Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Mártir en Sigüenza

por Creo, Señor, aumenta mi fe

          El P. José María Ruiz Cano nació en Jerez de los Caballeros el 3-IX1906.Profesó en los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María el 26-VIII1924. Recibió la ordenación sacerdotal el 29-VI1932. Después de un año de Pastoral en Aranda de Duero, fue destinado al Seminario Menor de Sigüenza. Muy pronto se le encomendó la formación de los Seminaristas

Sigüenza vivió del 18 al 24 de julio unos días de relativa tranquilidad. El 25 se presentaron en la ciudad varios camiones de milicianos. Urgía la huida para salvar a los seminaristas. Ese día fueron detenidos el Sr. Obispo y los Claretianos que dirigían el Seminario Mayor de la Diócesis.

    Los seminaristas claretianos jugaban después de comer en el patio del Colegio de Infantes. Fueron llamados a la Capilla. El P. José María se adelantó hasta el altar y durante unos instantes no pudo articular palabra. Sobreponiéndose dijo: “Hijos míos: ha llegado uno de los momentos más trágicos de mi vida. No, no pasa nada especial, pero para prevenir lo que pudiera suceder, he de comunicarles, con profunda pena, que el Colegio queda disuelto por algunos días.”

    Los niños comenzaron a llorar. “No lloren, que por ahora no pasa nada.” El P. Ruiz recitó varias plegarias ante la imagen del Corazón de María que presidía el altar de la Capilla con gran emoción. En un momento dado, se hincó de rodillas, y con los brazos en cruz ofreció su vida: “¡Madre mía, salvad a estos hijos míos, que Vos me habéis dado! Y, si es necesaria una víctima, aquí me tenéis escogedme a mí, pero no permitáis que suceda nada a estos inocentes que no han hecho mal a nadie.”

    El P. José María con varios Padres de la Comunidad y 35 niños partió hacia el pueblo cercano de Guijosa. Este pueblecito de 299 habitantes les recibió con los brazos abiertos. Don Fernando Gros Arroyo, su Párroco, les dio de merendar pan y chocolate. Se distribuyeron por las familias y en la casa parroquial. Al final del día, fueron a la Iglesia para hacer el Ejercicio del cristiano y la Visita al Santísimo Sacramento.

    El 26, domingo, antes de las seis de mañana, se reunieron de nuevo en la Iglesia para las oraciones de la mañana y celebrar la Eucaristía. Cinco Misas seguidas se celebraron en Guijosa. Nunca se vio cosa igual.

    Dos nuevos grupos de seminaristas partieron de Guijosa para otros destinos. Eran muchos, el pueblo pequeño y su presencia demasiado dura. Al Padre Ruiz le aconsejaron marchar con ellos. Se quedó porque uno de los niños le dijo que tenía mucho miedo sin su presencia. Les dijo viéndoles partir: “¡Adiós hasta el cielo!”

    El día 27 celebró la Eucaristía entre lágrimas. Se confesó con Don Francisco.

    Al finalizar un paseo por los alrededores del pueblo, habló a los seminaristas de la dicha del martirio. Le aconsejaron marcharse de nuevo; los niños estarán cuidados. “Yo no puedo abandonar a los niños. Prefiero morir. Es muy grande mi responsabilidad.”

    El día anterior, los milicianos habían estado en el pueblo de Mojares preguntando por el Padre Encargado de los niños. La mañana del 27, llegó a Guijosa un coche con milicianos y milicianas armados. El P. Ruiz estuvo halando con ellos. Venían en plan de  inspección. Un poco antes de comer, se presentaron en el pueblo siete vehículos de la FAI llenos de milicianos y milicianas. Rodearon la casa del Párroco donde se encontraba el P. José María. Advertidos el peligro, se dieron mutuamente la absolución. Bajaron las escaleras. Un traidor a la puerta les dio la pista definitiva: “¡Ese es el Padre: el de las gafas!” El P. José María respondió: “¡Viva Cristo Rey!”

   Le registraron y le quitaron el dinero que llevaba consigo. Le llevaron a uno de los automóviles y le colocaron en medio de dos milicianas. Mientras tanto se habían reunido a los seminaristas en la plaza de pueblo. También fueron liberados el Sr. Cura y su hermano que habían sido detenidos con el P. Ruiz Cano. Algunos milicianos saquearon la Iglesia y llevaron al P. José María una imagen del Niño Jesús diciéndole: “¡Toma, para que mueras bailando con él! Lo besó con cariño y lo estrechó contra su pecho. Hoy esta preciosa reliquia de encuentra en la Casa Curia de los Claretianos de Sevilla.

   El P. Ruiz, sin apartar su vista de los niños les dijo: “No temáis, no pasará nada; a lo más me llevarán a la cárcel. A vosotros no os harán nada tampoco”. ¡Adiós!

   Habían recorrido algo más de tres kilómetros en dirección a Sigüenza, en la loma sur el Monte Otero, los coches se detuvieron. Se divisaba perfectamente el Palacio de Infantes desde donde había salido dos días antes, ahora vacío. Le mandaron salir del vehículo. Inició la macha lentamente con los brazos en cruz, perdonado a los que le quitaban la vida y bendiciendo el nombre de Dios. Doce pasos habría dado cuando un piquete, formado por catorce milicianos y algunas milicianas hizo una descarga atronadora. El cuerpo del Padre cayó desplomado. De bruces y con los brazos en cruz. Su cráneo quedó destrozado. Así se consumó la tragedia. Parece que la descarga la oyeron los seminaristas desde Guijosa. Un día en Palacio de Infantes, convertido en Hospital, un seminarista oyó a un Grupo de ellos: “Como aquel que matamos y que murió perdonándonos.

   Cuando los seminaristas volvían a Sigüenza a las siete de la tarde, al llegar al Otero, alguien dijo: ¡Ahí va! ¡Un hombre dormido!  Otro de los niños que había oído la descarga, le dijo por lo bajo: ¡Es el P. Prefecto! Por este nombre designaban al P. José María en el Seminario. Al pasar junto al cadáver, todos se convencieron de que era él. Los mismos milicianos se dieron cuenta de que los niños le habían reconocido.

    El martes 28 de julio, por la mañana, fue a recoger el cadáver el enterrador, Fausto Ortega Guijarro, que lo trasladó al cementerio.

    Será beatificado en Tarragona el 13 de octubre del 2013                    

 

 

                                

  

 

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