Sábado, 20 de abril de 2024

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Las lágrimas de un Papa

por Creo, Señor, aumenta mi fe

 

El 19 de agosto del 2011 se celebró en Madrid un Vía Crucis solemne dentro de la JMJ. 

Fue impresionante contemplar aquella muchachada en silencio durante su celebración. Al terminar el acto, Madrid se convirtió en una inmensa procesión de Semana Santa. Las imágenes, que habían llegado cedidas por las Cofradías de toda España, estuvieron procesionando durante toda la noche por las calles de la capital de España.

Los textos de cada una de las estaciones las escribieron las Hermanitas de la Cruz de Sevilla.

Cuando al Papa Benedicto XVI le propusieron este acto, pensó que sería mediante la proyección de distintas imágenes de la pasión del Señor. No confirmó su asistencia. Al enterarse de que se trataba de las esculturas de los mejores imagineros españoles, no lo dudó un momento. Su presencia estaba asegurada.

Las Hermanas que atienden a la Nunciatura certifican que aquella noche el Papa llegó emocionado, llorando. La devoción de los chicos y chicas venidos de todo el mundo y el realismo de las imágenes conmovieron su corazón alemán.

Al terminar el Vía Crucis dirigió unas palabras a la multitud que pueden servirnos a nosotros para conmover nuestras entrañas en la celebración de esta Semana Santa.

“Con piedad y fervor hemos celebrado este viacrucis, acompañando a Cristo en su Pasión y Muerte. Los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, que sirven a los más pobres y menesterosos, nos han facilitado adentrarnos en la cruz gloriosa de Cristo, que contiene la verdadera sabiduría de Dios, que juzga al mundo y a los que se creen sabios (Co 1, 1718).También nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario, la contemplación de estas extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis españolas… Cuando la mirada de fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa al contemplar una imagen de Cristo muy llagado (Vida 9, 1).

¿Qué haremos nosotros por Él? ¿Qué respuesta le daremos?...Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por vosotros aumente vuestra alegría y os aliente a estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois tan sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y compadecer… Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia… Que sepamos sacar estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para ello a Cristo, colgado en el áspero madero, y pidámosle que no enseñe esa sabiduría misteriosa de la Cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida.

Volvamos, ahora, nuestros ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue entregada como Madre, y supliquémosle que nos sostenga con su amorosa protección en el camino de la vida, en particular, cuando pasemos la noche del dolor, para que alcancemos a mantenernos como ella firmes al pie de la cruz”.

 

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