Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Gaudete in Domino: Estad alegres en el Señor

por Angel David Martín Rubio



A partir del Tercer Domingo, las ideas y el espíritu del Adviento han dado un gran paso hacia adelante. Ya no se nos dice «El Señor vendrá» sino «El Señor está cerca». Por eso la Liturgia de hoy rebosa optimismo y alegría

San Pablo, preso en Roma, exhorta a la alegría (Flp 4, 4-7): «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres». Todo el pasaje de la Segunda Lectura de la Misa nos descubre el corazón del Apóstol, lleno de un gran júbilo que no es natural sino sobrenatural. No de orden mundano y carnal, sino espiritual y divino. Amarrado en la prisión, privado de la libertad y de la luz, no tiene en lo humano motivos de alegría: fácilmente podemos adivinar que su consejo nace de la esperanza de su alma. Él mismo pone en práctica lo que recomienda a los fieles de Filipos:

  Confía en la providencia de Dios ciegamente, “no está solícito”.

  Es hombre de oración y juntamente con sus acciones de gracias presenta a Dios sus peticiones.

  Puede decir en la prisión lo que antes escribió a los Gálatas (2,20): «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Por eso Pablo siente que la paz de Cristo llena su corazón y su inteligencia, lleno de Cristo, rebosa de alegría: «Estad siempre alegres en el Señor».

El consejo va dirigido también a nosotros: Alegraos continuamente. Aun en medio de las necesidades y angustias, en medio de las inquietudes y sobresaltos, en medio de las dificultades y desalientos de la vida. Aun en medio de las tentaciones, de las luchas y dolores de nuestro tiempo: «Y sabemos también que, a los que aman a Dios, todas las cosas les contribuyen al bien» (Rom 8, 28)

  Les ayudan los trabajos y las penas: porque con ellas adquieren, gracias al santo amor con que las soportan, aumento de gracia y de gloria eterna.

  Les ayudan los dolores: porque son también dolores de Cristo, el cual quiere volver a hacer fructuosos sus propios dolores en los de los miembros de su Cuerpo místico.

  Les ayudan las luchas: porque Cristo lucha también con nosotros y en nosotros.

  Nuestras mismas imperfecciones, nuestra pobreza y nuestra miseria espiritual nos ayudan también a hacernos buenos a conseguir nuestra eterna salvación. Gracias a ellas, aprendemos a conocernos mejor a nosotros mismos, a hacernos humildes, a recurrir con más frecuencia a la oración, al Señor, y a poner en Él toda nuestra confianza

«A los que aman a Dios, todas las cosas les contribuyen al bien». No contemplemos sólo los dolores y dificultades de la vida presente. No las contemplemos, sobre todo, de un modo aislado sino dentro de su verdadero fondo, dentro del marco general en que están encajadas. A la luz de la vida sobrenatural que poseemos, a la luz de nuestro vivir que es Cristo: Ser miembros de Cristo, saberse redimido, saber que se posee la vida y fuerza de Cristo y, al mismo tiempo, querer llevar una vida triste e inquieta es un contrasentido.

El Señor está cerca, más aún, está en medio de nosotros; La Santa Misa es la renovación constante de la venida del Señor a nosotros; pero es sólo una preparación, un anticipo, un comienzo de aquella otra venida, la del último día, que confiamos nos abrirá las puertas del Cielo. Vivamos preparados para ella en alegría expectante y unidos a la Virgen María: Ven Señor Jesús
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