Sábado, 20 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio (Jn 20,19-31)

Recibid el Espíritu Santo

por La divina proporción

Dicen que el Espíritu Santo es el gran desconocido y seguramente tengan razón. No porque el Espíritu Santo no se manifieste y fortifique a la Iglesia, sino porque no somos capaces de ver su presencia y acción. Vivimos distraídos con los shows que el mundo prepara. El Espíritu Santo no llega haciendo ruido y tocando fanfarrias. Fue prometido a los Apóstoles en la intimidad y también llegó a ellos en lo íntimo de su comunidad. Elías no encuentra a Dios en el terremoto o la tormenta. Lo encuentra en la brisa suave que pasa desapercibida por todos, pero que está presente en todo lugar. Lo pueden leer en 1Re 19, 3-15

Hoy estamos acostumbrados a los grandes medios que nos deleitan con shows y espectáculos. Nos cuesta entender que la acción de Dios ni es pública ni es transmitida por los medios de masas. Pensemos en la segunda de las tentaciones a Cristo:

Después de esto le transportó el diablo a la santa ciudad de Jerusalén, y le puso sobre lo alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues está escrito: Que te ha encomendado a sus Ángeles, los cuales te tomarán en las palmas de sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra. Replicó Jesús: También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios. (Mt 4, 5-7)

A veces quisiéramos que la acción de Dios fuese de tal forma que nadie pudiera dejar de obedecerle. Pero tendremos que esperar al fin de los tiempos para eso ocurra. Dios nos deja espacio para que libremente le sigamos. El Espíritu Santo da fuerzas de manera misteriosa a que quienes lo necesitan y lo aceptan. Fuerzas que permiten que puedan seguir adelante día a día sin perder la Esperanza.

El evangelista Juan había dicho a propósito del Espíritu Santo: Aún no había sido entregado el Espíritu Santo, puesto que Jesús aún no había sido glorificado. Aún no había sido entregado el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque Jesús aún no había sido glorificado. Estaban, pues, a la espera de la donación del Espíritu, una vez glorificado Jesús. Es lógico, por tanto, que a la doble glorificación de la resurrección y ascensión correspondiese una doble donación del Espíritu. Uno solo fue quien lo dio, un único Espíritu fue lo que dio, a la unidad lo dio; pero dos veces lo dio. La primera, después de resucitar, cuando dijo a sus discípulos: Recibid el Espíritu Santo. Y sopló sobre sus rostros. (San Agustín. Sermón 265, 7)

Cristo sopla sobre nosotros por medio de los sacramentos. Sopla y espera que abramos la mente, el sentimiento y la acción a su Voluntad. Cuando eso ocurre, el Espíritu nos llena de Esperanza y da sentido a nuestra vida. Santo Tomás Apóstol dudaba, como muchos de nosotros. No aceptaba que Cristo estuviera vivo y presente y sólo lo vieran unos cuantos. Entonces el Señor le enseñó sus heridas y Santo Tomás no pudo dejar de aceptar la evidencia. “Dichosos los que creen sin haber visto”. Son dichosos porque no necesitan pruebas tangibles. En quienes el corazón está abierto al Espíritu no son necesarios los sentidos físicos ni cualquier tipo de apariencia en los medios. Ellos ven en el Espíritu y sienten la acción de Dios en ellos. Dios quiera que estemos entre estos bienaventurados y no dudemos de la presencia de Cristo entre nosotros.

...he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)

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