Viernes, 29 de marzo de 2024

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Teopoética transdoctrinal

por Estamos en Sus Manos

 

A veces te encuentras en Twitter cosas maravillosas. Al hilo del índice de un libro del jesuita Olaizola, junto con el padre Eduardo Guzmán, hemos acuñado el término teopoética transdoctrinal para referirnos a todas esas para-teologías posmodernas que diluyen la identidad católica en aras de una mal entendida búsqueda de unidad a costa de la verdad. Dejadme que me explique.

¿Cuál es la esencia de la Iglesia? El papa Francisco lo ha repetido en múltiples ocasiones, siguiendo la estela de san Juan XXIII, san Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI: evangelizar. Evangelizar es anunciar una Buena Noticia, consistente básicamente en el kerygma (en seguida lo explico). Lo primero que esto nos hace notar es que las noticias cuentan cosas que han sucedido, y por lo tanto se anuncian, no se discuten. O se aceptan, o no; pero no se pueden discutir. Si dudamos de la fiabilidad de quien transmite la noticia, podemos no aceptarla. Si por el contrario nos fiamos, la aceptamos. Lo que no tiene sentido es discutirla, sobre todo si nosotros somos destinatarios de esa noticia, y no su origen. La noticia la transmite la Iglesia a lo largo de los siglos para que llegue a todas las generaciones. Es evidente que, si esa noticia se fuera cambiando a lo largo de la historia debido a las diferentes coyunturas, se desdibujaría, y en poco tiempo ya no respondería a lo que realmente sucedió. De lo cual podemos concluir que, si la función de la Iglesia es esencialmente evangelizar, ella debe mantener inalterada esta buena noticia a lo largo de la historia para cumplir fielmente su misión.

Y, como nos ha repetido el santo padre en innumerables ocasiones, la buena noticia es el kerygma, es decir, el contenido básico de la fe. Este contenido es el que se anuncia (no se discute) y se acepta, o no. Ejemplos del kerygma los tenemos en los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, justo después de Pentecostés en el discurso de Pedro, en el capítulo 3 tras la curación del cojo, o en el capítulo 10 cuando Pedro evangeliza al pagano Cornelio. ¿Cuál es el contenido de kerygma? Dios ha enviado a Jesús como plenitud de la revelación del Antiguo Testamento, ungido con el Espíritu Santo para anunciar el Reino de Dios, sanar a los enfermos y expulsar los demonios. Él murió por nuestros pecados, y resucitó, dando a sus discípulos el mandato de la evangelización, tras lo cual subió al cielo desde donde vendrá al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos. Mientras viene, sus enviados tienen el deber de llamar a todos a la conversión para que la gracia de Cristo perdone sus pecados.

Aquí comienzan los problemas. ¿Cuál es el contenido del Reino de Dios que anunció Jesús? Lo tenemos básicamente en los Evangelios, que solo alcanzan su plenitud de sentido a la luz de la Tradición (que es quien los transmite inalterados en su sentido original) y del Magisterio (que es quien la interpreta del único modo adecuado). No podemos arrancar las páginas del Nuevo Testamento que no nos gustan, ya que entonces estaríamos mutilando el mensaje que debemos transmitir inalterado. En el Evangelio, ¿da igual lo que los hombres hagan? Es evidente que no. Unos actos suponen la desobediencia a Dios y se llaman “pecados”, y como dice el kerygma, necesitan ser perdonados para que el pecador se pueda salvar, y para ello necesita arrepentirse. Ya algún para-teólogo puede agitarse en su silla al oír términos como “pecado” o “salvarse”, pero son términos evangélicos básicos. Pero, ¿salvarse de qué? Bueno, el Evangelio no deja lugar a dudas: del infierno, es decir, de la condenación eterna, de la cual Jesús habla inequívocamente en varias ocasiones. Si no, ¿qué sentido tendría hablar de un pecado del que hay que arrepentirse para acoger el Reino? O sea, el kerygma concluye con una invitación a la conversión. Para que lo que Jesús ha hecho en la cruz sea válido para una persona concreta, esta debe arrepentirse y convertirse, para que se perdonen sus pecados. Eso es porque si no se hace hay malas consecuencias.

Estoy siguiendo un pensamiento muy lineal para que se entienda bien; solo saco las consecuencias lógicas de decir que el deber de la Iglesia es anunciar la Buena Noticia. Esa noticia es que Dios nos ha salvado; pero es obvio que nos ha salvado de algo, y que tenemos que cambiar algo en consecuencia. Si no, no tendría sentido contarlo. ¿Para qué? Si el kerygma fuese: “Dios te ha salvado, ya está, no tienes que hacer nada”, no se anunciaría. El mundo seguiría su curso y haría ya tiempo que esa noticia tan genial pero inútil se habría perdido en la noche de los tiempos.

Pero no, la Buena Noticia termina con una invitación a abrazar la fe en Jesús, recibir su salvación y en consecuencia convertirse, es decir, dejar el pecado. Esto es esencial para que uno pueda salvarse, pues para anunciarlo Jesús envió a sus discípulos. Bien. Queda por definir entonces qué es pecado. Pero para definirlo no necesitamos inventarnos nada: está bien claro en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento. Matar es malo, hace daño a Dios y al hombre, es un pecado que, si uno no se arrepiente, te puede llevar a la perdición del infierno. Lo siento, es así; es parte del Evangelio. La Buena Noticia es que, aunque hayas matado, si te arrepientes y te propones no volver a matar, Jesús te perdona a través del sacramento que él mismo instituyó la mañana de la resurrección dando a sus discípulos el poder de perdonar los pecados. Eso es genial.

Pero claro, según las palabras del Nuevo Testamento, tener relaciones con alguien que no es tu marido o mujer, es pecado. Asimismo, las relaciones homosexuales. O el aborto. Y bueno, otras tantas cuestiones. Y el contenido del Evangelio no es cualquier cosa, sino verdades muy concretas, como que Dios es Trinidad, que la Iglesia es jerárquica o que hay una sucesión apostólica. Todo ello está implicado en el kerygma, es parte de la Buena Noticia, es algo que la Iglesia está llamada a anunciar sin mutilarlo. La teología es la disciplina que se encarga de investigar y profundizar en esta Buena Noticia, y sacar a la luz sus fundamentos, sus consecuencias, etc. Pero tiene que partir de lo que Dios ha revelado, del contenido del Evangelio.

Entonces, ¿qué sucede con aquellos que niegan que determinadas cosas sean pecado, o que recortan la verdad del Evangelio para que sea más aceptable por el hombre de hoy? ¿Hacen teología? Bueno, en realidad no. No parten de lo que Dios ha revelado, sino de lo que el hombre de hoy está dispuesto a aceptar. Mezclan algunas ideas del evangelio, algunas ideas personales y algunas ideas de la actualidad, para crear un sistema en el que algunas personas se sienten cómodas, pero que no es el Evangelio ni el kerygma. Por lo cual, no se puede considerar teología. Es teopoética. Usa algunas palabras de Dios para hablar sin rigor, de un modo bello, de lo que ellos piensan que deben ser las cosas. Además, como quieren crear un sistema en el que todos los que no están dispuestos a aceptar el Evangelio se sientan cómodos, trascienden el contenido del evangelio y lo mezclan con otros contenidos; por lo cual hacen teopoética transdoctrinal.

Les quedan cosas chulas, la verdad. Un sistema en el que nadie debe cambiar nada porque nada está mal y en el que Dios ha cambiado de opinión y ya no dice lo que dice el Evangelio; o en el que se dice (como han dicho tantos a lo largo de la historia) que los seguidores de Jesús han entendido mal el Evangelio, pero que por fin han llegado ellos que lo han entendido del modo adecuado. Estos teopoetas están contentos, porque sienten que han hecho algo bien, están orgullosos de sus creaciones, y tienen tal conciencia de plenitud histórica que no dudan de que sus sistemas son la verdad plena sobre Dios y sobre el hombre, calificando a los que no aceptan su modo de pensar de intransigentes, conservadores, retrógrados, etc. Pero, bueno, es que no es el Evangelio, no es el kerygma. O sea, puede estar genial, pero no es lo que Dios ha dicho; y por tanto su tepoética no responde a la finalidad para la que Dios ha querido a la Iglesia. Así que por muy chulo que esté, pues no es teología, ni es Evangelio, ni kerygma, ni verdad.

Claro, como en sus teorías no hay nada que hacer y al final todo da igual, porque nada es malo y a Dios le da un poco igual todo lo que hagas, porque al final te vas a ir con Él sí o sí, pues suelen durar poco, habitualmente lo que dura la vida del teopoeta. De un modo un tanto dramático, algunos de ellos se creen visionarios que deben transmitir su teopoética al resto de la Iglesia, pero como ella tiene que transmitir íntegro el mensaje del Señor, pues no lo consiguen. Esto lo viven con un cierto grado de heroísmo y dramatismo, y una pequeña dosis de superioridad moral a que les induce la marginalidad, tenida como un atributo positivo. La mayor parte de los teólogos les miramos con cariño, sabiendo que sus teopoemas pasarán; otros teólogos, pocos, tratan infructuosamente de dialogar con ellos o de salvar algo de su teopoética. Pero es que en ella no hay demasiado que rescatar. Habitualmente suele reducirse a la dimensión horizontal de la existencia en la que Dios es tan inmanente que deja de ser transcendente, y al final deriva en un moralismo de valores en el que el hombre, dejado a sus propias fuerzas, trata de cambiar idealista e infructuosamente el mundo según el paradigma de esa teopoética, condenado a morir en pocos años. Además, ese moralismo de valores infundamentado y carente de la gracia, no tarda en agostar a quien trata de vivirlo, quien finalmente o tira la toalla o se acaba amargando encerrándose en una burbuja y atacando a todo y a todos los que no piensen como él, como vemos en muchos teopoetas actuales. No quiero sonar condescendiente, pero acaban dando un poquillo de lástima. Y pasan, así como su causa. Lo que queda es el Evangelio, puesto que pueden pasar cielo y tierra, que las palabras de Jesús no van a pasar, como dijo Él.

Así que, hermanos, hagamos teología, en comunión con la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, y cumplamos la misión de anunciar la Buena Noticia sin mutilarla. Así seremos la Iglesia que Jesús quiere.

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