Jueves, 25 de abril de 2024

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La santidad de los consagrados (Palabras sobre la santidad - XVII)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Los religiosos y, en general, los consagrados, en la inmensa variedad de formas eclesiales manifestada en Órdenes, Congregaciones, Institutos, Sociedades de vida apostólica, extraen las consecuencias del bautismo para seguir a Cristo pobre, casto y obediente.
 
 
Ellos son un signo del cielo, del Reino de Dios, con un estilo de vida semejante a Cristo e insertándose, según la propia vocación, en modos concretos o carismas, según la variedad de la vida religiosa: la contemplación, la asistencia a ancianos o enfermos, el mundo de la pobreza, la enseñanza, la predicación, etc...
 
La santidad es un camino básico para todos los consagrados. Siguiendo a Cristo, ya que el seguimiento define la vida religiosa, se santifican en la medida en que viven sus votos religiosos y se entregan fielmente a su propio carisma:
 
 
"El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para traer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia...
 
Por consiguiente, el estado constituido por la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo de manera indiscutible, a su vida y santidad" (LG 44).
 
Quienes se han consagrado a Dios en pobreza, castidad y obediencia, asumen un peculiar modo de vida en la Iglesia como camino de santidad y perfección evangélica. Así se santifican ellos y santifican a su vez a la Iglesia, siendo por la santidad de vida -no por los discursos, las denuncias o el disenso- un anuncio profético que a todos invita a la entrega al Señor.
 
La vida de los religiosos y consagrados es un desafío. No se acomodan al mundo ni se adaptan a la secularización del mundo, sino que permanecen firmes como baluarte señalando a Cristo sin concesiones. No se mundanizan, sino que renuevan todas las cosas por la radicalidad del seguimiento, su consagración y su amor incondicional a la Iglesia (su sentir eclesial, su sentido de Iglesia grabado en las almas). No desafían a la Iglesia con la palabrería del pensamiento secularizado, sino que su desafío es el mundo que está de vuelta de todo, su desafío es dar una respuesta certera a quien de verdad busca a Dios y un seguimiento radical. El reto que asumen es permanecer fieles a la Iglesia sin atender los cantos de sirena de la cultura secularizada o incluso de la secularización interna de la Iglesia. Ellos, los consagrados, son un baluarte firme. Así viven la santidad a la que están llamados.
 
Los religiosos y consagrados se santifican cuando son fieles a su propia naturaleza de consagrados sin concesiones ni falsas adaptaciones.
 
"El complejo social y cultural de nuestra ciudad, en el que os toca actuar, exige de vuestra parte, además de una constante atención a los problemas sociales, una valiente fidelidad al carisma que os caracteriza. Desde sus orígenes la vida consagrada se ha caracterizado por su sed de Dios, 'quaerere Deum'. Que vuestro primer y supremo anhelo sea, por tanto, testimoniar que Dios tiene que ser escuchado y amado con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que cualquier otra persona o cosa. No tengáis miedo de presentaros, incluso visiblemente, como personas consagradas, y tratad con todos los medios de manifestar vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que habéis dejado todo. Asumid el conocido lema programático de san Benito: 'No antepongáis absolutamente nada al amor de Cristo'" (Benedicto XVI, Disc. a los religiosos y miembros de Sociedades de Vida apostólica de Roma, 12-diciembre-2005).
 
Por la vida de fidelidad de cada consagrado, su seguimiento de Cristo en pobreza, obediencia y castidad, sus horas de oración, la fraternidad que expresa y difunde viviendo en comunidad, cada uno de ellos es una llamada a la santidad para quien los trate. Cada religioso, viviendo así, espolea la conciencia de todo bautizado, sacerdote o fiel, para que se interrogue sobre su propio anhelo de santidad.
 
Religiosos así, comprometidos en la santidad, son la mejor voz profética y la más clara llamada a la santidad para todos.
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