Martes, 23 de abril de 2024

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«¡Epheta!», que quiere decir «¡Ábrete!»

por Angel David Martín Rubio

 

En el Evangelio de  este Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, escuchamos cómo Jesús cura a un sordomudo. Lo había anunciado gozosamente el profeta Isaías en la primera Lectura (Is 35,4-7):

«viene Él mismo a salvaros. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo».

Y ahora se cumple en Jesucristo que atiende la petición de la gente que le rodea y se interesa por un sordomudo, que le traen a su presencia. Jesús abre los oídos del sordo para que pueda oír y escuchar, luego desata su lengua para que pueda hablar y expresarse, para que escuche y pueda responder, para que oiga la palabra de Dios y dé cumplida respuesta.

La Iglesia ha conservado este signo de Jesús en la liturgia del Bautismo. Sobre el bautizado, el sacerdote señala sus labios y sus oídos para significar el deseo de que el nuevo cristiano tenga el oído bien dispuesto para escuchar la palabra de Dios y la lengua bien dispuesta para dar testimonio de su Fe.

Pero no basta con haber sido bautizados, no basta con haber recibido la gracia de poder oir. Hay que conservar y aumentar esa gracia con la fidelidad en la escucha y en la respuesta, con un comportamiento acorde con nuestra dignidad de cristianos. Entre nosotros abundan los bautizados que se vuelven a convertir en sordos y mudos. Sordos y mudos espirituales, pecadores que ya no escuchan la voz y las advertencias de Dios; que nunca rezan ni hablan con Él para darle gracias y pedirle lo que realmente necesitan; que nunca acuden a pedirle perdón en el Sacramento de la Confesión porque «lo peor del mundo no es el pecado; es la negación del pecado por la conciencia torcida» (Mons. Fulton Sheen)…

En mayor o menos grado todos podemos encontrarnos en esta o parecida situación: ¿Cómo salir de ella? Imitando la conducta de Jesucristo en el milagro de la curación del sordomudo

1.    Hagamos todo el bien que podamos. El Evangelio nos presenta la actividad de Jesucristo: «En aquel tiempo salió Jesús del territorio de Tiro, fue por Sidón y atravesó la Decápolis hacia el lago de Galilea…». Consagremos también nosotros al servicio de Dios y del prójimo todas nuestras energías. Que cada uno de nosotros pueda merecer el elogio que hicieron de Jesús: «Todo lo ha hecho bien». Precisamente en la segunda lectura nos recuerda el apóstol Santiago la importancia de atender el prójimo, de escuchar y acoger sus necesidades.

2.    Levantemos frecuentemente nuestro corazón y nuestros ojos al cielo: recogerse, orar, pedir la gracia del Espíriu Santo y serle fieles, ofrecer a Dios todas nuestras acciones y pedirle que nos ayude a obrar santamente, fieles al criterio ignaciano: ad maiorem Dei gloriam, todo para la mayor gloria de Dios.

Pidamos al Señor que repita hoy entre nosotros el milagro del Evangelio.

Que nos cure cuando somos sordos y mudos espirituales. Que abra nuestros oídos para ser fieles a su gracia, obtener el perdón de nuestros pecados y poder alabare por toda la eternidad en el cielo.

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