Sábado, 20 de abril de 2024

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Domingo III del T.O (C) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

Como escuchamos en el evangelio de este domingo, estando Nuestro Señor Jesucristo, en la sinagoga de Nazaret, dijo de sí mismo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor... Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy (Lc 4,18-19.21). Este hoy perdura incesantemente desde el día en que el Hijo de Dios vino a la tierra. 

A lo largo de este comienzo de siglo: de muerte, de persecución, de guerras... vuelve a resonar con fuerza esta palabra: hoy. Porque es el Señor el único que ante tanto sufrimiento, ante tanta muerte, ante tanto odio entre los hombres, puede cambiar los corazones. Después de su muerte y su resurrección todo cambia. Es necesario que seamos particularmente conscientes de esta verdad con la que Lucas, casi desde el principio, en el capítulo 4, inicia esta intervención del Señor. Este hoy de Cristo debe continuar en los siglos futuros. Y nosotros debemos llevarlo a nuestra vida de una forma clara; no solamente a través de una creencia, de una teología que reafirmamos al recitar el Credo o que recoge el Catecismo. No es suficiente eso; es preciso imitar al Señor, que entra en la sinagoga y sin miedos proclama la Palabra. Dice la verdad, que muchos no querrán oír. ¿No es éste el hijo de José y de María...? 

Hemos de imitar a Jesús en su actitud misericordiosa. Porque este es su programa, como lo serán las Bienaventuranzas: la entrega a los más necesitados. En muchas ocasiones esto nos llevará a dar consuelo y compañía a los que se encuentran solos, a los enfermos, a quienes sufren una pobreza difícil. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos a santificarse mientras nos santificamos nosotros. Así estaremos renovando ese año de gracia en nosotros. Es necesario enfrentarnos a nuestras propias faltas. Dice San Juan Crisóstomo que el pecado produce una dura tiranía interior, que nos lleva a sufrir y a romper nuestra amistad con el Señor. Por eso, en primer lugar, la vida de gracia, la intimidad con Cristo. Y desde ahí podremos cambiar el corazón de los hermanos y el nuestro propio, para vivir esta unidad entre todos los cristianos. Porque antes habremos roto con lo que nos separa de Cristo. 

Cuánto podemos confortar a personas que lo necesitan con un rato de compañía, buscando el encuentro con el que lo necesita; quizá con espíritu de sacrificio, a la salida del trabajo, cuando ya nos apetece llegar a casa y descansar, o aprovechar el fin de semana. Cuánto puede ayudar una conversación sencilla y amable, bien preparada; también con tinte sobrenatural. Porque si no hablamos nosotros de Dios a los demás ¿quién les va a hablar? Tenemos obligación de llevar la Palabra de Dios a los hermanos… Enfermos, ancianos que dudan, gente que lo pasa mal... Hemos de prestar alguno de estos servicios por amor a Cristo. Cada día tenemos que pedir al Señor un corazón misericordioso para todos, pues en la medida en que esta sociedad se deshumaniza y quiere marcarlo todo por caminos de muerte, nosotros, desde Cristo, tenemos que hablar de la vida que no pasa, y romper la dureza de tanto corazón insensible. La justicia es virtud fundamental; pero la justicia sola no basta. Es necesaria, además, la caridad que todo lo preside. 

Aconseja San Bernardo[1]: Aunque vierais algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusar la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así. Y decid para vuestros adentros: la tentación habrá sido muy fuerte

Hemos de recordar con frecuencia cómo el Señor repite: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y nos pide que vivamos hoy el amor a los demás, la entrega, la constancia, el sufrimiento... a través de nuestra vida en Cristo. 

Que lo alcancemos por mediación de María Santísima, la Reina de la unidad, la Reina de la misericordia. Que nos dé un corazón capaz de buscar única y exclusivamente la vida en Cristo para darnos a los hombres desde Él.

Fue Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebraremos este lunes, un gigante del pensamiento. Hijo de una noble familia napolitana, ingresó en la Orden dominicana, a pesar de la oposición familiar, destacando enseguida por sus dotes intelectuales y su sencillez. Profesor de renombre en París, Roma y Nápoles. La síntesis entre fe y razón que alcanzó en sus menos de cincuenta años de vida continúa siendo hoy una lección magistral para cualquier intelectual. La Iglesia ha propuesto siempre a Santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología. Sus obras completas ocupan cincuenta volúmenes en tamaño folio. Y todo ello aderezado con una profunda humildad: en las diez primeras líneas de su Suma Teológica (1266) dice que hace un pequeño manualito para introducir en la sabiduría a aquellos que no saben. Más de sesenta veces lo cita el Catecismo de la Iglesia Católica

Santo Tomás[2] se pregunta si era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros. Y se responde él mismo de manera afirmativa dándose dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar… 

En la cruz, dice, hallamos el ejemplo de todas las virtudes:

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos… Si Él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por Él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: Él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a Aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte.

Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenas… desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre… 

PINCELADA MARTIRIAL

Recordamos hoy al beato Antonio Mascaró Colomina que sufrió el martirio un 27 de enero de 1937. Era natural de Albelda (Huesca) y había nacido el 12 de marzo de 1913. Tenía solo 23 años cuando sufrió el martirio.

En 1924, por influencia de su tío, el padre Francisco Mascaró, ingresó en la Congregación de los Hijos de la Sagrada Familia, fundada por san José Manyanet en 1864. El padre Francisco era el subdirector general. Así que, con 11 años, llegó al colegio nazareno de Blanes en calidad de aspirante a la vida religiosa y sacerdotal, permaneciendo hasta los 15 años. Vistió los hábitos religiosos en el colegio de la Sagrada Familia de Las Corts el 26 de septiembre de 1928. Hizo su primera profesión el 27 de septiembre de 1929. Realizó los estudios eclesiásticos, recibiendo la tonsura el 14 de junio de 1935, en la capilla del palacio episcopal de Barcelona, y al día siguiente, las dos primeras órdenes menores en el Seminario Conciliar.

Como informa La Vanguardia de ese día, 14 de junio -a las seis y media de la tarde- fue el siervo de Dios Manuel Irurita quien le confirió “la primera clerical tonsura en la capilla de su Palacio; y mañana, sábado, a las seis y media de la mañana, órdenes generales en la capilla del Seminario Conciliar”.

Había hecho las prácticas pedagógicas en el colegio San Pedro Apóstol de Reus. Durante el curso 1935-36 cumplía el servicio militar en el batallón 10 de Pedralbes de Barcelona, como cuota, y por eso frecuentaba el seminario de Les Corts los fines de semana.

El domingo 19 de julio se incorporó al cuartel después de oír misa y llegó cuando todo el batallón se encontraba luchando en la ciudad. Se refugió en casa de una hermana suya y trabajaba en una casa de aceites y jabones, y después en un bar en la calle de la Palla. En enero de 1937 fue detenido y encarcelado en la checa de San Elías con su tío Fernando Mascaró, los dos fueron asesinados el 27 de enero de 1937, en la pared del cementerio de Montcada.

Dos meses antes había sido asesinado el Dr. Irurita en aquel mismo lugar.

El 10 de mayo de 2012, el Papa Benedicto XVI autorizó la promulgación del decreto de martirio de 19 religiosos y sacerdotes Hijos de la Sagrada Familia y un joven laico exalumno, todos asesinados en diócesis de Cataluña. El proceso o investigación diocesana, iniciada en 1994, se realizó conjuntamente en la archidiócesis de Barcelona. La beatificación tuvo lugar en Tarragona el 13 de octubre de 2013.

Para conocer a todo el grupo martirial podéis consultar este enlace:

http://www.pastoral.manyanet.org/martires/index_esp.php

[1] SAN BERNARDO, Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 40.

[2] SANTO TOMÁS DE AQUINO, De la Conferencia 6 sobre el Credo.

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