Viernes, 26 de abril de 2024

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Hacia el Padre: escala en Fátima

por La Columna del #CoronelPakez

 

He peregrinado a Fátima de la mano de la Virgen y arrastrado por el Padre Pío.

Yo no quería ir. Le tenía miedo al mensaje de Fátima y al temperamento del Padre Pío.

Pero las circunstancias, es decir, la Providencia, me obligaron, con la típica suave fluidez de todas las cosas de Dios: izas la vela -tu único trabajo-, y sopla el viento.

Caí en que era el día de San Pío de Pietrelcina en el avión.

Cual no sería mi sorpresa al encontrarlo sobre el Sagrario de la capilla del hotel Solar de Marta, ya en Fátima.

Un hotel con capilla es un regalo del Cielo, no lo duden.

No solo encontré al Padre Pío, sino también a la Virgen de Schoenstatt.

No la veía desde que hablaba con Ella en el Santuario de Pozuelo.

Y, de repente, estaba allí, en otro lugar pequeño y acogedor. No lo podía creer.

 

Acogida, transformación y envío.

El camino de conversión de Schoenstatt fue el que guió mi estancia.

Pero no me adelanto.

 

Dormir en el piso inmediatamente superior al de la capilla produce, literalmente, dulces sueños. Viajé con mi hijo, que no duerme muy bien. Allí lo hizo como un angelito.

Nos acogió el padre Angel, de Valladolid, que fue capellán del Santuario y que ya no lo es. Cosas de los hombres en las casas santas.

Nos acogió con todo el amor comedido, contenido, recio, de un castellano viejo.

Con toda la sabiduría del teólogo y del filólogo. Con toda la ternura del sacerdote virtuoso.

Con toda la humildad del pastor que se sabe siervo inútil.

Y con el humor socarrón de quien calla por caridad y se hace el sordo por compasión.

Nos mostró el lugar sagrado y acompañó nuestras inquietudes, las acompasó, calmó las que pudo. De parte de Dios, la no curación es una curación y una invitación a aceptar el don de la paciencia y el de la fortaleza.

No preguntemos a Dios por qué me sucede todo esto, sino para qué me sucede: para qué bien mayor, para salvar cuántas almas, para curar cuántas heridas al prójimo, para qué parte de la Redención nos necesita (“Completo en mi carne lo que falta a…” dijo San Pablo).

Para qué, pues. Para qué amor más grande y más nuevo. Para qué Amor. ¿Para qué, Amor?

El padre Isidro, 62 años de sacerdocio, celebró una Misa de sanación. Segundo paso de Schoenstatt: transformación.

Fue una clase magistral sobre la Eucaristía, que no es una cena con los amigos, a base de pan y vino.

El sacrificio de Cristo no puede desacralizarse sin incurrir en anatema.

La Liturgia lo es todo. No hay contenido sin forma. Como no hay ideas sin concreción práctica, sin producirlas: un spot, un vídeo, un banner, una página de prensa.

Lo sé muy bien porque soy publicitario.

Y, por fin, el Domingo, el envío. La familia de Armando estaba allí, con las mujeres, niñas, jóvenes, ancianas, todas con velo.

Con siete monaguillos vestidos de monaguillo. Con la organista.

El propio Armando dirigiendo el canto. Liturgia “ad Orientem”, hacia el Señor; el sacerdote en la proa de aquella pequeña nave llevándonos hacia Él.

El envío es la creación y consolidación de comunidades familiares, parroquiales, islas en este mar tempestuoso de impiedad, blasfemia y pecado social.

La protección de los menores ante el ataque a su inocencia, frente a las fuerzas demoníacas que reclaman sus almas para el Abismo, contra un mundo cada vez más hostil y alejado del buen Dios. Un mundo que solo puede renovarse por la santidad de cada uno, pues merece desaparecer con el soplo terrible de la Justicia divina.

Lean a Jeremías, todo está escrito, y tengo para mí que estos son los tiempos de Jeremías y no los del apóstol Juan en el Apocalipsis.

Aunque se parecen como dos gotas de agua. Discernimiento y paz.

No tengo miedo del mensaje de Fátima: es duro pero procede de la Ternura y del Amor.

Es triste porque los corazones de Jesús y de María sangran por el mundo. Es alegre porque siempre hay Esperanza. Es alegre porque el Inmaculado Corazón de la santísima Virgen triunfará. Ya ha triunfado.

No tengo miedo del Padre Pío. Me ha abrazado con fuerza, literalmente, y no me suelta. Me llevo algún coscorrón de su parte y alguna bronca, pero son necesarias.

Me defiende como el más arrojado de los soldados. Se enfrenta con fuerza a mis enemigos. Los pone en fuga. Y vuelve para abrazarme.

 -¡Venga, venga! Menos tonterías, camina y no mires atrás. ¿No ves allí, allí, Quién te espera?

 Amén.

Un consejo: si van a Fátima, alójense en www.solardamarta.com y pregunten por Armando de mi parte. No se pierdan la capilla: es el hogar, el corazón donde apoyar la cabeza después de todo un día de combate espiritual en los cielos y las tierras de Fátima. 

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