Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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El futuro del integrismo

por Inversiones en esperanza

A lo largo de diferentes artículos, he ido expresando mi temor ante el proceso silencioso de división que voy observando entre los católicos. Ya se ha hablado muchas veces de las posiciones pretendidamente “liberales”, que tras el Concilio Vaticano II han sido más o menos directamente responsables de alguno de los males que nos ha tocado padecer en la Iglesia de los últimos decenios.

Sin embargo hoy querría que nos fijásemos en el otro extremo. Y es que me preocupa mucho el resurgir de posiciones que (simplificadamente también) podríamos llamar “integristas”. En mi opinión es este uno de los puntos más críticos con los que habrá de lidiar el nuevo papa.

Definir una “tendencia” no es fácil, porque, inevitablemente, requiere simplificar. No obstante, y para entendernos, vamos a nombrar así a las corrientes de pensamiento que, de forma consciente o no,  tienden a cerrar el paréntesis histórico de los últimos 50 años. Un paréntesis que suspende, en la práctica, la radical y magnífica innovación (en absoluta continuidad con la tradición) que supuso el concilio Vaticano II. Así, y aunque reconozcan la validez canónica de dicho Concilio, su tendencia general es la de minimizar dichos elementos innovadores, poniendo el acento en los más continuistas.  Por otro lado y escudándose en los errores y exageraciones que se cometieron en los años posteriores, realizan una lectura profundamente negativa de esta etapa, y parecen desear un entronque directo con los tiempos de Pío XII.

Es verdad, que en tiempos de crisis, la gran tentación estriba casi siempre en volver “a lo seguro” y no moverse un ápice de allí. Por eso es fácil entender estas posturas, que arrancan de los mismos orígenes del cristianismo (con la corriente judaizante). Por mi parte he  de decirles que hablo de lo que he vivido: aunque fui un niño educado cristianamente en los años inmediatamente posteriores al Concilio, sin embargo mi formación fue básicamente "integrista". Mis recuerdos son una mezcla de miedo a ofender a Dios y temor de la condenación. Luego conocimiento y normas. Muchas normas.

Pero, eso sí: me sigue llamando la atención la enorme seguridad que aquel sistema proporcionaba. En efecto, allí todo estaba perfectamente regulado: había principios y explicaciones precisas para todos y cada uno de los interrogantes que pueden expresarse en la vida de las personas. Solamente bastaba con dejarse llevar y conocer muy bien todas aquellas cosas "necesarias para la salvación". Ante cualquier duda se imponía el recurso a la obediencia: a los sacerdotes, los padres, los maestros, etc.

Esta visión de la fe, ciertamente me inculcó el temor de Dios, pero no me proporcionaba los medios para llegar a Él. Recuerdo los Ejercicios Espirituales a los que acudía junto con mis compañeros de clase: producían en nosotros una fuerte exaltación durante aquellos días de predicaciones encendidas y cánticos, pero no nos mostraban como tener una relación propia y personal con el Señor. Apenas, al menos que yo recuerde, se hablaba de la oración, ni de la misericordia tampoco. En realidad nadie nos enseñaba a orar y todo consistía finalmente en conocer verdades intelectuales y ponerlas en práctica, en un sistema que se reducía  básicamente a conocimientos y fuerza de voluntad.

El integrismo, por definición, es pesimista. No le gustan ni la sociedad ni el mundo moderno, y procura aislarse de ellos. No se preocupa mucho por la cultura contemporánea y vive una sociología religiosa de ghetto que, no obstante, puede resultar atractiva para algunas personas.

De hecho, me llama la atención que, frecuentemente se consideren exitosos y ejemplares aquellas órdenes religiosas o movimientos  arcaizantes, muy rigurosos en sus exigencias y que predican una fe tradicional, porque tienen un éxito vocacional mucho mayor que los de carácter "progresista".

” ¿Éxito?”, me pregunto ¿Acaso consiste éste en llenar conventos colegios o seminarios de clones sometidos a una férrea disciplina y de los cuales se espera siempre el mismo comportamiento idéntico y previsible? ¿Se trata de formar gente en una dependencia cuasi infantil de la Congregación, del superior, del Fundador, o de quien sea? ¿No consistirá el éxito más bien en obtener personas, humana y espiritualmente desarrolladas, con comportamientos maduros y personalizados y con una fuerte experiencia personal de la relación con Dios?

Durante mucho tiempo, y desde esa postura de falsa superioridad,  se nos quiso hacer creer que esta corriente era una especie de “reserva espiritual”. Sin embargo la Historia es obstinada y “no hay nada oculto que no quede manifiesto” (Lc 8,17), así que hemos podido descubrir que, muchas veces esto  no era así, y lo hemos hecho con lágrimas y sangre para toda la Iglesia.

Es cierto que el integrismo tiene su atractivo: da respuestas claras y con frecuencia excluye los matices. Insiste mucho en los aspectos visibles, en las mediaciones concretas y en los comportamientos altamente uniformes. Proporciona seguridad casi absoluta y un arraigado sentimiento de pertenencia e identidad. Todo eso es más que suficiente para muchas personas, pero yo creo que tiene que ver poco con la aventura del Reino de Dios y me temo que su único futuro sea el de la secta.

Por eso, aunque lo hayamos pintado con trazos muy gruesos, tengo que desconfiar de ese cristianismo,  y pienso que en la Iglesia haríamos mucho bien ayudando a sus miembros a descubrir poco a poco la misericordia, la confianza,  y la libertad de los hijos de Dios…

Sin duda esto es mucho más difícil porque el verdadero discipulado requiere paciencia, amor, y sobre todo un gran respeto por la identidad personal de cada uno, desde la que estamos  llamados a alcanzar la santidad. También exige una perspectiva de respeto al Misterio, el cual resulta incómodo a veces, pero que no tenemos derecho ni a simplificar ni a profanar.

Finalmente, debemos entonar un mea culpa, porque, aún creyéndonos ideológicamente muy “modernos” todos podemos caer en la tentación del integrismo respecto de nuestras ideas y la forma en que intentamos imponerlas a los demás.

A mí siempre me ayuda pensar: ¿qué habría hecho Jesús en mi lugar?

En Él les mando un fuerte abrazo a todos.

 

josue.fonseca@feyvida.com

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