Viernes, 29 de marzo de 2024

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Contemplación de Jesús evangelizador (II)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Una visión global del Evangelio nos permite encontrar el hilo conductor de las palabras, de las acciones, de los milagros y de la misma persona del Salvador.

Jesús es el gran evangelizador, el Evangelio mismo.
 

 
El corazón se dilata al contemplarlo a Él y sentimos la urgencia de vivir y de ser como Él, entregados al Evangelio del Reino, extendiendo su Evangelio, contribuyendo al Reino de Dios.
 
Su pedagogía, en la que se aúnan las enseñanzas y los gestos, queda sellada con su modo mismo de ser y de vivir, los sentimientos profundos de su Corazón.
 
 

Entonces, contemplándolo, cada uno se siente urgido al seguimiento del Señor para compartir su vida y su misión.

 
Con el precioso estilo de Pablo VI al escribir, contemplamos a Jesús evangelizador en la exhortación "Evangelii Nuntiandi".

 

"7. Evangelizar: ¿Qué significado ha tenido esta palabra para Cristo? Ciertamente no es fácil expresar en una síntesis completa el sentido, el contenido, las formas de evangelización tal como Jesús lo concibió y lo puso en práctica. Por otra parte, esta síntesis nunca podrá ser concluida. Bástenos, aquí recordar algunos aspectos esenciales.
 
 
El anuncio del reino de Dios
 
 
8. Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios, tan importante que, en relación a él, todo se convierte en "lo demás", que es dado por añadidura. Solamente el reino es pues absoluto y todo el resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas maneras la dicha de pertenecer a ese reino, una dicha paradójica hecha de cosas que el mundo rechaza, las exigencias del reino y su carta magna, los heraldos del reino, los misterios del mismo, sus hijos, la vigilancia y fidelidad requeridas a quien espera su llegada definitiva.
 
 
El anuncio de la salvación liberadora
 
 
9. Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo, y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre.
 
 
A costa de grandes sacrificios
 
 
10. Este reino y esta salvación —palabras clave en la evangelización de Jesucristo— pueden ser recibidos por todo hombre, como gracia y misericordia; pero a la vez cada uno debe conquistarlos con la fuerza, "el reino de los cielos está en tensión y los esforzados lo arrebatan", dice el Señor, con la fatiga y el sufrimiento, con una vida conforme al Evangelio, con la renuncia y la cruz, con el espíritu de las bienaventuranzas. Pero, ante todo, cada uno los consigue mediante un total cambio interior, que el Evangelio designa con el nombre de metánoia, una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón.
 
 
Predicación infatigable
 
 
11. Cristo llevó a cabo esta proclamación del reino de Dios, mediante la predicación infatigable de una palabra, de la que se dirá que no admite parangón con ninguna otra: "¿Qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad"; "Todos le aprobaron, maravillados de las palabras llenas de gracia, que salían de su boca..."; "Jamás hombre alguno habló como éste". Sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso cambian el corazón del hombre y su destino.
 
 
Signos evangélicos
 
 
12. Pero El realiza también esta proclamación de la salvación por medio de innumerables signos que provocan estupor en las muchedumbres y que al mismo tiempo las arrastran hacia El para verlo, escucharlo y dejarse transformar por El: enfermos curados, agua convertida en vino, pan multiplicado, muertos que vuelven a la vida y, sobre todo, su propia resurrección. Y al centro de todo, el signo al que El atribuye una gran importancia: los pequeños, los pobres son evangelizados, se convierten en discípulos suyos, se reúnen "en su nombre" en la gran comunidad de los que creen en El. Porque el Jesús que declara: "Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades, porque para eso he sido enviado", es el mismo Jesús de quien Juan el Evangelista decía que había venido y debía morir "para reunir en uno todos los hijos de Dios, que están dispersos". Así termina su revelación, completándola y confirmándola, con la manifestación hecha de Sí mismo, con palabras y obras, con señales y milagros, y de manera particular con su muerte, su resurrección y el envío del Espíritu de Verdad".

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