Jueves, 02 de mayo de 2024

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Sacerdocio y martirio en la cuna del aspirantado (I)

por Lolo, periodista santo

En los difíciles años 30, se funda en Linares la Juventud de Acción Católica. Al cumplirse los 25 años de ello, Lozano Garrido, joven que militó con gozo y entrega en aquel centro de Linares, rememora aquellas fechas.  A lo mejor se nos ocurre decir que ‘han cambiado los tiempos’; sí, ciertamente, han cambiado una barbaridad, como dice la copla. Pero  hay bases esenciales, cimientos que no pueden sustituirse. Grave para el edificio es que se muevan los cimientos.

Los artículos que se ofrecen en estos días en el blog "Lolo, periodista Santo", forman parte de esa serie de artículos conmemorativos del 25º aniversario.

En fechas ya anunciadas (octubre de 2013) será beatificado un gran grupo de mártires del 36-38. Entre ellos hay Obispos (de Jaén y Tarragona), sacerdotes, seglares y dentro de este grupo de seglares, jóvenes de Acción Católica. Lozano Garrido escribe en 1954, pero narrando temas de antes a 1936. El martirio es una prueba de fidelidad ‘hasta la muerte’. Y él, como tantos otros jóvenes de entonces, tenía una seriedad en su fe, unos compromisos tan profundamente adquiridos, que ni la muerte les arrancaba de ello.

Pero también de esos centros de Juventud salieron vocaciones sacerdotales y magníficos padres de familia. Era un ‘menudo grano al viento’, pero con promesa de abundante cosecha.

Sacerdocio y martirio en la cuna del aspirantado (I)

Cuando los dedos figuraban huéspedes. La Obra predilecta. Gloriosa historia de la Juventud de Linares (III - 1)

Manuel Lozano Garrido
Cruzada, nº 25, junio 1954

No es que la República hubiera anticipado determinada prueba de beatitud, pero si alguno de los que ingenuamente fían en palabras, olvidando el “por sus frutos los conoceréis”, quedaba en sus filas, en el minuto de la proclamación debió sentir, con el salivazo a la Iglesia, algo así como una gran convulsión en el precario edificio de sus convicciones. El parto de los montes que fue “la Niña”  -como desde entonces se llamó el nuevo régimen-  presentaba, por prematuro alumbramiento, una configuración tan escuálida que no era el caso demorar proyectos vengativos. Para retener incautos se cuidó de airear que el Presidente era un católico (¿) que iba a Misa  -aunque ahora algo menos por sus ocupaciones-  cuando en realidad el tinglado era un cotarro de masones, y en la flamante Constitución se afirmaba con prosopopeya “la libertad de cultos”, aunque desde entonces una hilera de templos empezará día a día a consumirse, sin cesar hasta el octavo abril: el de la Victoria. Por eso aquí, aquella noche, mientras se encendían las luminarias de un triunfo venido a las manos por la indecisión de los que no supieron salvaguardarlo como hombres, cayó la careta y la República se presentó tal como era: rabiosa y medularmente sectaria. Al día siguiente, la hez de los lugares de vicio andaba y desandaba las calles con frases y actitudes cínicamente provocativas. No contaban ellos que los años precedentes habían ido acrisolando en silencio a la Juventud y que sus muchachos tenían en el corazón el temple y la serenidad de los mejores aceros toledanos. La primera arbitrariedad llegó ostentosamente como una “democrática” orden municipal: Terminantemente prohibida la enseñanza del catecismo en la barriada de la Fuente del Pisar (¡Qué importancia no tendrá la catequesis cuando a ello se apuntaba como a centro neurálgico!)

Después la cosa arribó desde la moderna degradación de los antiguos Mentideros: las verdulerías y mercados. No se sabe por quién, pero allá surgió el fantasma de que el rótulo colocado meses atrás en los balcones del Centro era una provocación insultante. Todo el aparato de los antiguos “guindillas” maniobró preventivamente (podía haber armas!) por escalas y balcones para descolgar la muestra. Al pie, el grupo de manifestantes pululaba complacido, pero aquí surge el quite, por la serenidad del Presidente y tres jóvenes, y el letrero permaneció íntegro, aunque hubo de visitar el ayuntamiento republicano.

El tercer conato tuvo en su desarrollo el desgarro de un sainete arnichesco y la gracia de las escenificaciones políticas de Muñoz Seca. Como el delincuente cree a todos de su misma condición, los que con la pistola habían sido el pánico de las gentes pacíficas no concebían otro ideal que no lo fuera sobre un arsenal clandestino de armas. De aquí que, desde los garitos circunvecinos, se vigilara continuamente el domicilio de la Juventud. Una tarde, cuando el fruto de la vid, escanciado en ellos más de la cuenta, encendía fantásticas conspiraciones, un camión se detuvo ante la casa acechada con un voluminoso cajón de madera, alargado y redondo, que produjo esta exclamación:

— ¡¡Fusiles!!

Con una celeridad increíble, antes que se iniciara la operación de descarga, la guardia municipal, urgentemente llamada, había cercado camión y muchachos.

— Les cogimos! ¿Qué hay en ese cajón?

Entrecruzando risitas irónicas, los chicos apearon en silencio el embalaje. Después, con él sobre los hombros, traspusieron el umbral. Detrás entró la tropilla apremiando.

— Hay orden de que esto se abra inmediatamente.

Dos martillos empezaron a trabajar afanosos. Al fin se alzó brevemente la tapa. Cuando se esperaba un cañón del 42, comenzó a oírse una musiquilla alegre, tremendamente burlona,  y la guardia, chasqueada, tuvo que dar media vuelta. El terrible artefacto no era sino… un piano regalado.

Aguantar heroicamente el huracán de la persecución, es una hazaña imponderable que no deja de ser fundamentalmente pasiva. Si esa era la circunstancia de la Juventud, entonces, no lo fue en su consecuencia, porque hubo al par una poderosa fuerza creadora que iba edificando a pecho limpio en la zona mortífera de vanguardia.  Los que después cayeron, lo harían con la certeza de tener asegurada la continuidad. Por eso, los sillares tenían cimentación nacional y para siempre. Por ejemplo: el Aspirantado, nacido allí.

Se dijo en “Signo” en cierta ocasión que si alguna vez se llegaba a deseñar la historia de la Juventud de Acción Católica Española se vería entonces la inmensa aportación a las tareas directivas realizada por esos “semilleros de apóstoles” (como, de seglar, llamó don Ángel Herrera al nuestro) que son los aspirantados. Concretamente, de los cinco presidentes que aquí hubo desde que los pequeños alcanzaron edad de ser elegidos, los cinco moldearon su alma en la Obra de la Adolescencia, como asimismo el coeficiente casi total de los restantes directivos. ¿Se comprenderá su interés? Pues bien: esta fundación providencial que ha sido declarada predilecta de la Juventud porque de ella surgieron sus cuadros de mandos, nació en Linares, donde recibió características definidas de difícil superación, y al fin se extendió por el resto de España. ¿Cómo y por qué lo fue?

(Continuará)

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