Jueves, 25 de abril de 2024

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¿Desde cuándo mandan los estudiantes?

¿Desde cuándo mandan los estudiantes?

por Duc in altum!

 A partir del día uno de la escuela hasta la fecha, no han faltado estudiantes rebeldes a los que literalmente les da igual el reglamento; sin embargo, la experiencia docente nos enseña que es muy importante atender el problema en tiempo y forma a través del binomio flexibilidad y disciplina, pues nada en exceso es bueno. En los últimos años, la situación se ha hecho mucho más difícil porque se ha perdido el respeto hacia la figura del profesor. En el mejor de los casos lo llaman “facilitador”, haciendo de la clase un mero espacio informativo y ya no necesariamente formativo. De hecho, los padres de familia han dejado de estar en comunicación con el colegio; sobre todo, cuando sus hijos incumplen alguna de sus responsabilidades. ¿El resultado? Los estudiantes conflictivos -esos que alzan la voz y consiguen lo que quieren- han instaurado una dictadura de facto en medio de un número importante de profesores y directivos mediocres que solamente saben bajar la cabeza o hacer como si todo estuviera de maravilla. No vamos a negar que hay maestros injustos, hombres y mujeres sin vocación que deberían estar fuera de la institución, pero aquí nos estamos refiriendo a los docentes de verdad, aquellos que están siendo arrinconados por un modelo educativo que teme exigirle a los estudiantes algo tan elemental como que se esfuercen por dar lo mejor de sí mismos.  

Ahora bien, ¿qué hacer cuando se encarga un trabajo final y se pone una fecha concreta de entrega, pero sin que haya una causa justificada el alumno o la alumna decide ausentarse para quedarse mandando mensajes con el celular (móvil) desde la biblioteca? Los pedagogos políticamente correctos, dirán que hay que darles una nueva oportunidad, mientras que los verdaderos educadores tendrán el valor de quitarle el porcentaje correspondiente del total de la nota o calificación. En efecto, es mejor suspender a un estudiante que pasarle sus irresponsabilidades, porque el día de mañana; es decir, cuando se enfrente al mundo exterior, verá que los pretextos salen sobrando y que la realidad se impone. Entonces, ¿educamos para la mediocridad o estamos formando hombres y mujeres útiles para la construcción de una sociedad mejor? El que se repruebe a un estudiante por sus actos, no significa que se le privará de una segunda oportunidad más adelante; sin embargo, a veces es necesario que pasen por una experiencia reprobatoria para que sepan encauzar mejor su rebeldía; es decir, emplear tales energías en proyectos constructivos. Hay que ser flexibles, dialogantes, pero ¡nunca ingenuos o permisivos! A la larga, esto produce un daño irreparable. Cuando se da una orden, hay que aprender a cumplirla. Lejos de instaurar un régimen educativo dictatorial, hay que formar bajo la premisa de la libertad responsable, pero en el entendido de que tal principio o línea educativa implica que cada quien asuma las consecuencias que desencadenen sus acciones.

Ciertamente, muchos estudiantes vienen arrastrando problemas que son consecuencia de la desintegración familiar. Algunos, incluso tienen que irse a casa de los abuelos porque la mamá y el papá se han ido a vivir con su nueva pareja a una ciudad distinta. Todo esto influye en el desempeño afectivo, social y académico de los alumnos; sin embargo, la solución no es enseñarles a que se tengan lástima y, desde ahí, usar sus conflictos para pedir una rebaja de responsabilidades, sino ofrecerles la ayuda profesional con el objetivo de darles un acompañamiento personalizado. Para esto se necesitan educadores de vocación y no meros burócratas del sistema público o privado.

Sigamos adelante a través de un modelo educativo creativo e inteligente, capaz de estudiar la causa de los conflictos y dar respuestas pensadas desde la práctica. El momento es ahora. Terminamos con unas palabras del Papa Francisco: “no nos dejemos robar el amor por la escuela”.

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