Viernes, 26 de abril de 2024

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La Parábola de la Vidriera

por El rostro del Resucitado

Leemos en el Evangelio de este III Domingo de Adviento:

"Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz" (Jn 1,6).


Caminamos, en el Adviento de nuestra existencia, hacia la plena Epifanía de la Luz. Pero, ¿cómo podemos ser testigos de la luz? Si lo entendemos bien, desaparecerá de nosotros la inconsolable tristeza de no ser adecuados, de no estar habitualmente a la altura de este testimonio. Porque nosotros no somos la Luz.


La Parábola de la Vidriera


Leamos con detenimiento este poema:
 

Una vidriera en la noche es un muro opaco,

tan sombría como la piedra

en la que está engarzada.

 

Es necesaria la luz

para que la sinfonía de colores cante,

pues las relaciones constituyen su música.

 

En vano se describirán sus colores,

en vano se describirá el sol

que los hace vivir.

 

Conocemos el encantamiento de la vidriera

al exponerla ante la luz que la revela,

transparencia a través de su mosaico de cristal.

 

Nuestra naturaleza es la vidriera sepultada en la noche.

Nuestra personalidad es el día que la ilumina

y que enciende en ella un hogar de luz.

 

Pero este día no tiene su origen en nosotros.

Emana del Sol,

del Sol vivo que es la Verdad en persona.

 

Es este Sol vivo el que los hombres buscan

en sus tinieblas.

 

No les hablemos del Sol,

pues esto no les servirá de nada.

 

Comuniquémosles Su presencia

borrando de nosotros todo lo que no es de Él.

 

Si su día amanece en ellos,

ellos sabrán quién es Él

y quienes son ellos

en el canto de su vidriera.


La vida nace de la VIDA.

 

Este precioso poema de Maurice Zundel lo encontré mientras buscaba información sobre este teólogo suizo, del que estoy leyendo junto a un amigo El poema de la Santa Liturgia.

 

Mientras lo leía –y traducía– me venían a la mente algunas de las maravillosas vidrieras y rosetones de cualquiera de las catedrales góticas del mundo. Pero no solo. También me venían a la mente las de Chagall en Saint-Paul-de-Vence o en la Catedral de Reims. Recordaba el efecto que me causaban cuando la luz penetraba a través de ellas en el interior del templo.

 
 

El hombre sin Dios es como una vidriera opaca, porque la luz no le atraviesa.

 

La luz tiene una gran importancia en la liturgia porque es símbolo de Cristo, Luz del mundo. Pensemos en la Vigilia de Pascua. Comienza con la liturgia de la luz, en la que se bendice el fuego y se enciende el Cirio Pascual, que lleva grabadas el Alfa y la Omega, indicándonos que Cristo es el Principio y el Fin de todo. En el cirio también hay grabada una Cruz, para recordarnos que la Vida ha vencido a la muerte. Luego, de esa Luz principal, origen de todo, van recibiendo luz los fieles, que entran en el templo portando velas en sus manos.

 

Nuestra naturaleza está herida por el pecado original, que nos sepultó "en la noche". Y en nuestra nostalgia de Su Amor, buscamos errabundos esa Luz que ilumina nuestro trozo de cristal en la vidriera, paradigma de la Creación y de la Iglesia.

 

Pero la tarea de todo cristiano no es sólo estar iluminado y resplandecer, sino comunicar "Su presencia / borrando de nosotros todo lo que no es de Él". Borrar todo lo que no es de Dios, no quiere decir no pecar más. ¡Tarea imposible para la mayoría de nosotros! Más bien es poner nuestra propia vida en Sus manos, abandonarnos y arrodillarnos ante Él, rechazando cualquier sentimiento que no sea querer vivir ante la presencia del Misterio, por muy difícil que esto a veces sea.

 

Podríamos decir que una vidriera es similar a un mosaico: ambos hechos de teselas o piezas que, por sí solas, no tienen significado, no permiten ver el conjunto de lo representado. Solo unidas componen una obra clara a los ojos de quienes la miran. Pero mientras el mosaico solo puede ser iluminado desde arriba o desde los lados y tiene la consistencia y la firmeza de la fe bien arraigada, una vidriera ha de ser atravesada por la luz para que se vea claramente su dibujo y posee la ligereza y la delicadeza del espíritu que eleva la mirada hacia lo alto.

 
Helena Faccia
elrostrodelresucitado@gmail.com
 
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