Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Reflexionando sobre el Evangelio

Venga a nosotros tu Reino

por La divina proporción

De todas las oraciones, el Padre Nuestro es la que configura el modelo que deberíamos de tomar para orar. De hecho, fue la contestación al requerimiento de los Apóstoles: “Enséñanos a orar”. Hoy en día la oración ha dejado de ser una segunda respiración para los católicos. Se nos ha olvidado el mandato del Señor de orar sin cesar. En la era de las telecomunicaciones, la oración resulta incomprensible. Ya nos parece innecesario hablar con quienes tenemos más cerca. ¡Para eso tenemos Whatsapp!

Orar es más que recitar frases aprendidas de memoria. Es más que darle gracias a Dios de forma metódica. Es más que pedirle lo que necesitamos constantemente. Orar es establecer un vínculo entre nuestro ser y Dios.

Observa cuánta preparación se necesita para poder decir a Dios: Padre. Porque si diriges tú vista a las cosas mundanas, o ambicionas la gloria humana, o sirves el apetito de tus pasiones, pronunciando esta oración, me parece oír decir a Dios: Si llamas Padre al autor de la santidad, cuando tú observas una vida depravada, manchas con tu voz inmunda su nombre incorruptible. Porque el que ha mandado llamarlo Padre no consiente la mentira. El principio de todas las buenas obras está, pues, en glorificar el nombre de Dios en esta vida. Por esto añade: "Santificado sea el tu nombre". Porque ¿quién es tan insensato que, viendo una vida pura en los que creen, no glorifica el nombre invocado en esa vida? Por tanto, el que dice en la oración: Sea santificado en mí tu nombre que invoco, ora de esta manera: Justifíqueme yo con tu auxilio absteniéndome de todo lo malo. (San Gregorio Niceno, in Orat. dom., serm. 2)

¿Cómo orar a Dios? Hay muchas formas, pero todas ellas llevan implícito un lazo de unión entre nuestro corazón y Dios. Se ora cada vez que una virtud forma parte de nuestra vida. Oramos al tener Fe, Esperanza o Caridad, ya que nos hacemos símbolos vivos de Cristo ante los demás. Oramos cuando ofrecemos todo lo que somos a Dios y lo hacemos con docilidad, humildad y esperanza. Oramos cuando la paciencia forma parte de lo que somos y se trasmite a los demás. Cuando una virtud aparece en nosotros, Dios nos bendecido haciendo realidad que Su Reino este en nosotros. También podemos orar con palabras, pero las palabras no son oración mientras no exista esté vínculo entre Dios y nosotros.

Alguna vez me han preguntado si se puede orar por medios electrónicos. La pregunta es en sí misma un contrasentido, ya que la oración no es el medio, ni el mensaje, ni la forma en que lo hacemos. La oración es unidad con Dios y comunicación mística entre Él y nosotros. Además, en la oración todos los creyentes nos unimos por medio de la Comunión de los Santos. Orar nos permite decir “Santificado sea tu Nombre” en toda sus dimensiones, ya que nos damos cuenta que el Verbo divino es la fuente de Verdad que nos hace libres y nos reúne. Podemos decir “Hágase tu Voluntad”, porque la docilidad de corazón permite que Dios lo llene con sus dones y gracias.

En estos momentos es necesario orar sin cesar por la Iglesia. Orar para que nuestro corazón no pierda la paz que tanto necesita para acercarse a Dios. Mientras nos deleitemos llamándonos unos a otros rigoristas, fariseos, herejes, apóstatas, etc, el maligno se frota sus manos. Sólo en unidad podemos vivir en verdadera comunión con Dios y los demás hermanos.

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