Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿La parroquia la lleva Paco o el Espíritu Santo?

por Una Jarra de Barro

 Esta historia es ficticia. Las personas que aparecen en ella así como los movimientos pastorales citados son imaginarios, aunque responden a hechos reales y por desgracia cada vez más frecuentes en nuestras parroquias.

Paco empezó a darse cuenta que su parroquia iba agonizando y no precisamente de forma lenta. A las misas de diario apenas acudían cuatro señoras mayores y el panorama no mejoraba tampoco mucho en las dominicales.

A la catequesis de comunión acudían cada año cada vez menos niños y había tenido que reclutar casi “a la fuerza” a algunas madres como catequistas que no tenían ni la vocación ni preparación mínimamente exigible. Los adolescentes y jóvenes brillaban por su ausencia y desde hacía tres años ya no se realizaban catequesis de confirmación, sin mencionar que en la anterior ocasión tan solo dos chavales recibieron ese sacramento.

Paco no tenía el impulso juvenil de cuando salió recién ordenado del seminario, que pensaba incluso en su soberbia que él solo iba a convertir a todo el pueblo, pero tampoco había perdido aún el celo por el Evangelio y temía acabar aburguesándose y convirtiéndose en el cura gris, simple funcionario del sacramento que él aborrecía llegar a ser. Contaba con una cofradía que poco más hacía que reunirse los primeros viernes de mes a pegarse una cena por todo lo alto, con profusión de vino incluida, y sacar el santo en un par de procesiones al año.

Decidió entonces “rendirse” y recurrir a alguna de esas “nuevas realidades” eclesiales que los papas llevaban recomendando en las últimas décadas. Tampoco conocía ninguna realmente, más que por referencias, y de casi todas tenía algún prejuicio. Finalmente y tras algunas consultas decidió “probar” con dos de ellas.

 

Una era la de “Familias Unidas” que presentaba una pastoral basada en los encuentros festivos, los juegos con los niños... se reunían los sábados por la tarde y tenían charlas de contenido religioso pero también otras muchas sobre la educación de los hijos, la televisión, el diálogo en la pareja, etc. Organizaban talleres de cocina o informática y dos veces al año hacían excursiones. Paco pensó que esta sería la ideal para su parroquia, enganchaba a la gente a través del ocio y tampoco tenían una predicación muy exigente en lo doctrinal que pudiera ahuyentar a los menos convencidos.

No obstante también decidió promover el movimiento de “Grupos de la Nueva Alianza”, aunque estaba convencido que no cuajarían. Estos se basaban principalmente en el estudio de la Biblia, eran de clara conformidad al Magisterio y muy exigentes en cuanto a su dinámica, se reunían 2 veces o incluso más a la semana y siempre después de cenar, con lo que Paco era de cena y tele cada noche, y todos los meses hacían una convivencia de oración y puestas en común.

Paco anduvo a diestro y siniestro tratando de convencer a feligreses tanto fieles como ocasionales que entraran en alguno de esos grupos. Tal como había previsto de los primeros, las “Familias Unidas” se formó una primera tanda de más de cien personas. Paco estaba gozoso, al fin veía una parroquia activa. De los segundos, los “Grupos de la Nueva Alianza”, salieron algunos menos, 35, y en un momento insinuó que se “pasaran” al otro grupo para que fuese aún más numeroso y que llevasen todos la misma dinámica, pero no obtuvo eco.

Al cabo de un año, los de la dinámica festiva habían desaparecido. A la alegría del primer momento, de los juegos, el ocio y las excursiones compartidas empezaron a sucederse las primeras enemistades, los primeros distanciamientos, las primeras deserciones... hasta su completa disolución. Además, durante todo ese tiempo no consiguió que sus miembros participasen en cualquier otra actividad que no fuesen las reuniones propias del grupo. Paco no entendía nada, si eran todos muy majos, se lo pasaban bien, a él mismo lo llevaban en bandeja, ¿cómo es que no había funcionado?.

En cambio, para su sorpresa, el grupo más reducido había permanecido casi intacto, apenas 3 o 4 abandonos. Además de forma espontánea sus miembros habían empezado a colaborar en las distintas actividades de la parroquia. Algunos de ellos se unieron a los equipos de catequistas de Comunión, con una consiguiente mejoría de las mismas, y otros reavivaron acciones casi olvidadas como la pastoral juvenil o el servicio de Cáritas. Eran por lo general muy solícitos en la medida de sus posibilidades.

Pero Paco no acababa de estar contento. Por un lado le seguía molestando lo de las reuniones nocturnas. Reconocía que para muchos de ellos, que tenían trabajos e hijos, reunirse después de cenar era lo más práctico, pero le seguía tirando mucho lo de cena y tele. Por otro lado, conforme iban profundizando en su ser de Iglesia comenzaban a incluirlo en sus “recomendaciones” con cosas como “Paco, debes ser más humilde...”, “Paco, debes confiar más en la providencia...” y eso, aunque no pudiera reconocerlo, le dolía. Que le llamase a la conversión el obispo era algo lógico y esperado, pero que lo hiciera una maestra de escuela o un mecánico le tocaba la moral. A fin de cuentas el cura era él, para algo había estudiado teología, filosofía, liturgia y acción pastoral...

Y también empezaban a molestarle ciertas actitudes de radicalidad evangélica que, aunque ciertamente era eso lo que decía la doctrina, tampoco hacía falta tanto, hombre. Y sobre todo empezaban a ser algo pesados. Le pedían cosas como que les confesase a cualquier hora, que les diese alguna orientación particular a sus hijos...

Tal es así que llegó un punto en que decidió cortar por lo sano, y con un pretexto cualquiera decidió disolver las actividades “de los dos grupos” porque quería “reordenar la pastoral” a fin de poder conseguir un “nuevo impulso” en la misma.

Al cabo de un año y medio nada quedaba de su intento. Paco tranquilamente volvió a su cena y tele de cada noche antes de dormir. Sabía que su parroquia agonizaba lentamente y le entristecía, pero ¿qué podía hacer él?, a fin de cuentas era un problema general de una sociedad secularizada.

Y poco a poco fue convirtiéndose en el aburguesado cura gris, mero funcionario del sacramento, que siempre aborreció llegar a ser.

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