Martes, 23 de abril de 2024

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Intervención parlamentaria del conde de Gamazo en la sesión de Cortes del 6 de mayo de 1936

Si te suena a fakenews lo de Regina García...

por Victor in vínculis

¿Muchas mentiras para ser recogidas por el Diario de Sesiones del Congreso?

Lo tomo de Acción Española. Tomo XVII, nº 87. Mayo 1936.

El lunes, 4 de mayo, en la barriada de los Cuatro Caminos y adyacentes de Madrid, la perfidia de unos desalmados, de los que campan por sus respetos, cuando no con autoridad, hizo correr la especie de que elementos de derecha, especialmente señoras, habían repartido entre los niños caramelos envenenados. A los cien años justos de la patraña infame de las aguas envenenadas por los frailes, la revolución -una y la misma- ingeniaba una nueva infamia para provocar las reacciones que son de suponer.

No se hicieron esperar semejantes reacciones de la turba propicia a la credulidad... y al crimen. Y para salvaguardar, contra las consabidas causas ajenas a nuestra voluntad, el relato de algo de lo ocurrido en aquel día en Madrid, reproducimos del Diario de Sesiones, a continuación, como oportunamente hizo la Prensa diaria, la intervención parlamentaria del diputado monárquico señor conde de Gamazo en la sesión de Cortes del 6 de mayo.

Honorio Maura Gamazo (1886-4 de septiembre de 1936) fue un escritor dramático y político monárquico español, diputado en Cortes durante la Segunda República. Fue asesinado por milicianos anarquistas [1].

Dijo el conde de Gamazo:

Decía yo ayer, y repetía el Sr. Calvo Sotelo, que España vive en la anarquía y en el desorden, y que estamos en plena barbarie, y yo quiero, señores diputados, relataros los hechos ocurridos en Madrid en un solo día, en un día nada anormal, en un día vulgar, corriente, por la pasión desencadenada de las multitudes, a las cuales no podemos atribuirlas la causa fundamental de sus errores, porque es evidente que no todas las personas tienen la cultura y la mesura debida; pero es preciso que la autoridad, desde su puesto, mantenga con su prestigio la normalidad de función de la vida de un Estado.

-Intento de asalto en el Convento de Franciscanos, a primera hora de la tarde del día 4.

-Incendio del colegio de niños de San Vicente de Paúl, en la calle de la Santísima Trinidad, número 2.

-Después de las tres y media, incendio en la iglesia de San Sebastián.

-En la iglesia de Raimundo Lulio prendieron la puerta en la esquina de la calle de Juan de Austria.

Los encargados de los surtidores de gasolina, en las proximidades de los Cuatro Caminos, piden auxilio a la Dirección general de Seguridad, porque las turbas arrebatan, por la violencia, la gasolina de sus aparatos.

En la plaza de Chamberí, esquina a la calle de Santa Engracia, los grupos detienen los coches particulares y les obligan a entregar la gasolina. Ya podéis suponer con qué finalidad el arrebato de la gasolina.

En la iglesia de las Comendadoras de la plaza de Chamberí, incendio de las puertas, que apagan los bomberos. A esos bomberos se les reclama en seguida para apagar, en la calle de Galileo, un incendio cuya causa se ignora.

Barriada de Tetuán. Incendio de la iglesia situada en la calle de Garibaldi y de una casa propiedad de D. Miguel Más.

-En el barrio de Almenara, la iglesia y la casa del cura, quemadas.

-A las dos y media arde el colegio de Nuestra Señora del Pilar, anejo a la iglesia de los Ángeles. Las pobres monjas se descuelgan con unas sábanas por los balcones.

-Una señora francesa, apaleada en la calle de Pinos Altos: conmoción cerebral y visceral. A estas horas me dicen que esta pobre señora ha muerto. El señor ministro de Estado sabrá de esto, porque yo hablo aquí en nombre de los españoles; las reclamaciones diplomáticas yo no tengo que recogerlas.

El ministro de la GOBERNACIÓN:

¿El nombre de la señora?

La señora doña Fernanda Brunet, cuarenta y ocho años, calle de Joaquín Costa, 23.

Además, no quería hablar de un matrimonio, el señor Eugéne Olivier y su mujer (porque no tengo completa seguridad), que en el Metro de Tetuán de las Victorias fueron apaleados a los gritos de «¡Abajo los envenenadores!» Hace años, señores, también se hablaba en Madrid de que se habían envenenado las aguas, pero hace de esto cien años. Yo no quiero decir, no quiero pensar si es que la Historia de España ha retrocedido cien años y que la cultura del pueblo español está donde estaba cien años atrás, porque de eso no somos nosotros los responsables.

-Un guardia civil recibe un tiro en la mano, prestando servicio en la carretera, en el lugar de Puerta Bonita. Suenan unos disparos y un hombre que está prestando servicio, cumpliendo con su deber, resulta herido, sin que se sepa de qué.

-La tragedia de doña Rafaela Armada de Sanchís es conocida de muchos de nosotros. Una señora que va a recoger a una hija carmelita en el convento de la calle de Ponzano; abre una persona -un hombre o una mujer- su saco de mano, encuentra en él unas señas del convento y no sé si una pequeña cantidad, y eso es motivo para que las gentes arremetan contra ella para que digan que es una envenenadora, la saquen a la calle, la arrastren, le rompan una mano y tenga treinta heridas en la cabeza y un ojo medio perdido; la recoge una ambulancia de la Cruz Roja, que pasa, por casualidad, por el lugar, y la llevan al Equipo Quirúrgico del Dr. Segovia, en la calle de la Flor.

-En la calle de Villamil son quince las señoras que hay dedicadas a la enseñanza, que alternan la enseñanza gratuita, en el colegio de la calle de Villamil, con 400 alumnos, a quienes enseñan sin recibir nada, y la enseñanza relativamente remunerada, en la calle de Francos Rodríguez, en otro local que tienen tomado para ello. Estas personas, a la vuelta de un colegio a otro, se encuentran con una multitud, que supone que son las envenenadoras; arremeten con ellas, les arrancan los pelos, las arrastran por las calles, les rompen las ropas, las hieren, y esto, señores, sin ninguna protección.

Yo comprendo, señor ministro de la Gobernación, que no es posible que la fuerza pública esté en cada momento a la medida de la necesidad o de la angustia de la situación. Yo sé que su señoría se ha preocupado de otras cosas; pero lo que tengo que decir es que la autoridad no es sólo la fuerza pública. La autoridad se compone de dos factores: la fuerza material, que la impone, y el respeto; la fuerza espiritual, que la sostiene, y aquí, señores, la fuerza espiritual la ha perdido por completo el Gobierno; no es más que con la fuerza violenta con lo que se reprimen los movimientos, y es preciso que la autoridad en España recobre la fuerza espiritual, que la ha abandonado.

-Cuatro monjas de un Patronato de enfermos, una de ellas Andrea de Miguel, en Cuatro Caminos, son arrastradas; pierden parte del cuero cabelludo.

Esto, señores, yo creo que es bastante; creo que a cualquier espíritu cruel le llenaría de satisfacción, de tranquilidad. Pero, además de estos desórdenes, vivimos en la huelga ferroviaria, en la huelga de los puertos de España. En Valladolid hay paro general. En mi provincia -y es natural que me ocupe de ella-, en Valladolid, los trenes no circulan.

El ministro de la GOBERNACIÓN: -No circulaban. Es pretérito imperfecto.

Señores del Gobierno: yo comprendo que vuestra alianza con el Frente Popular os haya traído a ese puesto, pero estoy seguro que vosotros, porque muchos de vuestros correligionarios están tan atemorizados como los nuestros y tan asustados de la suerte de España como nosotros, debéis ir pensando que vais a pagar muy cara la alianza y el puesto que tenéis en el banco azul. La censura, señores, acalla todas estas noticias, que sólo aquí se divulgan con claridad; pero en el extranjero el ambiente respecto a España es horroroso, a tal punto que os voy a contar una intimidad de familia. Yo, que tengo un hijo estudiando en el extranjero, he recibido ayer una carta circular dirigida a los españoles del Instituto donde él está, diciendo que la situación política en España produce tal intranquilidad, que es preciso que se abonen los fondos que se deben y que se haga una provisión para el porvenir. Ese es el juicio que fuera van formando de nuestro país.

Ocupación de fábricas y de fincas. La ocupación de una fábrica de cerveza la hemos tenido en Madrid. La ocupación de fincas no se dirige por la técnica; se dirige por la avasalladora influencia y violencia de los Municipios que creen que son ellos los que han de dirigir la Reforma agraria.

Combatís al fascismo, os duele el fascismo, y yo os digo que el fascismo lo creáis vosotros. En las elecciones por Valladolid estuve enfrente de Primo de Rivera. En aquella elección, ¡qué pocos votos tuvo en España! Pues bien; yo os digo que, en las elecciones de Cuenca, en los pueblos donde yo he estado, digan lo que digan las actas, los primeros lugares eran para Primo de Rivera. Esa es vuestra obra.

En definitiva, señores, y quiero terminar, vais a elevar al primer puesto de la República al presidente de este Gobierno. Algunos ciudadanos creen que eso hará cambiar la suerte de España y que podremos vivir con más tranquilidad. Yo me pregunto: ¿Cómo desde más lejos va a poder cambiar su señoría los rumbos y los caracteres de desastre que lleva nuestro país si desde cerca no puede impedirlo?

[1] Al iniciarse la Guerra Civil Española el conde de Gamazo fue acusado de no participar de las ideas del Gobierno del Frente Popular y lo detuvieron en Zarauz donde veraneaba. Primero lo condujeron a la cárcel de San Sebastián donde pasó varias semanas. Al cabo de ellas un grupo de extremistas de la FAI lo condujeron a la frontera, junto con Víctor Pradera, José María de Urquijo, el conde de Plasencia, el ministro de la monarquía Leopoldo Matos y Massieu, el político tradicionalista Joaquín Beunza y Ramón Brunet, testigo de los hechos. En plena carretera, les hicieron bajar del camión diciéndoles que los iban a fusilar. Pidieron un cuarto de hora para rezar el rosario. Se lo concedieron. Llegó una partida de nacionalistas vascos que los salvó, conduciéndolos al fuerte de Guadalupe en Fuenterrabía. Desde que fue detenido en su casa de Zarauz, la tarde del 23 de julio de 1936, Honorio Maura Gamazo llegó a desear que los miembros del pelotón, en vez de dispararle con pólvora, lo hiciesen con balas de verdad:

«…La Cárcel fue para Honorio Maura un verdadero suplicio… Para burla y escarnio le raparon la cabeza. Le hacían fregar las escaleras y barrer el patio… De repente, recibía la orden de ponerse en marcha hacia la playa para ser fusilado. Y a la playa le llevaban. Le ponían delante de una roca o de un motón de arena y formaban ante él, con toda solemnidad, el piquete de fusileros. Le apuntaban y a la voz de “fuego”, disparaban… con pólvora sola. Se acercaban a él, con muecas y risas, y le decían: Has pasado miedo, ¿eh? No te apures que todavía no ha llegado tu hora. Otras veces, acabada la trágica broma, se iban hacia él y le insultaban, le escupían y a culatazos, le dejaban medio muerto y luego le volvían a su celda».

A la vista de las brigadas navarras que conquistaban en aquel momento Irún, fue fusilado por los milicianos anarquistas en agosto de 1936. Sus últimas palabras fueron: «Soy un barco que se hunde cuando está entrando en el puerto».

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