Viernes, 19 de abril de 2024

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La otra anécdota inédita de Franco que les prometí

La otra anécdota inédita de Franco que les prometí
Carmen Franco con sus padres

por En cuerpo y alma

 

            Cuando hace ya unos meses les conté la anécdota inédita de Franco que me relató mi querido tío Luis (pinche aquí si quiere conocerla), prometí desvelarles también otro “sucedido” de la "pequeña historia" -esa que no trasciende y en la que a menudo se hallan tantas claves- llegado a mis oídos, y que voy a rescatar ahora para que no caiga para siempre en el olvido.

             A mí me la contó el cajero de la agencia bancaria en la que yo trabajaba. El había sido botones del hotel Ritz de Madrid. Ya saben, ese que era tan estricto que el actor norteamericano James Stewart no pudo alojarse en él por dedicarse a la farándula, y sólo gracias a que recordó a tiempo que además de actor era también general de brigada del mayor ejército del mundo, pudo conseguir estampar su nombre en el libro de huéspedes del hotelito en cuestión.

             Pues bien, entre sus estrictas normas, tenía también el Ritz aquélla que impedía jugar a las cartas en sus salones.

             Un día, sin embargo, saltó la alarma cuando los empleados de la cafetería se percataron de que en una mesa, una serie de personas estaban haciendo precisamente eso, jugar a las cartas.

             La cosa no habría tenido mayor trascendencia, -seguramente había ocurrido ya más de una vez y siempre se había resuelto sin mayor dificultad-, salvo por el hecho de que, en esta ocasión, una de las personas que jugaba era ni más ni menos que “Carmencita”, la inefable “Carmencita”, vamos, la mismísima hija del Generalísimo en persona.

             Se pueden Vds. imaginar el revuelo en el emblemático hotel. ¿Y quién le dice ahora a la hija del feroz dictador que en el hotel Ritz no se pude jugar a las cartas?

             Como es lógico, la cosa llegó a la mismísima dirección del establecimiento. Cuando el director del hotel fue puesto en antecedentes, seguramente deseó no haber ido ese día a trabajar. No todos los días hay que reconvenir a la hija de un jefe de Estado.

             Con toda probabilidad, lo primero que se planteó fue la posibilidad de hacer la vista gorda y a otra cosa mariposa. Al fin y al cabo, “toda regla tiene su excepción”, “quien hace la ley hace la trampa”, “haz bien y no mires a quien”, “quien tiene boca se equivoca”, en fin, tantos refranes…

             Existía también otra alternativa, no menos “seductora”, cual la de “escaquearse” y encomendar a cualquier subalterno el encargo de informar a los componentes de la timba de las estrictas normas del establecimiento.

             Pero según se diría, aquel director, cuyo nombre desconozco, no era de ésos: ni de los que hace la vista gorda, ni de los que se escaquea. Y decidió tomar el toro por los cuernos y acometer él mismo, en persona, la ingrata tarea que el destino había deslizado tan suavemente entre sus brazos.

             Así que se acicaló lo mejor que pudo, -no puedo evitar imaginármelo atusándose cuatro pelos mal crecidos con una pizca de adherente salivilla-, seguramente practicó ante el espejo la mejor de sus caras mirándose los dientes (no sé por qué siempre lo hacemos así), ensayó las palabras de un improvisado discurso, preferentemente breve, varias veces, y sobre todo, cómo responder a un casi seguro “¡Vd. no sabe con quién está hablando”.

             Tragó saliva y abandonó su despacho, rumbo a lo que se presentaba como un despido seguro… y eso si la cosa no se complicaba y las consecuencias no eran aún peores.

             Con el discurso aprendido y con la mejor presencia y disposición de la que fue capaz en semejante tesitura, se acercó a la mesa en la que jugaba a las cartas la hija del tirano por la gracia de Dios con varios de sus amigos, e hizo saber a Doña Carmen Franco que en los salones del Hotel Ritz estaba estrictamente prohibido jugar a las cartas.

             Y bien, como era de esperar, pasó lo que tenía que pasar. Entre los presentes más de uno se lo había temido. “No podía ser de otra manera”, pensó otro… y “Carmencita” Franco pidió disculpas, aseguró no tener ni idea de la normativa del hotel... y dejó de jugar a las cartas. Tan sencillo como eso, dejó de jugar a las cartas, ¿pues no era eso lo que dictaban las normas del gran hotel?

             ¿Qué no era éste el final que Vd. esperaba? Vaya, discúlpeme Vd. por hacerle perder su tiempo con un desenlace tan aburrido.

             Ahora bien, si lo que quiere Vd. son finales divertidos, conozco otros. Pinche aquí y conocerá como resolvió un caso parecido el diputado de Coalición Democrática (vamos, el antiguo PP) José Miguel Bravo de Laguna Bermúdez, cuando fue pillado in fraganti robando un pijama en el Harrods de Londres. O aquí y sabrá cómo lo hizo el concejal de Seguridad, Movilidad y Fiestas Mayores de Sevilla, del Partido Socialista Obrero Español, Juan Carlos Cabrera, cuando exigió que en un restaurante y en plena pandemia, le pusieran una mesa para diez comensales que las normas de seguridad, que muy probablemente llevaban su propia firma, prohibían.

             “No sabe Vd. con quién está hablando” es lo menos que se oyó en ambos casos. El segundo, el concejal pesoíta que aún permanece en su cargo, incluso le mandó “un regalito” al establecimiento, para que lo aprendieran de una vez ("con quién estaban hablando").

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

 

            ©L.A.

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es. En Twitter  @LuisAntequeraB

 

 

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