Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¡Virgen Inmaculada, suplicamos tu ayuda y protección!

 

Pablo VI en la preparación del año santo de 1975[1], recordó que para alcanzar la ayuda superlativa de la Virgen María, se la debe conocer mejor para amarla mejor e invocarla con toda confianza. Queremos con este estudio -que se realizó para honrar a la a la Virgen María en el 150 aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada (8.12.2004)-, testificar el amor de España a la Virgen en el misterio de su inmaculada concepción.
     En estos momentos difíciles que vive España, de un modo particular Cataluña, pero que también los pueden vivir las naciones puestas bajo la protección de la Virgen Inmaculada, dedicamos este escrito fruto de años de investigación, para que conociendo mejor el amor materno de la Virgen hacia las naciones que se ponen bajo su protección, con mayor fe, amor y confianza invoquemos su ayuda.
 
1. El inicio de la Reconquista y la ayuda de la Virgen
 
Desde los albores del cristianismo en España, según una piadosa tradición, los primeros cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María a las orillas del Ebro. La Virgen María no dejó de ser amada y honrada por los antiguos hispanos, y Ella no se dejará vencer en generosidad, estará pronta a socorrer al pueblo hispano, cuando sea invocada.
     La Península Ibérica después de la invasión del islam, la fe cristiana corría serio peligro. Muchos se refugiaron en las montañas y no dejaban de suplicar la ayuda de Dios. En Covadonga, donde habitaba un ermitaño, se hallaba una cueva llamada de Santa María.
     En defensa de su libertad los astures eligieron a don Pelayo por líder y se opusieron al islam, después de varios encuentros con las tropas islámicas, se refugiaron en la cueva de Santa María. Dice la Crónica Silense, escrita por un monje de Silos en el siglo XII, «Pelayo y todos los que estaban con él estaban, aterrados por tantos enemigos; no cesaban de suplicar día y noche a la Virgen María». Su oración fue escuchada. Estos pocos guerreros consiguieron una clara victoria respecto al ejército islámico mucho más poderoso. Les fueron favorables lo agreste del lugar y otros fenómenos de la naturaleza. Ante el desaliento de los musulmanes que acabaron huyendo, crecía el ánimo de los cristianos y se vigorizaba su fe y les alentaba la idea de que Dios peleaba por ellos. Ello acontecía en el año 722.
     A partir de esta victoria en Covadonga, la primera sobre el ejército musulmán en la Península Ibérica, la resistencia fue cobrando aliento, y será el germen de la reconquista castellano-leonesa que culminará en 1492 con la conquista de Granada. 
     La protección de la Virgen María, se experimentó a lo largo de toda la Reconquista. Los guerreros cristianos en muchas ocasiones entraban en combate, implorando la intercesión de la Virgen María. En la Batalla del Salado, según narra el poema de Alfonso X el Sabio, "Salve Regina iban rezando / ricos homes e infanzones". El rey san Fernando, el conquistador de Andalucía, que nunca conoció derrota, él  llevaba en su cabalgadura la imagen de la Virgen de las batallas, a quien atribuía sus victorias. Dejó en Sevilla la imagen de la Virgen de las Victorias, venerada en la catedral de Sevilla. Jaime I en cada ciudad que conquistaba hacía levantar un altar en honor a la Virgen en acción de gracias.
     En el extremo nordeste de la península, en tierras de Cataluña un santuario mariano, el de Montserrat, también se convirtió en centro de peregrinación europea, donde hombres de todas las condiciones, desde reyes a la gente más humilde, peregrinaron ante la santa Imagen. En el mismo santuario o allí donde se hallaban, muchos se sintieron escuchados en sus necesidades cuando invocaban a la Virgen bajo la advocación de Ntra. Señora de Montserrat. Convirtiéndose durante siglos en la advocación más universal de la Virgen, al ser invocada en la Península, en el centro de Europa, en los países bañados por el Mediterráneo o en tierras americanas. 
     Otro santuario mariano sería lugar de peregrinación, el de Santa María de Guadalupe. Alfonso XI, atribuyó la gran victoria de Salado (1340) a la protección de la Virgen, e hizo edificar una vasta iglesia  bajo su advocación, dotándola espléndidamente, como lo hicieron también sus sucesores. Juan I lo transformó en un convento de jerónimos en 1389.
     La conciencia de la ayuda de la Virgen en la reconquista de la Península, hacía que existiera el deseo de corresponder a su amor. En plena Edad Media cuando aún no se había reconquistado todo el territorio de la Península surge una ocasión para hacer algo por la Virgen María, y es la defensa de su Inmaculada Concepción.
 
 2. Breve itinerario histórico del dogma de la Inmaculada Concepción
 
Ya desde los primeros siglos del cristianismo se exalta la santidad de María. En el siglo II san Justino y san Ireneo, la exaltan mostrando que es la nueva Eva. Su «sí» a Dios, repara la desobediencia de la antigua Eva. Más tarde, en el siglo IV, san Efrén dice orando a Cristo: “Tú y tu madre, sois los únicos enteramente hermosos bajo todos los aspectos”. San Agustín, en el siglo V, exceptúa a María de todos los pecados. En Oriente, desde el siglo VII, los cristianos celebran la fiesta de la concepción de María.
    No será hasta la Edad Media cuando nazcan los desacuerdos entre los partidarios y los oponentes en la creencia de la Inmaculada Concepción. Lo que inquieta a los grandes teólogos y santos es lo siguiente: Si María es virgen de todo pecado, desde siempre, Jesucristo ha muerto y resucitado por todos menos por Ella que no lo necesitaba. Pero la fe católica profesa que Cristo es el Salvador de toda la humanidad sin excepción[2].
    Pero habrán otros teólogos, ante todo de la escuela franciscana que ayudarán a vertebrar teológicamente el dogma de la concepción inmaculada de María. Uno de los grandes defensores será Ramon Llull, terciario franciscano. “Nos cuenta una antigua tradición que, pasando el Dr. Iluminado, poco después de su conversión, por la puerta de la Almudaina de Mallorca, se le apareció la Virgen con su Hijo en brazos, manifestándole su ferviente deseo de que fuera introducida, dentro del círculo de los sabios, la piadosa creencia de su Inmaculada Concepción[3]
     La defensa de la pureza original de María le ocasionó a Ramon Llull muchos disgustos y sinsabores, pero fue tenaz en su defensa, y se convirtió en uno de los primeros comentarista, quizás el primero que en La Soborna defendió y enseñó públicamente que María fue Inmaculada des de el primer instante de su concepción. Ramon Llull fundará una escuela, que defenderá constantemente contra viento y marea la purísima e inmaculada Concepción de la Virgen María. A su muerte en España, Francia e Italia, donde abundaban sus discípulos, se siguió enseñando su doctrina[4].
     Posteriormente a Ramon Llull, enseñará en París el franciscano Duns Scot († 1308), quien defenderá que el misterio de la Inmaculada Concepción de María no atenta contra la universalidad de la redención, sino que manifiesta su eficacia, incluso preservadora del pecado original. María fue redimida porque fue preservada de caer en el pecado original.  Esta línea teológica ya fue iniciada por Eadmero de Canterbury  quién resumió este argumento en la famosa frase: «Pudo, convino, lo hizo». Que el pueblo cristiano ha cantado después, sencilla y llanamente:
 
      «Quiso y no pudo, no es Dios;
        pudo y no quiso, no es Hijo;
        digan, pues, que pudo y quiso».
 
    La escuela luliana y franciscana tuvo gran importancia en la Corona de Aragón. En los siglos XIII y XIV, ya en las catedrales de Cataluña se celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción con gran solemnidad. Barcelona desde 1281 se instituye la fiesta de la Concepción de la Virgen en la Catedral y en toda la diócesis.  Bajo el influjo de la orden franciscana, los reyes de la Corona de Aragón fueron célebres por sus decretos a favor de la Inmaculada. Juan I estableció en 1394 que en todos los dominios de la Corona de Aragón se guardase la fiesta de la Inmaculada
     La lengua catalana fue de las primeras lenguas románicas que cantó la Inmaculada Concepción de María y lo hizo a través de sus literatos Ramon Llull, Eiximenis, Bernat Metge, Isabel de Villena... Los artistas plasmaron en piedra, metal o madera la doctrina sobre la Inmaculada.
     La Cofradía «de Madona Sancta Maria» —a la que pertenecían la casa  real, nobles y consejeros de la ciudad de Barcelona— trabajó decididamente no sólo por promover el culto y la devoción de la Inmaculada sino que su labor transcendió los límites de la Corona de Aragón y ejerció presión sobre el mismo emperador Segismundo, y sobre el Concilio de Basilea. En efecto, esta Cofradía, estimulada y apoyada por el rey Alfonso IV, envió seis cartas al Emperador Segismundo, instándole que interpusiera todo su poder ante el Papa y ante el mismo Concilio de Basilea.
    Debió de tener alguna influencia la tenacidad de los barceloneses en la defensa de la Inmaculada para que el concilio de Basilea promulgase como dogma la Inmaculada Concepción de María, algo que hizo en 1439. Un hecho que llenó de alegría a muchos fieles de la Iglesia.
     Pero esta alegría no duró demasiado, porque esta decisión no fue válida, ya que el papa Eugenio IV disolvió este Concilio. A pesar de todo, la creencia en la Inmaculada Concepción de María se fue extendiendo y consolidando entre el pueblo cristiano, sobre todo en Cataluña.
   Después también en Castilla hay una defensa incondicional del dogma de la Inmaculada, el año 1466, la villa castellana Villalpando (Zamora) y su comarca –los trece estamos contigo- hicieron el primer voto de Villa que se conoce en el mundo, de “creer y defender la Purísima Concepción de María Santísima , Madre nuestra[5].
    En los siglos XVI y XVII el pueblo español, con su peculiar sentido de fe, vuelve a adelantarse a la definición del dogma y en toda España se canta, con convicción y gozo:
 
«Todo el mundo en general
a voces, ¡Reina escogida!,
diga que sois concebida
sin pecado original».
 
    El camino abierto por el franciscano Duns Scot, según el cual la preservación del pecado original en María era una verdadera redención de Cristo, hizo que la teología fuera aceptando lo que era vivido en la piedad del pueblo cristiano y en la liturgia: que María fue concebida sin pecado original desde el primer instante de su concepción. Las universidades se fueron adhiriendo al voto y juramento inmaculista.
    En esta defensa de la concepción inmaculada de María participaron tanto los estamentos civiles como los eclesiales de los diversos pueblos de España. Este hecho lo recordará el mensaje de la Conferencia Episcopal con motivo del CL aniversario del Dogma de la Inmaculada:
 
A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada. Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del “Ave María Purísima...” Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias. A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores[6].
 
    La culminación del amor de pueblos enteros a la Virgen en su Inmaculada Concepción, hizo que se la nombrara patrona de los mismos. En 1646 la Inmaculada Virgen María es proclamada Patrona de Portugal. Ya en el siglo XV se había construido el santuario nacional de la Inmaculada (Ntra. Sra. de Vila Viçosa) en la provincia de Alto Alentejo, por orden del contestable el beato carmelita Nuno Alavares Perereira. El 8 de noviembre de 1760, el papa Clemente XIII firmaba un decreto por el que se nombraba Patrona de España a la Virgen Inmaculada. Al año siguiente, el rey Carlos III, proclamaba Patrona de todos sus reinos «a esta Señora en el misterio de su Inmaculada Concepción» así se lo comunicaba al papa Clemente XIII.  Siglos más tarde, otras naciones se pondrán bajo el patrocino de la Virgen Inmaculada. En 1929, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida es nombrada Patrona y Reina de Brasil. En 1953 Pío XII proclamó a Nuestra Señora de la Concepción de Supaya Patrona de Honduras...[7]  Es también patrona de Colombia, Corea del Sur, Japón, Nicaragua, Estados Unidos, Filipinas, El Salvador y Polonia.
 
 3. La proclamación del dogma de la Inmaculada 1854
 
Será necesario que la Iglesia viva momentos de grandes dificultades y persecuciones como sucedió en el siglo XIX, y experimente la ayuda poderosa de la Virgen María cuando es invocada como Virgen Inmaculada para que la Iglesia esté madura para la proclamación de este dogma.
     Desde los comienzos de su Pontificado (1846), Pío IX recibió numerosas peticiones de obispos de todo el mundo, solicitando la definición dogmática de la Inmaculada. El episcopado español había trabajado unos años antes interesando a los obispos europeos y de América, principalmente, para que solicitasen del Papa la definición de dicho privilegio (1847-49). Ante ello, el Papa nombró una comisión de teólogos y otra de Cardenales, para que estudiaran la cuestión. Casi por unanimidad, manifestaron que la Inmaculada Concepción era una verdad definible como dogma de fe. Así lo habían enseñado ya los teólogos españoles del siglo XVII.
     Durante la revolución de 1848, el papa Pío IX tuvo que huir disfrazado de Roma y refugiarse a Gaeta (Nápoles). Incluso para garantizar mejor su seguridad se pensó en que se refugiase en las islas Baleares. Pío IX consideró que su salvación se debía a la Virgen María, y se creyó en la obligación de promover su veneración. Algunos Cardenales, le habían sugerido mientras se encontraba desterrado en Gaeta, que si quería dar un signo de paz y de superación para la Iglesia, definiese la Inmaculada. Se encontraba aún exiliado en Gaeta que Pío IX ya pidió la opinión a los Obispos sobre la posibilidad de declarar el dogma de la Inmaculada (1849)[8].
      Al fin, en 1854, Pío IX colma los deseos de los fieles y los Obispos, y se propone declarar el Dogma de la Inmaculada Concepción, no sólo como reconocimiento oficial de este privilegio de la Virgen María, sino también en aquellos momentos difíciles para la Iglesia, porque desea dar al pueblo cristiano, en la figura radiante de María, un punto de apoyo para la Iglesia, un motivo de confianza y de esperanza cierta. Por ello exhortó a los fieles a buscar en María la ayuda que necesitaba la comunidad eclesial  como lo recomendó  en la encíclica Ineffabilis Deus:
 
Acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre de misericordia y gracia, en todos los peligros, angustias, necesidades, y en todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si Ella nos guía, patrocina, favorece y protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano. (...) Fielísima auxiliadora, y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santa, y firmísimo baluarte destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades  de todas clases a los pueblos fieles, y naciones, y a Nos mismo nos sacó de tantos amenazadores peligros; hará con su valiosísimo patrocinio, que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las todas las dificultades y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez más floreciente y vigorosa (...) y disfrute de toda paz,  tranquilidad y libertad[9].
 
      En la misa pontifical en que se proclamó el dogma de la Inmaculada, Pío IX estaba acompañado por 54 Cardenales, 189 Obispos y 50.000 fieles[10]. En esta misa pontifical el Pío IX en medio del más profundo silencio, el decreto en el que proclamaba solemnemente:
 
Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra, afirmamos, proclamamos y definimos, que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción, por singular privilegio del Dios Omnipotente, en atención de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, está revelada por Dios, y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos[11]
 
    Para conmemorar el dogma de la Inmaculada se proclamó un año mariano. Dio tanto fruto espiritual, que cada veinte-cinco años se conmemoraba la proclamación del dogma de la Inmaculada. Estas conmemoraciones han dado tantos frutos espirituales, que se pudiera afirmar que la Iglesia en España quedó transformada conmemorando los años marianos conmemorativos al dogma de la Inmaculada.
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Notas

[1] Pablo VI, “El éxito del Año Santo dependerá de la ayuda de la Virgen. Audiencia General del 30 de mayo”, Ecclesia, 1645 (1973) 703-704.
[2] Cf. Mathias Terrier, “Dogma de la Inmaculada Concepción. El pueblo tenía razón”, Lourdes Magazine, n. 126 (abril-mayo 2004) 44-45.
[3] Cf. Josep M. Guix Ferreres, “La Inmaculada y la Corona de Aragón en la Baja Edad Media (Siglos XIII-XV)”, Universidad Pontificia de Comillas, 1954, 7.
[4] Ibid., 19.
[5] Cf. Rafael Palmero, “María Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra. La doctrina de la Inmaculada Concepción para el cristiano del siglo XXI” en José A. Martínez Puche, El libro de la Inmaculada. Doctrina, historia, poesía y arte sobre la Inmaculada Concepción de María, Ed. Edibesa, Madrid 2005, 157.  
[6] Mensaje de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, en el CL aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, Madrid, 25 de noviembre de 2004, n. 8.
[7] Cf. José A. Martínez Puche,  El libro de la Inmaculada, 132-139.
[8] Cf.  R. Zinnhobler, “De Pío IX a Benedicto XV” en Historia de la Iglesia Católica, Ed. Herder, Barcelona 1989,  519.
[9] Pío XII, “Carta Apostólica Ineffabilis Deus” (8-XII-1854) n. 19, en Doctrina Pontificia. Documentos marianos vol. IV (Col. B.A.C. 128), Ed. Católica, Madrid 1954, 188-189.  
[10] Ecclesia, 489 (4-XI 1950) 511.
[11] Pío IX, Inefabilis Deus, n. 18.  
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