Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Un nuevo episodio del "martirio del arte" en esta localidad toledana

Yepes (Toledo), 1936

por Victor in vínculis

En los días de la persecución religiosa, tras la inmolación de los sacerdotes [el párroco, siervo de Dios Ricardo Marín González y los dos coadjutores: siervos de Dios Nicasio Aparicio Ortega y Nicasio Carvajal Bugallo, este último además capellán de las Madres Carmelitas], el martirio del arte tuvo en Yepes (Toledo), de un solo golpe, un episodio más de los protagonizados por el marxismo del siglo XX al que «le estaba reservado el exterminio de todo lo que significara religión, arte e historia» (Rivera Recio).

Son muchas las publicaciones que pasan por alto lo sucedido en tantos templos de nuestra España. Cofradías y Hermandades los cuales, a veces incluso, desconocen que sus tallas son replicas hechas después del final de la Guerra Civil española o restauradas con los pocos trozos que, tras "su martirio", quedaron.

Del interior del templo parroquial de San Benito de Yepes fue deshecho el coro [sobre estas líneas] y fueron destruidos 27 altares completos con sus imágenes. De la capilla del Santo Cristo de la Vera Cruz, desapareció el excelente templete montado sobre grandes columnas, que contenía en su interior la imagen del Cristo.

En el tomo sexto del Diccionario geográfico universal, que comprehende la descripción de las cuatro partes del mundo, escrito por Antonio Vegas (Madrid, 1815), cuando llega al pueblo de Yepes (página 331), leemos:

«Hay una sola parroquia, que es muy capaz y de excelente arquitectura; en ella se veneran con grande culto una santa reliquia de un “Santo Dubio”, y una efigie del Santisimo Cristo de la Vera Cruz, que tiene en su ámbito una suntuosa capilla».

Según cuenta la tradición, hacia 1380 un sacerdote llamado Mosén Tomás, regía la pequeña localidad de Cimballa, a orillas del río Piedra, dentro del obispado de Tarazona en la provincia de Zaragoza. Celebrando un día el Sacrificio de la Santa Misa después de la consagración admitió la duda sobre la real presencia del cuerpo de Cristo en la forma consagrada y al mismo tiempo «reventó sangre por los extremos de la Hostia, con tanta cantidad, que alrededor de ella estaba ensangrentada como un dedo pequeño, extendiéndose por algunas partes y por otras menos, quedando la Hostia blanca, sin teñirse ni ensangrentarse la parte del corporal sobre que se hallaba, estando lo demás ensangrentado».

Una parte de ese corporal, tinto en sangre divina, prodigiosamente manifestada y conservada, es la que se veneraba con culto espléndido e incesante en la histórica villa de Yepes, desde 1602, cuando fue regalado a la villa por el monje jerónimo, Fray Diego de Yepes, obispo de Tarazona (Rivera Recio).

Quemada capilla, templete y Cristo durante los días de la persecucion religiosa, en el caso de la Santa Reliquia afirma Luis Moreno Nieto:

«Pero en el año 1936 llegaron los días aciagos de la revolución marxista, en que la iglesia fue saqueada y sus sacerdotes inmolados, y la santa reliquia desapareció, sin que se haya logrado saber lo que fue de ella; por más que se indagó no se consiguió nada. Al llegar la liberación y estando al frente de la diócesis Primada el inolvidable cardenal Gomá y su auxiliar, el hoy Obispo de Barcelona (Dr. Gregorio Modrego), y merced a las gestiones de nuestras autoridades eclesiásticas y gracias también a las de Cimballa, donde actualmente se encuentra la mayor parte de los Santos Corporales, se trajo a Yepes otra vez otro pedacito del Santo Corporal» (Provincia, nº 27, julio de 1960, página 41). El nuevo trocito del Santo Misterio de Cimballa llegó a la parroquia el 26 de junio de 1940.

Duele narrar en estas breves líneas cómo, en unos pocos meses, se destruyó el patrimonio religioso que manifestaba la fe de los yeperos: con un Cristo de la Vera Cruz que llegó a Yepes el 10 de abril del año 1568 (¡368 años de oración, devoción y procesiones!) y con una reliquia, empapada en la Sangre de Cristo, desde 1602 (¡334 años de devoción eucarística!).

«En guerra también desaparecieron un cuadro de Lucas Jordán, otro del pintor Rafael y un San Francisco, de marfil, como de dos tercios de alto que era una preciosidad y de valor incalculable artísticamente por lo perfecto de su trabajo».

Finalmente, terminamos hablando del retablo mayor de la parroquia de San Benito de Yepes para cerrar este episodio del martirio del arte en la localidad donde nació nuestro protagonista. Respecto al retablo principal en ningún sitio se encuentra fácilmente la información de lo que sucedió: ¿Cómo acabaron en plena guerra civil española los cuadros de Luis Tristán en el Museo del Prado para ser restaurados?

Precisamente en la página web del Museo del Prado al comentar el cuadro de Tristán de “María Magdalena” (que pertenecía al retablo parroquial de Yepes y que, junto con el de “Santa Mónica”, no se devolvió, y permanece en el museo madrileño) se lee:

«Pintada por Tristán en 1616, esta pintura procede del retablo de la iglesia parroquial de Yepes (Toledo), donde formaba parte de un conjunto de retratos de santos que acompañaban grandes lienzos con escenas de la vida de Cristo. Destruido parcialmente en 1936, las pinturas fueron restauradas en el Museo del Prado y se devolvieron al altar de su iglesia el 16 de septiembre de 1942, colocándose en su ubicación original».

¿Cuándo y porqué “se destruyeron parcialmente”?

Juan Carlos Ruiz Souza escribe en un artículo, dando un paso más en la información: «El retablo mayor de la parroquia toledana de San Benito Abad de Yepes también sufrió el zarpazo de la Guerra Civil Española (1936-1939) […]. Allí fueron restauradas [en el Museo del Prado], en plena guerra, por el equipo de restauradores que permaneció al pie del cañón en tales difíciles momentos… Allí fueron curadas de sus mortales navajazos las seis grandes escenas del retablo». De hecho, algún estudio explicita que se restauró «la Epifanía del Retablo de Yepes, obra de Luis Tristán, que llegó al Museo en siete pedazos».

Sin embargo, en algún otro artículo se lee: «el retablo de Yepes fue desmontado durante la Guerra Civil», como si se tratase de trabajos de restauración.

Es cierto que, si bien al retablo mayor no se le prendió fuego, con cuerdas se le desprendió de la pared, y cayó al suelo, las pinturas se libraron de la destrucción, pero no el retablo, que pudo ser reconstruido después de la guerra gracias a la documentación gráfica existente. De modo que, se destruyeron las esculturas de santos del retablo, y aunque los lienzos fueron desgarrados pudieron repararse en el Museo del Prado, y casi todos, como queda dicho, se devolvieron en 1942.

Finalmente, de antes del "martirio", dos escenas de la predela del retablo. Primero, la imposición de la casulla a San Ildefonso, y debajo la aparición de Santa Leocadia.

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