Viernes, 19 de abril de 2024

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Para que crean que Tú me has enviado. Orígenes de Alejandría

Para que crean que Tú me has enviado. Orígenes de Alejandría

por La divina proporción


El Evangelio de hoy domingo nos habla de la resurrección de Lázaro. La resurrección no es revitalizar, es dar más vida a lo que tiene poca. Resucitar es volver a la vida desde un estado donde es imposible que pudiera existir vida previamente. Marta le comentó a Cristo que ya el cuerpo de Lázaro “olía” a putrefacción y que nada se podía hacer ya. Marta evidencia la desesperanza que todos llevamos dentro de nosotros. Es frecuente que veamos a Dios como un remedio para solventar problemas y no como Él Remedio universal.

Elevó, en verdad, los ojos a lo alto, porque elevó su inteligencia, haciéndola subir por medio de la oración a su excelso Padre. Por eso para orar siguiendo el ejemplo de Cristo es necesario elevar a lo alto los ojos de su corazón, apartándolos de las cosas presentes tanto en su memoria como en sus pensamientos e intenciones. Si se ha hecho, pues, una promesa a los que oran como es debido, según aquellas palabras: "Clamarás, y dirá: Aquí estoy" (Is 58,9), ¿qué habremos de pensar del Salvador? Iba a rogar por la resurrección de Lázaro, pero Aquel que sólo es buen Padre por excelencia, escuchó su oración antes de haberla concluido. Para terminar su oración, añade la acción de gracias diciendo: "Padre, te doy las gracias, etc., para que crean que Tú me has enviado". (Orígenes In Ioannem tom.28)

Los milagros de Cristo tuvieron tres objetivos:
  1. Enseñarnos de la misma forma que nos enseña mediante parábolas. Por ello todos los milagros tienen un sentido mucho más profundo que el hecho narrado. Orígenes se da cuenta y nos señala muchos aspectos del relato que podían quedar ocultos.
  2. Convencer a quienes todavía dudaban del poder de Dios y de que Cristo fuese el Hijo de Dios.
  3. Hacer un acto de misericordia a alguna persona conocida o desconocida.
En este pasaje Evangélico, Orígenes señala la forma en que Cristo oró: elevando sus ojos a lo alto del cielo y con ello, poniendo su inteligencia como medio de comunicación con Dios. Nos dice que así deberíamos orar. Orar apartándonos de lo cotidiano para dejar que nuestra inteligencia se encuentre con la Inteligencia de Dios. Como bien dice Orígenes, ya el Padre conocía la intención del Hijo antes de que se expresara mediante gestos y palabras. De igual forma, Dios conoce nuestras intenciones aún antes de empezar a pensar cómo le podemos pedir, alabar o adorar.

Normalmente oramos pidiendo que algo cambie en nuestras vida, pero parece que Dios no nos escucha. Algo falla en esto y es evidente. Lo primero es que la oración de súplica siempre debería incluir un “… en todo caso, hágase su Voluntad Señor”. Podemos pedir, pero la Voluntad de Dios siempre se cumple. ¿Entonces para qué suplicamos? Más bien deberíamos suplicar para que la Gracia de Dios nos permite sobrellevar o vencer aquello que parece imposible de soportar. Todo lo que podamos decir a Dios, Él ya lo conoce, pero quiere esperar a que humildemente abramos nuestro corazón para actuar en él y llevarnos hasta la santidad.

La santidad no es estado en el que todo nos salga bien no padezcamos. Tampoco nos concede poderes personales al estilo de los superhéroes. La santidad es algo tan sencillo que a veces cuesta entenderlo: se es santo en la medida que aceptamos la Voluntad de Dios en todo lo que hacemos. En el Evangelio de hoy, Marta desesperó. Marta esperaba a Cristo antes de la muerte de Lázaro, porque sabía que le podía curar. Pero tras la muerte de su hermano, todo dejó de tener sentido para ella. Quiera el Señor que la desesperanza no nos abata en los tiempos que vivimos. Cristo está con nosotros y la Voluntad de Dios siempre se cumple. Confiemos. Todo sea para mayor gloria de Dios.
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