Jueves, 28 de marzo de 2024

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La alegría del matrimonio(II)

por Argumentos para el s. XXI

Decía la pasada semana que el adjetivo cristiano añade al matrimonio mucho más que un lugar y unos ritos más solemnes que los de la boda civil: añade un enfoque distinto, donde el amor pleno entre dos personas se funde en el amor pleno a Dios que funda y enriquece el amor de los esposos. ¿Qué características tiene ese amor que está detrás del compromiso matrimonial?  Para un cristiano están nítidamente recogidas en la primera carta que escribió San Pablo a los cristianos de Corinto. Me parece muy recomendable que todos los esposos cristianos la lleven a su oración personal y hagan examen sobre aspectos concretos en donde puede haberse metido la rutina en sus vidas:
-“El amor es paciente, benigno; no es envidioso, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambicioso, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace con la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor, 13: 4-7).
Cuando se plantea la unión conyugal con estas notas, cualquier contrariedad en la vida cotidiana será superada. Ciertamente, no es fácil que un matrimonio pueda afirmar con rotundidad que vive estas propiedades en su amor, que sea generoso, paciente, benigno, comprensivo, humilde. Todos somos limitados, y nuestro egoísmo —amor propio— está demasiado presente en nuestra vida, pero seguramente ése es el amor al que deberíamos tender los cristianos, si verdaderamente queremos serlo, y desde luego ése es el amor que nos hará felices. ¿Qué significa un amor generoso? Es un amor que piensa en el otro, en su bien, sin cansarse, sin reivindicar un trato equiparable. El amor excede la justicia. El hoy por ti, mañana por mí no es el fundamento de la donación mutua, sino más bien el siempre por ti. Es difícil pensar siempre en el otro, porque implica relegar los propios gustos, las preferencias más personales. Tal vez esa entrega fue patente en el inicio del amor, cuando la juventud y el idealismo presidían la relación, cuando no se contemplaban los defectos del cónyuge. Novios viene de nuevos, para remarcar que un amor permanente requiere un constante rejuvenecimiento, una sana tensión para evitar que envejezca con el tiempo. “Abrir el corazón a todos es renunciar a la propia casa” , escribió un amigo mío en uno de sus libros de poemas. El amor generoso excluye el apacible rincón de la intimidad, del solo-para-mí, para encontrar un lugar más espacioso, porque caben dos, para empezar, y luego más: los hijos. “Para que en el matrimonio se conserve la ilusión de los comienzos, la mujer debe tratar de conquistar a su marido cada día; y lo mismo habría que decir al marido con respecto a su mujer. El amor debe ser recuperado en cada nueva jornada, y el amor se gana con sacrificio, con sonrisas y con picardía también” (San Josemaría).
El amor es comprensivo. La comprensión incluye los defectos del cónyuge, evidencia sus limitaciones. Nos llevará a pasar por alto tantas pequeñeces, que acaban enturbiando la relación, a callar, cuando no es momento de recriminar, a esperar cuando el cónyuge no tiene su mejor día,
El amor no busca lo suyo, antes bien se entusiasma con los gustos del amado, que pasan a ser propios, hasta disfrutarlos, sin sensación de heroísmo, sin pasar factura por ello. Hace años visitaba la casa de un amigo, por cierto muy espaciosa y bien puesta. Me sorprendió el tamaño de la televisión que tenían, por aquel entonces mucho más grande de lo habitual. Me comentó, con un cierto tono de sorna: “Al principio nos divertíamos mucho, luego nos compramos una televisión”. No deja de ser un tanto triste que el amor inicial se haya cambiado por un aparato. La televisión puede suponer descanso tras una jornada laboral difícil, pero es más eficaz, y más divertido a la postre, jugar con los hijos, escuchar al cónyuge, evadirse de los problemas propios colgándolos de perchas ajenas. El amor es fructífero. Los hijos no son un estorbo. No deben serlo para un matrimonio cristiano, que recibe como una bendición de Dios los hijos que envíe. El amor entre dos se hace entre tres, cuatro, cinco… Se expansiona, se hace fruto.
El amor no es soberbio. La humildad no es claudicación, no es aceptación del dominio ajeno. La humildad nos ayuda a evitar tensiones, a no encasquillarse con cuestiones más o menos anodinas, que sólo magnifica el cansancio o la susceptibilidad. Las discusiones son casi inevitables cuando dos personas conviven de cerca, pero nunca deberían terminar en disputa: intercambiar pareceres sabiendo que podemos estar en el error, y siempre evitar riñas en presencia de los hijos, para evitar que consideren como desavenencias lo que no debería ser más que fruto del cansancio momentáneo.
El amor es sincero, la falta de diálogo puede arruinar el amor, porque es espiritual y requiere riego espiritual. Las situaciones de tensión pueden evitarse con una conversación pausada, cambiando ideas, sinceramente, sin prejuzgar, confiando. El amor también es fiel y es puro. Las relaciones conyugales son corporales, pero no sólo. El lenguaje del cuerpo o se engarza perfectamente en la dinámica del amor, del darse, o se convierte en instinto. La fidelidad conyugal es testimonio de valores espirituales más profundos. Me parece sumamente injusto incluso ponerse en ocasión de infidelidad marital, frecuentando amistades que pueden apartar, en un momento de especial debilidad, del compromiso inicialmente adquirido. No menciono cosas más burdas, por ejemplo las relacionadas con el ocio con ocasión de viajes profesionales, donde pueden producirse situaciones que abochornarían a cualquiera en un momento de serenidad. No se puede jugar con la fidelidad, es demasiado preciosa para arriesgarse bajo la excusa de que no pasa nada, de que ya somos maduros. Uno no va por un barrio peligroso, de noche, con un Rolex de oro, si aprecia ese reloj. Puede que no pase nada, pero es probable que sí pase, y la pérdida sería difícil de reparar: cuanto más se valora lo que uno puede perder, más nos esforzamos en asegurarlo. La prudencia nos lleva a evitar riesgos innecesarios.
El amor finalmente es alegre, optimista. Las dificultades de una vida en común se salvan mejor juntos. Las dificultades también fortalecen, porque afrontar el dolor une a las personas, pues tantas veces somos más próximos cuando somos más débiles. En definitiva, el amor verdadero lleva consigo el sacrificio personal, el olvido de sí, fuente de paz en el hogar.
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