Martes, 19 de marzo de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio (Jn 22, 1-45)

Retirad la piedra que nos encarcela

por La divina proporción

En el tratado sobre el Evangelio de San Juan, San Agustín hace una bellísima y profunda interpretación de la resurrección de Lázaro. En forma mística, nosotros somos Lázaro, que vivimos encerrados por lo cotidiano y somos incapaces de ver la Luz de Dios en todo y todos los que nos rodean. Cristo llama a nuestra puerta, pero rara vez somos capaces de abrir para que entre y cene con nosotros (Ap 3, 20). ¿Por qué? Es evidente que tenemos cerrados los ojos a todo lo que cuestione lo que queremos aparentar ser.

En el Evangelio de hoy domingo, Cristo llega delante de la tumba y pide que retiren la piedra que la cerraba. Cristo pone en nuestras manos la capacidad de aceptar la Voluntad de Dios para andar la senda de la santidad. Pero quitar la piedra no es suficiente. Una vez la piedra estaba quitada, Lázaro no salió. Cristo tuvo que llamarlo y Lázaro tuvo que aceptar la Voluntad de Dios con docilidad.

Jesús, pues, tras bramar de nuevo dentro de sí mismo, llegó al sepulcro. Brame también dentro de ti si dispones revivir. A todo hombre al que aplasta una costumbre pésima se dice: Llegó al sepulcro. Pues bien, era una cueva y había puesta sobre ella una piedra. El muerto bajo la piedra es el reo bajo la Ley. Sabéis, en efecto, que la Ley que fue dada a los judíos fue escrita en piedra. Pues bien, todos los reos están bajo la Ley, quienes viven bien están con la Ley: La Ley no está puesta para el justo. ¿Qué significa, pues: Retirad la piedra? Predicad la gracia. En efecto, el apóstol Pablo se llama a sí mismo ministro del Nuevo Testamento, no de letra, sino de espíritu, porque la letra, afirma, mata, el Espíritu vivifica. La letra asesina es cual piedra aplastante. Retirad, afirma, la piedra. Retirad el peso de la Ley; predicad la gracia, ya que, si se hubiese dado una ley que pudiera vivificar, la justicia existiría absolutamente en virtud de la Ley; pero la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que en virtud de la fe en Jesucristo se diera a los creyentes la promesa. Retirad, pues, la piedra. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 22)

¿Qué significa quitar la piedra? Hacer llegar a otros el Evangelio, la Palabra viva, que es la voz de Cristo. A través de la Gracia de Dios, alcanzamos la capacidad de salir de la tumba. La piedra también simboliza lo que nos ata y nos ciega. Lo que nos impide ver a Dios en todo y todos. A veces, las costumbres, las estéticas o las formas sociales se convierten en piedras. Son Torres de Babel que construimos para llegar a Dios, pero a veces llegan a sustituir a Dios mismo.

Tristemente, somos sabios y rápidos en encontrar la piedras que atascan a los demás, pero lentos e ignorantes para darnos cuenta de las Torres de Babel que nos ciegan a nosotros mismos. Nos escondemos detrás de estas piedras diciendo que son “sagradas”, pero lo que realmente queremos es esconder nuestra desnudez personal. Si alguien descubre el engaño, señalamos como culpable a otro. Todo recuerda mucho a lo que pasó después de comer la fruta prohibida. Retiremos el peso de la piedra que son nuestras hipocresías, desprecios y maltrato a los demás. Esperemos a que la voz de Cristo nos llame y salgamos tal como somos: llenos de andrajos y vendas. No intentemos aparecer llenos de honores para que nos aplaudan.

Sin duda, la letra mata cuando desaparece de ella el Espíritu de Dios y nosotros la utilizamos para medir y despreciar a los demás. Seremos medidos de la misma forma que medimos a los demás. 

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