Martes, 19 de marzo de 2024

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La Asunción de Santa María en cuerpo y alma a los Cielos (C)

por Victor in vínculis

El día más hermoso de mi vida. Se llamaba Jakob Gapp, había nacido en 1897 en el Tirol austríaco. Era sacerdote profeso de la Compañía de María (marianistas). Se cuenta que, siendo ya profesor, durante el invierno renunciaba a calentar su habitación para dar el combustible a las familias más necesitadas. Estudió con afán las cartas pastorales de los obispos alemanes y austríacos, así como la encíclica Mit Brennender Sorge de Pío XI, madurando en él la convicción de que los principios del nacionalsocialismo eran incompatibles con la enseñanza de la doctrina católica, por lo cual predicaba esta verdad, desde la cátedra como desde el púlpito.

Pronto la Gestapo le prohibió dar clases. Sus superiores le enviaron de Austria a la ciudad francesa de Burdeos y de allí pasó a España, un mes después de finalizada nuestra Guerra Civil. Trabajó en San Sebastián, en Cádiz y en Valencia.

Fue tanta la influencia que ejerció contra el sistema diabólico de Hitler, que la Gestapo elaboró un plan para llevarle hasta Hendaya, allí detenerle, y trasladarlo a Berlín. El 13 de agosto se le informó de que sería ejecutado ese mismo día. Fue guillotinado en la cárcel berlinesa de Plötzensee. Sus cartas de despedida constituyen conmovedores testimonios de fe. ¡Qué visión tan sobrenatural!

Cuando esta carta llegue a vuestras manos, estaré ya en un mundo mejor… Hoy será ejecutada la sentencia. A las siete de la tarde, iré a casa de mi querido Salvador, a quien siempre amé fervientemente… De todos me acordaré en el cielo. Desde mi detención, durante todo este difícil tiempo, no he dejado de rezar por vosotros y lo seguiré haciendo desde el cielo. Transmitiré también de vuestra parte cordiales saludos a todos nuestros queridos difuntos. Después de una dura lucha interior, me he llegado a convencer de que hoy es el día más feliz de mi vida… ¡Todo pasa, sólo el cielo permanece! Volveremos a estar juntos. ¡Y entonces ya no habrá separación posible!

El 13 de agosto de 1920 empecé mi noviciado, el año más feliz de mi vida. Y hoy, 13 de agosto de 1943, espero poder comenzar la vida de la felicidad eterna...

El Padre José María Salaverri, en su hermosa biografía sobre el Beato Jakob Gapp, termina recogiendo su amor por María Santísima: A veces -afirmaba- me invade el desaliento ante las dificultades de mi trabajo. Pero cuando pienso en la felicidad de ser un hijo escogido de nuestra Madre del Cielo… vuelvo a cargar con ánimo fuerte y generoso mi cruz.

Y en el interrogatorio al que fue sometido por la Gestapo, decía: No pretendo obligar a nadie a pensar como yo. Pero estoy convencido de que es necesario que un cierto número de sacerdotes y de fieles católicos dé testimonio de la verdad católica, despreciando toda componenda con el mundo.

Frente a tantos que acomodan su conciencia a intereses o a las ideologías de moda, el tiempo aquilata el testimonio de estas personas, fieles a la verdad y a su conciencia1.

Y en esta fiesta de la Asunción no debemos dejar de repetirnos que caminamos esperanzados hacía el día más hermoso de nuestra vida, cuando lleguemos al Cielo. Así lo expresa un himno de la Liturgia de las Horas:

Cuando la muerte sea vencida

y estemos libres en el reino,

cuando la nueva tierra nazca

en la gloria del nuevo cielo;

cuando tengamos la alegría

con un seguro entendimiento

y el aire sea como una luz

para las almas y los cuerpos,

entonces, sólo entonces,

estaremos contentos.

 

Cuando veamos cara a cara

lo que hemos visto en un espejo

y sepamos que la bondad

y la belleza están de acuerdo,

cuando, al mirar lo que quisimos,

lo veamos claro y perfecto

y sepamos que ha de durar,

sin pasión, sin aburrimiento,

entonces, sólo entonces,

estaremos contentos.

 

Cuando vivamos en la plena

satisfacción de los deseos,

cuando el Rey nos ame y nos mire,

para que nosotros le amemos,

y podamos hablar con Él

sin palabras, cuando gocemos

de la compañía feliz

de los que aquí tuvimos lejos,

entonces, sólo entonces

estaremos contentos.

 

Cuando un suspiro de alegría

nos llene, sin cesar, el pecho,

entonces -siempre, siempre-, entonces

seremos bien lo que seremos.

Pero ¿cuál es la clave fundamental de esta solemnidad que hoy celebramos? La profunda fe de la Virgen en las palabras de Dios se refleja con nitidez en el cántico del Magnificat. Con este canto María muestra lo que constituyó el fundamento de su santidad: su profunda humildad2.

Podríamos preguntarnos en qué consistía esa humildad. A este respecto, es muy significativa la turbación que le causó el saludo del ángel: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,28). Ante el misterio de la gracia, ante la experiencia de una presencia particular de Dios, que fijó su mirada en Ella, María experimenta un impulso natural de humillación. Es la reacción de la persona que tiene plena conciencia de su pequeñez ante la grandeza de Dios.

Esa humildad de espíritu, esa sumisión plena en la fe, se expresó de modo especial en su Fiat: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Gracias a la humildad de María pudo cumplirse lo que cantaría después: Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo (Lc 1,48-49).

A la profundidad de la humildad corresponde la grandeza del don. El Poderoso realizó por Ella grandes obras (Lc 1,49), y Ella supo aceptarlas con gratitud y transmitirlas a todas las generaciones de los creyentes. Este es el camino hacia el Cielo que siguió María, Madre del Salvador, precediendo en él a todos los santos y beatos de la Iglesia.

Bienaventurada eres tú, María, elevada al cielo en cuerpo y alma. El papa Pío XII definió esta verdad para gloria de Dios omnipotente (...), para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia3.

Terminamos con una bella evocación que san Juan Pablo II pronunció cuando se celebraban los cincuenta años de la proclamación del  dogma de la Asunción:

Y nosotros nos regocijamos, oh María elevada al cielo, en la contemplación de tu persona glorificada y, en Cristo resucitado, convertida en colaboradora del Espíritu Santo para la comunicación de la vida divina a los hombres.

En ti vemos la meta de la santidad a la que Dios llama a todos los miembros de la Iglesia.

En tu vida de fe vemos la clara indicación del camino hacia la madurez espiritual y la santidad cristiana.

Contigo y con todos los santos glorificamos a Dios trino, que sostiene nuestra peregrinación terrena y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén

 

1 José María SALAVERRI, Santiago Gapp. Pasión por la verdad frente al nazismo, pág. 210 ss. (Madrid 1996).

2 JUAN PABLO II, Homilía del 1 de noviembre de 2000.

3 PÍO XII, Munificentissimus Deus, AAS 42 (1950) 770

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