Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Te amo porque no te necesito

por Estamos en Sus Manos

Todos crecemos con carencias. Tenemos unas necesidades básicas, no sólo fisiológicas, también emocionales: necesidad de afecto, de valoración, de seguridad, de protección… pero esas necesidades nunca son cubiertas de un modo perfecto. ¿Que por qué? Porque nuestros padres no son perfectos, nuestros hermanos no son perfectos, nuestro mundo no es perfecto. Ya sabemos, el pecado. Cuando las figuras significativas de nuestra vida no cubren esas necesidades de un modo sano, nos causan heridas; y esas heridas generan carencias. Y esas carencias hacen que busquemos lo que nos falta a veces de un modo insano: en falsas personalidades, en otras personas, en compensaciones de cualquier tipo.

Un ejemplo 

Ilustrémoslo con un ejemplo. Un niño necesita sentirse validado por su padre para poder aceptar que tiene valor en sí mismo. Pero parece que su padre, que es muy exigente, nunca tiene suficiente, siempre le exige más: más notas, más educación, más fuerza de voluntad… El niño crece con la conciencia de que nunca hace lo suficiente para que su padre le valore, y crece con una duda sobre su propio valor; parece que su valor depende de que las figuras de autoridad le valoren, y parece que esa valoración depende de sus logros. Así se genera la herida, y la carencia: necesito sentirme valorado para poder creer que soy valioso. Pero ese niño crece, y la carencia sigue ahí; sigue sintiendo que no tiene suficiente valor, pero ya no mira a su padre, sino a sus compañeros, a su jefe, a sus amigos… entonces empieza a buscar el éxito para que ellos le valoren y así poder sentirse valioso. Como esto nunca colma la carencia (porque está en el pasado), parece que nunca es suficiente, y la búsqueda de éxito se convierte en el motor de la vida de esa persona, que nunca se acaba de sentir feliz porque nunca obtiene lo que busca. Obviamente, este proceso es inconsciente. Asimismo, es inevitable que crezcamos con heridas y con carencias. Nuestros padres lo hacen lo mejor que saben, pero a veces hacen cosas que no ayudan al crecimiento de sus hijos, sin intención. 

Buscando en otros...
 
Pues bien, cuando uno crece con una carencia, puede correr el riesgo de buscar en otros eso que le falta. Y esto es particularmente agudo en el amor, que es de lo que va este blog. Pongamos que una chica crece con una carencia de seguridad, y conoce a un chico fuerte que le hace sentir segura. Desde una perspectiva idealista podríamos decir que ese chico le completa. Sin embargo, si lo analizamos de cerca, veremos que esa chica cae en una dependencia que quizá tenga que ver poco con el amor. ¿Estoy contigo porque te quiero, o estoy contigo porque a través de ti sacio una carencia? Así visto, no es tan hermoso. Porque quizá esa chica se busca a sí misma en esa relación, y busca en el chico la seguridad del padre que nunca tuvo… Entonces se confunde el amor con la necesidad. Esa necesidad puede hacerse a veces ansiosa, celosa, posesiva… Necesito al otro como una droga sin la cual no puedo ser yo. Pero es que además no existe ningún ser humano perfecto. Y ese chico puede fallar a la chica: engañarla, aprovecharse, o sencillamente caer en un momento de inseguridad… ¿y entonces? Le puede hacer daño a ella, ahondar su herida, dejarla destrozada… O también ella puede caer en anteponer los intereses del otro a los suyos, negando lo que ella necesita para no perderle, porque está enganchada al chico, dependiente de él. Ésto, obviamente, puede funcionar en ambas direcciones. ¿No es esto lo que sucede muchas veces entre nuestros jóvenes?

Una comodidad insana
 
Hace poco, hablando con un joven, le decía que hay parejas que llegan a un insano punto de comodidad. Aparentemente todo va bien, llevan muchos años juntos y parece que no tienen problemas. Pero en no pocas ocasiones, eso es porque han encontrado un punto de equilibrio en que las carencias de ambos están cubiertas; pero basta que se de un cambio en alguno de ellos, o sobrevenga alguna circunstancia adversa para que ese delicado equilibrio se desestabilice, y salgan a la luz todos los problemas que estaban quedando soterrados. Todos hemos visto parejas acarameladas, que viven un intenso momento de fusión, y que pueden correr el riesgo de encerrarse. ¿Eso es amor platónico? Puede serlo. Pero puede ser también un síntoma de que en esa relación tienen mucha fuerza las carencias, y se ha caído en una mutua dependencia. Entonces en esa relación no busco al otro, sino lo que el otro me produce; no busco amar y entregarme al otro, sino que el otro sacie mis carencias. Y no será raro que, tarde o temprano, esa relación se descompense y empiecen a surgir los problemas: enfados, manipulaciones, reproches, posesividad, celos… Sin embargo, en una pareja acomodada, la crisis que inevitablemente sucederá puede ser una oportunidad para crecer. 

El papa me da la razón
 
El santo Padre ha hablado con mucho acierto de esto en la exhortación Amoris Laetitia, de la que recojo algunas frases que se entienden bien a la luz de lo dicho hasta ahora:
 
“Es comprensible que en las familias haya muchas crisis cuando alguno de sus miembros no ha madurado su manera de relacionarse, porque no ha sanado heridas de alguna etapa de su vida. La propia infancia o la propia adolescencia mal vividas son caldo de cultivo para crisis personales que terminan afectando al matrimonio. Si todos fueran personas que han madurado normalmente, las crisis serían menos frecuentes o menos dolorosas. Pero el hecho es que a veces las personas necesitan realizar a los cuarenta años una maduración atrasada que debería haberse logrado al final de la adolescencia.
 
A veces se ama con un amor egocéntrico propio del niño, fijado en una etapa donde la realidad se distorsiona y se vive el capricho de que todo gire en torno al propio yo. Es un amor insaciable, que grita o llora cuando no tiene lo que desea. Otras veces se ama con un amor fijado en una etapa adolescente, marcado por la confrontación, la crítica ácida, el hábito de culpar a los otros, la lógica del sentimiento y de la fantasía, donde los demás deben llenar los propios vacíos o seguir los propios caprichos. Muchos terminan su niñez sin haber sentido jamás que son amados incondicionalmente, y eso lastima su capacidad de confiar y de entregarse. Una relación mal vivida con los propios padres y hermanos, que nunca ha sido sanada, reaparece y daña la vida conyugal. Entonces hay que hacer un proceso de liberación que jamás se enfrentó.” (AL 239 – 240).


El proceso de sanación

¿Qué quiero decir con todo esto? Que es muy importante que en las relaciones de amor lo que me guíe no sea la carencia. Y para ello, es muy importante que los novios (o los esposos) hagan un proceso de sanación en el que sepan reconocer sus propias carencias, y puedan colmarlas de un modo sano que no me haga dependiente del otro. No pasa nada porque una relación entre jóvenes pueda estar teñida por esas carencias de ambos, pero es necesario que esa relación se purifique, y que cada uno pueda sanar esas heridas, para que no condicionen su relación, de modo que puedan elegirse libremente, y no por necesidad. Porque esa es la esencia del amor: te amo porque elijo amarte; no porque te necesito, no porque dependo de ti, o porque sin ti no soy verdaderamente yo, sino porque elijo amarte y entregarme libremente a ti, y buscar contigo lo que Dios quiere de nosotros. El amor es sobretodo entrega que mira el bien del otro. Pero si mi amor parte de mis carencias, entonces mi mirada sigue fija en mí aunque sea a través de la mirada del otro.

Tú no puedes hacerme feliz
 
¿No es cierto que muchos matrimonios se rompen por esto? ¿No es cierto que muchos jóvenes en sus relaciones de pareja se hacen heridas muy profundas debido a esto? Fijémonos que en esta perspectiva, yo no puedo pedirle al otro que llene mi corazón; no puedo pretender que el otro sea la solución a mis problemas y la saciedad de todos mis deseos. Por dos motivos. El primero, porque el otro es un ser humano, limitado y herido como yo; pedirle que sea todo lo que necesito es pedirle algo que no puede hacer. El segundo, porque sólo Dios es quien colma mi corazón, y nadie de carne y hueso puede hacerlo; ni siquiera mi esposo o mi novia.

El papa sigue dándome la razón
 
“Hay un punto donde el amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor. Nadie más puede pretender tomar posesión de la intimidad más personal y secreta del ser amado y sólo él puede ocupar el centro de su vida. Al mismo tiempo, el principio de realismo espiritual hace que el cónyuge ya no pretenda que el otro sacie completamente sus necesidades. Es preciso que el camino espiritual de cada uno le ayude a «desilusionarse» del otro, a dejar de esperar de esa persona lo que sólo es propio del amor de Dios” (AL 320).

Amor sano y libre

 
Cuando uno conoce sus carencias y está en camino de sanarlas, puede amar al otro libremente y entregarse a él sin buscarse a sí mismo, puede vivir un amor sano y libre, en que realmente elijo amar al otro, no por necesidad, sino por vocación, con el deseo de construir con él un proyecto cuyo centro sea el Señor, y no mis necesidades y carencias. Al fin y al cabo, sólo Dios puede hacerme feliz. Es cierto que en el matrimonio, el amor de Dios me llega a través del otro; pero no es menos cierto que no puedo pedirle al otro lo que sólo Dios me puede dar. Como dice un amigo mío: a mi eso de la media naranja no me gusta; lo mejor es dos naranjas enteras. De modo que el amante pueda decir al amado: te amo porque no te necesito. 
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