Jueves, 25 de abril de 2024

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El Bambu japonés

El Bambu japonés

por Un alma para el mundo

El Bambú Japonés 

                        Las familias han estado, - están todavía -, en una reclusión forzada por las circunstancias de la pandemia. Muchas horas juntos en espacios, normalmente, reducidos. Ha habido -seguro- momentos tensos, algún enfado, nerviosismo… Es natural. Nuestra vocación es la vida en la calle, en el trabajo, en la sociedad… La casa es un lugar de convivencia, de vida familiar. Pero nuestra sicología no está normalmente preparada para un confinamiento forzoso.

                        Pero pienso que no ha venido mal para volver a echar raíces profundas en un matrimonio, en una familia, que muchas veces se viste de gris. Creo que hemos recuperado ciertos valores y virtudes que podrían estar escondidas en los rincones de la rutina. Para poder crecer hay que profundizar en los cimientos. Os ofrezco una pequeña reflexión.  

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego. También es obvio que quien cultiva la tierra no se detiene impaciente frente a la semilla sembrada, y grita con todas sus fuerzas:

- ¡Crece, maldita sea! -  Hay algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo transforma en no apto para impacientes:

Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!

¿Tardó sólo seis semanas crecer?

No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

El confinamiento nos ha regalado un tiempo, una oportunidad de acceder a niveles, a situaciones que solían estar arrinconadas por las prisas. Esta sociedad adolescente del “ya y ahora” ha creado la cultura de la superficialidad, de la inmediatez, de la prisa, de la búsqueda de resultados instantáneos. Ahora estamos acostumbrados a la comida rápida, casi a medio hacer, muy lejos de aquellos pucheros lentos que nos ofrecían unos platos sabrosos. Y con las prisas aparecen las neurosis, las tensiones, los infartos…

Para no perder la calma hay que tener fe. Las tempestades suelen venir, pero se pueden vencer con la ayuda de Dios: 

Y uno de aquellos días, entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y se hicieron a la mar. Pero mientras ellos navegaban, Él se durmió; y una violenta tempestad descendió sobre el lago, y comenzaron a anegarse y corrían peligro. Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Y El, levantándose, reprendió al viento y a las olas embravecidas, y cesaron y sobrevino la calma. Y Él les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Pero ellos estaban atemorizados y asombrados, diciéndose unos a otros: ¿Quién, pues, es éste que aun a los vientos y al agua manda y le obedecen?  (Luc. 8,22-25)

 

            Parece que estamos dominando la tormenta del virus. Pero hay que dominar la tormenta de las prisas, de la incomodidad, de los nervios… Todo llega en su momento. Creo que este parón que hemos tenido ha sido como un retiro espiritual en el que cada cual se ha enfrentado consigo mismo y ha revisado los “aparejos” de su embarcación para hacer frente a otras tormentas que nos puedan amenazar en el futuro.

 

            Leemos en el libro Camino:

Punto 343

 

Si tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la calma y la serenidad.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com

   

 

 

 

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