Viernes, 19 de abril de 2024

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La moda del pauperismo al vestir

La moda del pauperismo al vestir

por Duc in altum!

 Algunas personas asocian la fe con el pauperismo al vestir, pensando que así era Jesús. Si bien es cierto que ostentar distorsiona la puesta en práctica del Evangelio, también es verdad que hay que evitar los extremos, porque descuidar el arreglo personal puede enviar un mensaje equivocado a las personas que nos rodean. Si, por ejemplo, me invitan a dar una charla en la universidad y, so pretexto de austeridad, llego en pantalón de mezclilla con agujeros y alguna que otra mancha, dejo mal a la Iglesia y, por si esto fuera poco, le doy a entender al auditorio que no merece mi respeto e interés. Jesús era austero pero vestía con dignidad y de eso se trata. Hay una carta muy interesante que le escribió el Venerable P. Félix de Jesús Rougier sobre un tema de mobiliario, al P. Edmundo Iturbide Reygondaud el 16 de enero de 1927, quien en aquel momento era el superior de la casa de Roma. En ella, subraya la importancia de cuidar que la pobreza evangélica no se vuelva un tipo de presunción o, mejor dicho, de imagen aparente. A la letra dice: “En realidad las camas son de pobres, y no lo parecen (y esto último me gustó, para cuando visiten la casa… no hay vanidades por parte de los nuestros… ni ostentación de pobreza ante los visitantes)…” (cf. Arch. Gral. M.Sp.S. F – LX).

 Muchas veces, quizá con buena intención, se piensa que mientras más desarreglados nos veamos, más cercanos y atentos seremos a las necesidades de los pobres; sin embargo, esto no tiene nada que ver. El que yo me ponga un suéter descocido no hará que pasen calor aquellos que están abandonados. Mejor, tomo cartas en el asunto y organizo una campaña para llevar abrigo a quien no tiene las posibilidades económicas de adquirirlo. De otra manera, seremos muy simbólicos, pero sin impactar realmente en la transformación de la realidad a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Necesitamos dejar a un lado la mera imagen, para entrar de lleno en el meollo del asunto. Jesús no vino a darnos clases de moda paupérrima, sino a enseñarnos la máxima del amor. Quien ama de verdad, no necesita irse a los extremos, a una falsa radicalidad de opciones, porque reconoce que el pobre requiere otro tipo de ayuda. Lo mismo aplica para la liturgia. Descuidarla, no cambia las cosas. Al contrario, las empeora. Juan Pablo II vestía según la dignidad de su responsabilidad e hizo más cosas por los pobres que aquellos que solamente se han quedado en la superficie de las ideas.

 Evidentemente, Jesús se hizo niño con los niños, odiado con los odiados, enfermo con los enfermos, perseguido con los perseguidos, pobre con los pobres, pero no para exaltar las injusticias, sino para llamar a la justicia. El punto es que necesitamos cuidar las formas, el arreglo, para comunicar mejor el mensaje, la esencia del Evangelio y, desde ahí, entender de una vez por todas que la fe no es una actuación, sino un programa sincero que requiere ser aplicado a partir de una vida libre de ideologías. No hemos sido bautizados en la izquierda o en la derecha, sino en la Iglesia Católica. Así como es malo volverse un comprador compulsivo, tan vacío como material, salta a la vista el peligro de hacernos los pobres, los necesitados, quitándole la atención a los que verdaderamente se encuentran en esa situación.
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