Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Agradezco a Martín Ibarra esta serie de artículos para conocer la vida del sacerdote Jesús Arnal

Don Jesús Arnal, secretario de Durruti (1)

por Victor in vínculis

Hace unos años, aunque me llegó hace unos días, el diario Público colgó un artículo de Eduardo Bayona con el título: El cura que mandaba en la columna Durruti. En las primeras líneas se leía que «el jefe libertario (Durruti) acogió como protegido y ayudante durante su campaña en el frente de Aragón a Jesús Arnal, un sacerdote de Candasnos al que el jefe anarquista de ese pueblo había salvado la vida en un juicio popular y que se mantuvo hasta el final de la guerra en el núcleo de mando de su milicia».

Público es un periódico digital de España. Se edita en Internet mediante la web de noticias generales Público.es, aunque desde su fundación en septiembre de 2007 y hasta febrero de 2012 tuvo una versión impresa. Algunos lo definen como «el periódico digital de izquierdas más radical del espectro mediático».

Por eso, tras la lectura de dicho artículo y con el famoso dicho: doctores tiene la Iglesia, me fui directamente a quién podía desbrozar mentiras y verdades en la historia de este sacerdote. Martín Ibarra Benlloch, doctor en Historia (1989) y que ha sido profesor en las Universidades de Zaragoza y Navarra [sobre estas líneas], nos ofrece esta historia, muy documentada y sin estridencias, sobre la vida del sacerdote Jesús Arnal. Le agradezco su generosidad, rapidez y bien hacer para poder colgar esta serie de artículos.

DON JESÚS ARNAL, secretario de Durruti (1). LOS SACERDOTES DE TORRES DEL OBISPO

por Martín Ibarra Benlloch

El sacerdote don Jesús Arnal, natural de Candasnos (Huesca), estaba de párroco en Aguinaliu, pequeño pueblo de Huesca próximo a Graus, en marzo de 1936. Escribió un libro con todo lo que le sucedió en aquellos días, Por qué fui secretario de Durruti, que se publicó en Andorra en 1972. El día 22 de julio se acercó a hablar con los sacerdotes Vicente Bonsón, párroco  de Torres del Obispo, localidad muy cercana y Tomás Lóriz, beneficiado. Esta es su narración:

“Mis nervios, ante tanta incertidumbre, no aguantaron más, y, exactamente el día 22, decidí poner en marcha mi gran Peugeot, bien repuesto de gasolina y aceite; coloqué en él las cosas que consideré más precisas, dejé la sotana en casa de la patrona y enfundado en mi traje de paisano, puse rumbo a Torres del Obispo parroquia vecina, pero perteneciente al Obispado de Barbastro. En ella estaban dos sacerdotes de Graus, el uno llamado mosén Vicente, de Casa el Peperillo, y con el cual yo tenía bastante amistad.

Por la edad, yo a su lado podía pasar por un chiquillo, y ésta fue la razón que me impulsó a dirigirme a Torres; a fin de consultar con los compañeros de más edad y determinar nuestra futura actuación.

Ya no me atrevía a entrar con el coche en el pueblo y lo dejé medio camuflado en un bosquecillo de encinas. Con tranquilidad aparente me interné por las calles, encaminando mis pasos hacia la Casa Rectoral. No es para ser descrita la impresión desfavorable que les causó mi presencia, cubierto con aquella indumentaria, ya que para nosotros, los sacerdotes antiguos, era la sotana una presa tan sagrada que el despojarse de ella en público era cargar con una nota poco agradable.

-¿Qué le pasa, mosén Jesús?

-¿Tanto miedo tiene, para venir vestido con esa indumentaria?

-Un poco de calma y no se escandalicen de verme así. Vengo a consultar con ustedes, como mayores de edad, para resolver lo que debemos hacer en estas críticas circunstancias. Les veo demasiado tranquilos, como si nada sucediese y nada tuviesen que temer. ¿Es que no están al corriente de las últimas noticias y no saben lo que en España acontece? Primeramente les expondré mi parecer. He estado constantemente a la escucha de la radio y, por las noticias recibidas, me parece que las cosas se están poniendo dramáticamente feas, y sobre todo para nosotros los sacerdotes. Por precaución he dejado mi coche a las afueras del pueblo y está bien repostado de gasolina. Tomemos el coche y larguémonos directamente a la frontera, en espera de acontecimientos.

-¿Pero, te has vuelto loco? ¿Has llegado a imaginar que en Graus pueda suceder algo? ¡Vamos, hombre! ¡Una población tan tranquila! No, hombre, no, esto es una pequeña revuelta y en pocos días quedará solucionada.

-¿A favor de quién?

Ya no sabían qué contestar, pero daban la impresión de estar convencidos de que se trataba de un asunto de poca monta y que era una especie de conato desorganizado, como el anterior de Sanjurjo.

-¿Pero, es que no escuchan y calibran las noticias? Naturalmente que no debemos creer a pies juntillas las noticias que se reciben de uno y otro bando, pero sí compararlas, promediarlas y establecer la posible verdad. Esto he hecho yo, y por las confusas noticias de la radio de una y otra parte me parece poder presentar el siguiente panorama: por una parte, el gobierno republicano tiene bajo su control, además de la capital, los principales centros industriales, como son toda Cataluña y Levante, más la totalidad del Norte; le son leales la mayoría de la armada y guarniciones importantes. Por el otro lado, suenan nombres de generales de mucho valor y de mucho prestigio dentro del Ejército y saben muy bien lo que han puesto en juego; por tanto, tendrán que luchar hasta el fin. Yo no sé, ni puedo saber de qué lado se inclinará la balanza, pero preveo una lucha larga y muy dura; por ello, creo que lo más prudente en nosotros, es largarnos a la frontera antes de que sea demasiado tarde.

Toda mi argumentación fue inútil y no hubo forma de convencerles; parecía que me tenían algo de compasión, creyendo mi actuación fruto de un gran miedo. El tiempo me dio la razón, y, pocos días después, antes de finalizar el mes, los dos sacerdotes caían asesinados. ¡Y eso que en Graus no podía suceder nada!”(pp. 25-27).

La tranquilidad de los sacerdotes de Torres del Obispo duró poco, pues el viernes 24 de julio abandonaron la Casa Rectoral de Torres del Obispo y se refugiaron en una caseta de los alrededores. Les llegaron noticias de las violencias que se cometían contra los sacerdotes y, sobre todo, comenzaron a ver las columnas de humo de las parroquias cercanas, como la de Olvena, cuya iglesia había sido quemada el día anterior 23 de julio. También circuló mucho la noticia de la detención y asesinato de don Mariano Nacenta párroco de Artasona, que fue precipitado desde el puente de El Grado al río Cinca.

Durante unos días el vecino de Torres del Obispo Andrés Burrel Sopena les facilitó la comida. Estuvieron unos días, hasta que el miércoles 29 fueron detenidos en el puente de Resordi, de Graus, al ser reconocidos por la guardia. Ambos morirán mártires a los pocos días [ndr. como decíamos al principio se trata de Vicente Bonsón, párroco  de Torres del Obispo (bajo estas líneas, su autógrafo), y Tomás Lóriz, beneficiado].

Mosén Jesús Arnal, que huyó, comenzaba una odisea increíble, en la que se debatió entre la vida y la muerte, su lealtad a Jesucristo y a la Iglesia, el hacer todo el bien posible colaborando como escribiente en una Columna anarquista mandada por Durruti…

¿Podía un sacerdote colaborar con una Columna anarquista?

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