Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Superación

Con todo lo que nos queda

por Una fe con chispa

 
 
Quiero compartir con ustedes el secreto
que me ha llegado a alcanzar todas mis metas:
mi fuerza reside únicamente en mi tenacidad.
-Louis Pasteur-
 
    - ¿Sabes, Pedro, ¿quién es Itzhak Perlman?
    - Ni idea.
    -Un famoso violinista.
    -Pues anda, como para saberlo. A mí me saca de la música moderna y me pierdo.
    -O sea que no te interesa.
    -Todo lo contrario. Seguro que tiene algo que enseñarme,¿no?
     -Tú verás. Te cuento.
 
     El 18 dé noviembre de 1994, Itzhak Perlman, el violinista, entró al escenario para dar un concierto en el Avery Fisher Hall del Centro Lincoln en la ciudad de Nueva York. Para Perlman llegar al escenario no es un pequeño logro. Tuvo polio cuando fue niño, tiene ambas piernas sujetas con correajes y camina con la ayuda de dos muletas.
     Verlo cruzar por el escenario dando cada paso costosa y lentamente, es una visión asombrosa. Camina penosa, pero majestuosamente, hasta que llega a su silla. Entonces se sienta lentamente, pone sus muletas en el suelo, afloja los sujetadores de sus piernas, coloca un pie hacia atrás y extiende el otro hacia adelante, luego se inclina y levanta el violín, lo pone bajo su mejilla, hace una señal al director y comienza a tocar.
     La audiencia está acostumbrada a este ritual. Pero el 18 de noviembre ocurrió lo imprevisto. Justo cuando él terminaba sus primeras estrofas, una de las cuerdas de su violín se rompió. Se pudo escuchar el ruido, sonó como un tiro atravesando el salón. No había equivocación sobre lo que ese sonido significaba. No había tampoco dudas sobre lo que él tendría que hacer. Los que estaban allí esa noche, pensaron para sí mismos -"tendrá que levantarse, ponerse los correajes nuevamente, levantar las muletas y arrastrarse fuera del escenario, ya sea para encontrar otro violín o para encontrar otra cuerda para el suyo".
Pero no lo hizo. Sin moverse de su silla, esperó un momento, cerró sus ojos y luego hizo la señal al director de comenzar nuevamente.
 
     La orquesta comenzó, y el tocó desde el punto en el que se había detenido. ¡Y tocó con tanta pasión y tanto poder y tanta pureza, como ellos nunca lo habían escuchado antes! Por supuesto, todo el mundo sabía que es imposible interpretar un trabajo sinfónico con solo tres cuerdas, pero esa noche Itzhak Perlman rehusó saberlo. Se le veía modulando, cambiando, recomponiendo la pieza en su cabeza. En un punto eso sonó como si estuviera sacando el tono de la cuerda que se había roto y extrayendo, de las tres restantes, nuevos sonidos de ellas que nunca habían dado antes.
     Cuando terminó, hubo un impresionante silencio en el salón... y entonces la gente se levantó y lo aclamó. Hubo un extraordinario aplauso proveniente de cada rincón del auditorio. El sonrió, se secó el sudor de sus cejas, hizo una inclinación agradeciendo los aplausos y luego dijo con toda sencillez:
 
      -Ya saben, ¿qué les voy a decir? Algunas veces la tarea del artista es descubrir cuanta música puede uno hacer con lo que aún le queda...

      -¿Qué te parece, Pedro? Aquí hubo un hombre que se ha preparado toda su vida para hacer música con un violín de cuatro cuerdas, pero que, repentinamente, en medio de un concierto, se encuentra con solo tres, así que él hace música con tres cuerdas y la música que hizo esa noche fue más hermosa, más sagrada, más memorable que ninguna de las había hecho con un violín de cuatro cuerdas.
      -Está claro, profe. Nuestra tarea en este mundo que vivimos, confuso, inestable y que cambia velozmente, es hacer música; al principio con todo lo que tenemos y luego, cuando eso ya no es posible, ¡hacer música con todo lo que nos quede!
      -Eso es. Has entendido la enseñanza
      -Sí, pero recuerde que a mí me gusta la música moderna y ahí, practicamente,  no hay violines.
      -¡Qué paciencia, Señor! ¡Qué paciencia!
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