de vivir en los países escandinavos donde no hay pobres ni desigualdades.

 Pero no es el contenido de esta teología lo que me lleva a escribir,  sino el por qué nace esta teología.

No sé a cuánta gente le interesará ponerse a pensar la razón por la que nace tal o cual postura en la Iglesia, pues mi sensación es que en general en el ambiente eclesial del que salgo se dispara primero y se pregunta después a todos aquellos que piensan distinto, especialmente a los que tienen colgado el sambenito de equivocados.

El problema de esto es que corremos el riesgo de no reflexionar sobre el problema que genera una actitud o una teología, pues creemos que todo está solucionado  con quemar al hereje.

Personalmente estas actitudes me dejan muy insatisfecho, pues pienso que cuando alguien dice o hace algo, por equivocado que esté o nos parezca, hay una razón detrás a la que como responsables de una organización debemos prestar atención.

En el caso de la Teología de la Liberación lo que me inquieta es pensar que si una gran parte de la iglesia de Latinoamérica se sintió escandalizada e interpelada por la falta de acción social de los cristianos ante tanta injusticia y pobreza, este análisis fue certero, por errada que luego nos pueda resultar la teología con la que intentaron cambiar las cosas.


La sociedad que estoy conociendo aquí convive con la pobreza y la miseria hasta unos extremos que me incomodan, que no me dejan con la conciencia tranquila. Lo que desde el punto de vista humano y social es una patente injusticia, desde el punto de vista cristiano se puede convertir muy fácilmente en una culpable omisión, si entendemos que ser cristiano es algo más que pasarse el día en la iglesia comiéndose los santos.

El problema no es exclusivo de Latinoamérica, en el fondo en todas partes tendemos a hacer de la iglesia una burbuja aparte y sin querer nos olvidamos de que el cristianismo tiene algo de revolucionario que no se puede domesticar ni conformar a los criterios del mundo.

Pero si la sal se vuelve insípida y se acostumbra a la sociedad en la que vive,  podemos estar viviendo en la comodidad de no querer ver al prójimo que nos rodea.

De ahí el escándalo de muchos, y la búsqueda de soluciones nuevas que tristemente llevaron a actitudes de abierto enfrentamiento con la Santa Sede y de explícita desobediencia.

Desde luego estando al otro lado del charco y viendo una sociedad tan distinta, no puedo menos que hacer esta reflexión, que puede servir para remover conciencias, empezando por la mía propia que se siente tan interpelada por lo que veo a mi alrededor.

 

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