

San Valero fue de los obispos maestros, de ahí su importante participación en el concilio de Elvira, pero también fue un obispo pastor, que sabía proteger a sus fieles de las perversas influencias morales en que había degenerado el poder imperial.
Por ello Valero fue perseguido y encarcelado junto con su diácono Vicente.
Prudencio nos indica que Valero recibe el apelativo de "confesor" al reconocer ante los romanos su fe.
No alcanzo el martirio como su su diácono Vicente, muerto en Valencia que le acompañó en su cautiverio hasta la ciudad del Turia durante la persecución de Diocleciano, y en donde salvó la vida, ignoramos por qué causa concreta (una tradición posterior, más novelesca, nos dice que San Valero era de difícil palabra, acaso un poco tartamudo; y que, en el tribunal valenciano, ello dirigió la atención principal al fogoso Vicente, que quiso hablar por ambos y pagó con la vida su atrevido discurso).
Valero inspirado no en Diocleciano, sino en el Evangelio, con su comportameinto valiente frente al poder, con el que no pactó sino se enfrentó, extendió la pequeña comunidad cristiana cesaraugustana fundada por Santiago y bendecida por la visita en carne mortal de Nuestra Señóra, y la consolidó por los siglos.
Hoy lo celebramos y gracias a su postura y a su ejemplo diecisiete siglos después la Iglesia diocesana de Zaragoza sigue presente
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