Sábado, 20 de abril de 2024

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Lo que estoy esperando realmente es celebrar la Santa Misa

La Eucaristía del cardenal George Pell

por Victor in vínculis

Había titulado este artículo El martirio del cardenal Pell. Al fin y al cabo, es de lo que habla el blog. Pero hoy es JUEVES SANTO, y su historia es eminentemente eucarísticas. El Cardenal Pell después de 404 días de prisión sin poder celebrar la Eucaristía ha declarado: -Lo que estoy esperando realmente es celebrar la Santa Misa. He pensando y encomendado en más de una ocasión la resolución de esta persecución al venerable François-Xavier Nguyen Van Thuan. Trece años paso en las cárceles comunista de Vietnam. Por el crimen de ser sacerdote. Por el crimen de obedecer y ser fiel al Papa. Y sí pudo celebrar la Misa, no como el pobre Pell.

Nos conmovió a todos con su libro Cinco panes y dos peces.

Al obispo Van Thuan se le permitió escribir un mensaje en un papel a sus fieles. Al final del mensaje, decía: Por favor, necesito algo de vino, como medicina para el dolor de estómago. Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con la etiqueta “Medicina para el dolor de estómago”. Entre la ropa escondieron algunas hostias. El paquete llegó a la cárcel y el policía que lo revisaba preguntó extrañado: ¿Le duele el estómago? Pues aquí le mandan su medicina.

Cuando Van Thuan predicó los ejercicios espirituales a san Juan Pablo II, en marzo del 2000, recordó emocionado este momento: No podía expresar mi alegría al saber que ya podía celebrar Misa. Cada día pude arrodillarme ante la cruz con Jesús y beber con él su cáliz. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía".

Todos los días, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la Eucaristía. Poco después de su arresto, lo llevaron al norte de Vietnam en barco con otros mil 500 prisioneros hambrientos y desesperados. A las nueve y media de la noche, celebraba la Misa en la cama común que compartía con otros cinco presos. De rodillas, con los grilletes en las manos y en los pies, un poco encorvado y repitiendo las palabras de memoria, consagraba y repartía la comunión a los que le rodeaban.

Y el cardenal Pell, sin la Eucaristía

Hemos permanecido más que en silencio, estupefactos ante lo que estaba sucediendo. Tras trece meses en una prisión de máxima seguridad por una falsa condena por abusos, que ahora el Tribunal Supremo de Australia anula, el cardenal australiano George Pell fue puesto en libertad. Durante cuatro largos años, el cardenal Pell ha sido vilipendiado y señalado como autor de abusos sexuales por un solo testigo inconsistente. Tal vez, ahora tras esta cuarentena, de la que no llevamos ni un mes, podemos acercarnos -por aproximación- a entender lo que habrán supuesto cada uno de los 404 injustos días de prisión, y sin la Eucaristía. Todo un cardenal de la Iglesia Católica que llevaba más de un año sin celebrar la Santa Misa, puesto que lo prohíben las leyes de los establecimientos penitenciarios: prohibido el alcohol. No hay vino, no hay Misa. 404 días sabiendo que eres inocente…

Se ha podido leer en la prensa de ayer que [sabedores todos de como los presos de las cárceles son conocidos por su odio a los delincuentes pedófilos], cuando supieron la absolución de Pell sus compañeros de prisión lo aplaudieron. El cardenal George Pell se enteró de su absolución mirando las noticias de televisión, solo en su celda, y ha declarado: “Escuché un gran aplauso de algún lugar dentro de la cárcel y después a los otros tres presos cerca de mi celda que me demostraron que se alegraban por la resolución”.

Después de su liberación, el cardenal George Pell disfrutó de un bistec con verdura que primorosamente le prepararon las religiosas que le atienden como su primera comida “en libertad” después de 400 días en prisión. Pero él dijo que lo que estoy esperando realmente es celebrar la Santa Misa. Y, desde hoy, la Semana Santa.

No me resisto a dejar de reseñar lo que se ha deslizado en numerosos artículos desde el principio, y a lo largo de esto años, como motivo para castigar realmente al cardenal australiano:

A Pell le tenía ganas la izquierda por su firme oposición al matrimonio homosexual, su defensa de la vida y la familia y por su compromiso precisamente contra la pederastia. Tanto en Melbourne como en su posterior sede episcopal, Sidney, Pell destacó por su energía en las medidas de prevención y sanción de conductas pedófilas.

Todavía queda más clara la persecución. Y él ha manifestado su perdón:

«Sufrí una gran injusticia, no guardo rencor a mi acusador».

El actual arzobispo de Sídney, Anthony Fisher OP, en nota de prensa, decía ayer:

«Reconozco que nuestros fracasos para proteger a los niños han contribuido a la indignación pública contra la Iglesia y sus líderes. Sé que solo se dará la sanación y se restablecerá la confianza en la Iglesia por medio de nuestra acción firme buscando justicia para todos los supervivientes del abuso sexual infantil y desarrollando las mejores prácticas para proteger a todas las personas vulnerables… Pero la justicia para las víctimas nunca se logra con la condena y el encarcelamiento injustos de nadie».

Esta noche, en Getsemaní contemplaremos esta escena. Un beso sórdido… cuando Judas podría haber encontrado el perdón. Así lo pintó Goya y se conserva en la Catedral Primada de Toledo.

Cuando dentro de un mes celebremos el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II vendrá a nuestra imagen visual esta otra escena. Es la escena de perdón a Alí Agca, terrorista turco que quiso asesinar a san Juan Pablo II, en la plaza de San Pedro del Vaticano, el 13 de mayo de 1981. Así nos enseñan los santos.

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