Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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El frente está en todas partes

por El rostro del Resucitado


Sí, “el frente está en todas partes”, y no me refiero –como alguien podría pensar, por la trágica actualidad de estos días– al combate contra el fanatismo yihadista, sino al título del último libro publicado por la editorial Nuevo Inicio, de Granada, que ofrece una amplia selección de textos –cuatrocientas páginas– del escritor francés Charles Péguy, con ocasión del centenario de su muerte, acaecida en septiembre de 1914.

 



Nuevo Inicio es una joven editorial promovida por el arzobispo de Granada, Mons. Javier Martínez, y un grupo de fieles cristianos. Conviene estar atento a los títulos publicados, ya más de cuarenta, pues podemos encontrar entre ellos interesantes novelas, biografías, monografías o ensayos de carácter filosófico, teológico, social o económico.

 

Acabo de terminar la lectura de la amplia y documentada introducción al volumen señalado, que firman el propio arzobispo, Mons. Martínez, y el traductor, Sebastián Montiel. La recomiendo vivamente, porque creo que arroja mucha luz sobre el momento presente de nuestra cultura y sobre la vocación y misión de la Iglesia –es decir, de cada uno de nosotros– en la realidad que nos toca vivir. Destaco únicamente una de las afirmaciones desarrolladas en la introducción, que justifica el título del libro.

 

La frontera está en todas partes

 

Péguy escribía en 1911:

 

“La guerra bate el umbral de nuestras puertas. No tenemos necesidad de ir a buscarla, de ir a llevarla. Ella nos busca. Y nos encuentra. Las virtudes que sólo se requerían de los militares, por así decir, de los hombres de armas, del señor con armadura, se requieren hoy de esa mujer y de ese niño. De ahí que nuestras constancias, de ahí que nuestras fidelidades, de ahí que nuestras creencias, reciban esa grandeza trágica, de ahí que se revistan de ella, de esa grandeza única, de esa trágica belleza obsidional, única en el mundo, de esa belleza de fidelidad en pleno asedio, que constituye la grandeza, que constituye la trágica y única belleza, de los grandes sitios militares. […] Hoy estamos todos situados en la brecha. Todos estamos en la frontera. La frontera está en todas partes. La guerra está en todas partes, hecha añicos, troceada en mil pedazos, desmigajada. Estamos todos situados en las marcas del reino. Todos somos marqueses”.

 

Todos somos “marqueses”

 

En efecto, los “marqueses” eran originariamente los señores de las fronteras del reino, los que defendían y administraban una “marca” dentro del imperio. Recordemos la “Marca Hispánica”, que actuaba de frontera con los territorios musulmanes. Siempre ha habido quienes han tenido la misión, y muchas veces la vocación, de asumir esta defensa, de estar “en la brecha”. Pero lo que decía Péguy hace cien años, y que hoy es aún más cierto que entonces, es que “todos estamos situados en la brecha”, porque la brecha, el frente, está en todas partes.

 

Y esto por un doble motivo. En primer lugar porque el Reino está hecho añicos, está desmigajado. La civilización cristiana, la “ciudad de Dios” en medio de los hombres, el viejo mundo que había ido siendo lentamente regenerado, renovado, edificado por la fe hasta constituir una verdadera civilización, ya apenas existe. O al menos está “troceado”, como escribía Péguy. Hoy más que ayer. “La guerra” –entendida en sentido cultural y religioso, es decir, humano– “bate el umbral de nuestras puertas”. Ya “no tenemos necesidad de ir a buscarla… Ella nos busca. Y nos encuentra”. Está en todas partes, en todos los ámbitos de la vida: afectivo, social, laboral, antropológico… Ya no hay dentro ni fuera, no hay lugar seguro y confín que defender, sino que en toda circunstancia el cristiano necesita esas virtudes que antaño “sólo se requerían de los militares, de los hombres de armas”. La virtud de Péguy, su genialidad, consiste en haber descrito proféticamente esta “descristianización” del mundo moderno, señalando no sólo los factores externos, que otros autores han sabido señalar también agudamente –pensemos en El drama del humanismo ateo de Henri de Lubac–, sino los procesos internos que han vaciado la fe cristiana y han hecho de la Iglesia una realidad en muchas ocasiones estéril e irrelevante.

 

La Iglesia es una inmensa frontera

 

El segundo motivo por el que “el frente está en todas partes” es la naturaleza misma del cristianismo y de la Iglesia. Y es que, como podemos leer en la introducción al libro que estamos reseñando:

 

“Quizás la Iglesia no sea más que una inmensa frontera que une eucarísticamente la plenitud de la vida en comunión con la soledad del hombre sin Dios, con esa ausencia de comunión que el estado coloniza ávidamente. Quizás la Iglesia, como les ocurre a ciertos conjuntos que los geómetras dicen que carecen de puntos interiores, posea la propiedad característica de que cualquiera de sus lugares está en la frontera, de que desde cualquiera de sus moradas se pueda tocar amorosa e íntimamente el mundo exterior. Porque el frente que está en todas partes es un frente de amor al otro. Quizás ser cristiano consista en estar bordeando siempre esa frontera. Cristo también se llegó desde Dios a nuestra frontera y plantó su tienda en nuestro umbral, constituyendo en su cuerpo un atrio que, en vez de separar, ha unido para siempre nuestra carne con los abismos del amor de Dios”.

 

La “santa realidad”

 

No se puede decir más bellamente y mejor. La encarnación del Hijo de Dios ha puesto en contacto irreversiblemente lo eterno y lo temporal, constituyendo lo que Péguy llamaba “la santa realidad”. Y la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo, es ese umbral en el que se encuentran, se tocan Dios y el hombre, Dios y el mundo. "Un frente de amor al otro". Desde luego nunca podrá ser comparado el cristianismo con el yihadismo.

La vocación del cristiano es habitar ese umbral, esa frontera. Este es el oficio del vivir. No desertar del presente, vivido en toda su profundidad con los ojos de la fe. Esta es la “mística” de la que tantas veces hablaba Péguy. El “mundo moderno” denunciado por el escritor francés es, por el contrario:

 

“El mundo de los que no creen en nada, ni siquiera en el ateísmo, de los que no se consagran a nada, de los que no se sacrifican por nada. Con precisión: el mundo de los que no tienen mística”.

 

Pero también en el seno de la Iglesia pueden habitar, por mera costumbre, por miedo a la realidad, por conveniencia: 

 

“Quienes creen ser de la gracia porque no tienen la fuerza de ser de la naturaleza, quienes se creen penetrados de lo eterno porque no tienen valentía temporal, […] quienes creen que son de Dios porque no son del hombre, quienes creen que aman a Dios porque no aman a nadie”.

 



 

Charles Péguy murió el 5 de septiembre de 1914 en los primeros días de la batalla del Marne, cerca de Villeroy. Sus últimas palabras fueron: “¡Dios mío! ¡Mis hijos!” Dos años antes Péguy había dicho a un amigo: “He puesto a mis tres hijos en manos de Nuestra Señora. Yo no puedo ocuparme de todo. La Virgen tiene que ocuparse de ellos”. Y lo hizo, pero esa es otra historia. Quien quiera saber más, que lea la espléndida introducción al libro El frente está en todas partes de la editorial Nuevo Inicio. Yo ya lo he hecho y ahora me aventuro a leer el resto del libro. Uno más en mi vida de lector, pero no el menos importante.

Gracias a la editorial Nuevo Inicio de Granada, gracias a Mons. Javier Martínez por esta iniciativa cultural y por su voz y sus gestos de Buen Pastor.

 

Juan Miguel Prim

elrostrodelresucitado@gmail.com

 

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