Sábado, 04 de mayo de 2024

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La travesía (II): Rivalidades

por Diálogos con Dios

28 de Noviembre del año de nuestro Señor de 1520.
Al sur de las tierras de América.
Expedición castellana comandada por el marino portugués, Fernando de Magallanes, en busca de un paso hacia los mares occidentales y las islas de las especias.
Catorce meses de travesía.

La expedición ha encontrado lo que parece un paso de mar muy estrecho y sinuoso, con grandes acantilados nevados a los lados. Navegan con cuidado esperando encontrar una salida al mar, o en el peor de los casos un cuello de botella que les haga retroceder y volver a intentarlo por otro lado. La opción menos deseada sería estamparse contra la costa por culpa de la niebla, por ello avanzan por delante algunas barcas exploradoras que van y vienen. Después de cien leguas en el estrecho, recorridos en treinta y ocho días, fuertes vientos y olas gigantes y bancos de algas que se enredan en los timones, la tensión del momento inhibe el agotamiento acumulado y el frío congela las almas. Es una empresa delicada y lenta donde la enorme profundidad impide a los barcos fondear con lo que deben enganchar cables a tierra para pernoctar en las cuatro horas que duran las noches del verano austral. En un laberinto de canales y pasos cerrados, las naves a veces pierden el contacto visual y el rumbo, hasta el punto de perderse, como le sucedió a “La Santiago”.
Ya solo quedan tres naos, después del motín de la Semana Santa pasada.
La sublevación fue sofocada rápida y expeditivamente por el comandante Magallanes y su alguacil Gómez de Espinosa, que no dudó en degollar y descuartizar a Don Álvaro de Mendoza. Ante la contundencia de la facción portuguesa, la pretendida unidad castellana se diluyo en el aire y una cascada de traiciones y cobardías dio al traste con la rebelión. Don Gaspar de Quesada fue ahorcado y Don Juan de Cartagena junto al sacerdote Calmette fueron abandonados en tierra, cuyo destino más probable en semejantes estériles e inhóspitos parajes fueron los estómagos de alguna tribu caníbal. Don Esteban Gómez sí tomó "La San Antonio" y logró huir.
Don Juan Sebastián Elcano fue indultado.
El inquietante silencio del avance solo es roto por la conversación en la cubierta de "La Victoria" entre su capitán Elcano y un sacerdote.
—No me explico porqué el comandante me perdonó.
—Sois necesario. Después de tantas bajas, sois el más capacitado para gobernar esta nave. Además, él sabe que fuisteis arrastrado por las circunstancias, que vuestras intenciones no estaban impulsadas por el odio.
Al vasco no le convence del todo la respuesta, mientras observa detenidamente, abrigado por pieles de zorro, las maniobras de las barcas de reconocimiento. El sacerdote, ante la insatisfacción que provocan sus argumentos en su amigo, prueba de nuevo:
—En el fondo, Don Fernando os admira.
Elcano se gira con una mirada sorprendida a su interlocutor que, ahora sí, ha logrado llamar su atención.
—Sois un marino de recursos y un hombre cabal e intuitivo, de gran prestancia y serenidad. Son cualidades que admira y envidia a la par.
Elcano concede credibilidad a las palabras del sacerdote, no en vano, conversa y confiesa al portugués regularmente
—No debería estar pendiente de mí, de un subalterno. Él es un marino experimentado, un ejemplo de fortaleza y determinación, el comandante de esta expedición y la suprema autoridad. No debería menospreciarse. Sus actitudes acomplejadas son las que le hacen perder credibilidad ante los demás.
—No lo puede remediar... en cierta forma, le gustaría ser como vos.
Después de las peripecias vividas, del intento de rebelión y de las muertes causadas, estas revelaciones no consuelan al vasco, que está consumido por sentimientos de derrota, fracaso y frustración.
—¿Entonces, porqué Dios permite que un individuo provinciano y estrecho sea el guía de ésta loca travesía y no me ha dado paso a mí o a otro de los preparados capitanes para poner un poco de orden y cordura?
—No pongáis pleito a Dios, el sabe lo que hace. No estáis tan preparados como pensáis para esta parte del viaje. Precisamente esta aventura necesita una fuerza de la naturaleza como Don Fernando, que por ambición y gloria, luche contra vientos y mareas. La tripulación necesita su competitividad y su amor propio como acicate. Vos hubierais aportado mesura, buen trato y ponderación, pero quizás no estaríamos aquí hoy, sino camino a casa, con las manos vacías.
—¿Y dónde se supone que estamos ahora? En una trampa mortal, avanzando lentamente hacia el fin, de una manera cruel y silenciosa. —Elcano reconoce que sus palabras son fruto de la rabia de su fracaso personal—, además, no sé si yo hubiera dado la vuelta o simplemente hubiera tomado otras rutas...
—No hay otros caminos, solo éste. Don Fernando lo sabe Y Dios lo sabe. Por eso estamos embarcados en esta aventura nosotros y no otros y por eso, el comandante es ese pertinaz y bravucón portugués y no otro. Mirad...
En ese momento se oyen gritos y vítores desde las barcas. El horizonte se abre después del último recodo, la niebla se disipa y aparece la gran mar ante sus ojos. Una mar pacífica y grande. Quizá sea un buen augurio y las tempestades de los egos de abordo, las hambres y las penalidades han tocado a su fin y llega la paz. Al fin y al cabo han conseguido su objetivo, han logrado descubrir un paso hacia la otra mar. Magallanes puede estar muy satisfecho de sí mismo.
—No os preocupéis, —el sacerdote prosigue la conversación con El cano, mientras no dejan de mirar y admirar el horizonte—, no debéis temer nada de Don Fernando. Sabe que no volveréis a intentar ninguna nueva hazaña en contra de su autoridad y os mantendréis obediente y pacífico lo que queda de viaje. Sois suficientemente sensato para comprender que él ha ganado y vos habéis perdido. Olvidaos de rivalidades, celos y rencillas y colaborad procurando la paz.
Eso es precisamente lo que piensa ahora mismo el vasco. No tiene ningún reparo en acatar órdenes, es hombre de armas y cristiano acostumbrado a obedecer.
—Pero no dejo de pensar que hemos luchado contra una pared y que nos podíamos haber ahorrado unas cuantas muertes y sufrimientos sin sentido.
—Si han tenido sentido. Pensad que Don Fernando, quizás estaba pasando por un momento de vacilación cuando os sublevasteis y como consecuencia del motín, tuvo que rearmarse y cobrar determinación para sobrevivir y llevar la empresa hasta el día de hoy. Nada ocurre por casualidad. En cualquier caso, los que murieron tomaron sus decisiones, arriesgaron y quedan en manos del misericordioso juicio divino.
—¿Entonces conseguimos el efecto contrario?
—Nunca sabremos si Don Fernando hubiera cambiado de parecer y hubiera optado por abandonar. Vuestro alzamiento no le dejó más opción que seguir hacia adelante. Dios se sirve de causas segundas para sus propósitos y saca bienes de males. En cualquier caso, el viaje se purificó de malas hierbas.
—Y yo soy una de esas malas hierbas que sobrevive por condescendencia divina...
—Nuestra lucha no es contra la carne, ni contra la sangre… las malas hierbas no son las personas sino las actitudes que el enemigo implanta en las conciencias débiles y mal dispuestas. Lo importante no es la salvación de nuestro proyecto humano sino la salvación de nuestras almas. No, vos sois una pieza importante y fundamental en esta empresa, y por eso Dios os mantiene vivo, pero también necesitáis ser purificado.
Salvas de cañones se disparan desde las naves festejando el fin de muchas penurias y el cumplimiento de los objetivos. Una nueva etapa se abre para la expedición y para la corona de Castilla. Y todo gracias a hombres valerosos y recios, escogidos por Dios, no exentos de vanidad y amor propio, y aún así, destinados a las más grandes hazañas.
Pero destinados, sobre todo, a la obediencia plena a la verdad…
¿Y cuál es la verdad?

Ahora rumbo a las islas de las especias.
Las Molucas.
Todo recto.
Pronto encontrarán tierra.
Pronto encontrarán comida, agua y... mujeres.
O no.

El sacerdote bendice al capitán Elcano, a toda la tripulación y al resto de las naves.
—No sabemos los planes que el Señor tiene para vos, pero vuestro destino no está escrito aún. Solo podemos avanzar y ver como se desarrollan los acontecimientos, ser obedientes y estar vigilantes para cumplir con la voluntad divina. No sabemos lo que ocurrirá, pero debemos disponernos en conciencia, vivir el presente... y confiar.


“Comenzasteis bien vuestra carrera, ¿quién os puso obstáculo para no seguir a la verdad? (…) Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!” (Ga 5, 7)



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