Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

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"Sexo. mentiras y cintas de video"

por Inversiones en esperanza

No es mi intención hablar de la afamada película de Soderbergh de 1989, en la que tampoco tengo mucho interés. La reflexión me vino en realidad viendo algunas escenas de otra: Rosas rojas (Oliver Parker, 2005), emitida hace unos días por una cadena generalista.

Les resumo el argumento: una pareja muy chic se casa. Son  guapos modernos y bastante ricos, pero en el banquete de boda resulta que la novia conoce a la encargada de las flores, por la que siente una gran atracción. El resto de los 94 minutos no son más que un trayecto que desemboca en el previsible final: el matrimonio se rompe, y ante la aceptación comprensiva de padres, amigos y ¡el propio marido abandonado! Rachel, la protagonista, va en busca de Luce, su florista amada, y se encuentran románticamente en un tremendo atasco de tráfico londinense.

Cualquiera dirá que una cosa así, no merece un post, y estoy totalmente de acuerdo.  Pero sí lo que el filme representa emblemáticamente. ¿De qué se trata? Del “encanto”. El encanto sentimental de dos seres jóvenes y hermosos, a través de los que una estudiada trama de miradas, roces de manos y espacios sugerentes, capta al espectador, y le conduce a “desear” inconscientemente que se produzca un adulterio y se consolide una relación homosexual. Tal cual.

Este es un tema controvertido, ¿verdad? ¿Qué tipo de películas debemos ver los cristianos? ¿Es lícito caer en las redes de un guión que lleva indefectiblemente a la infidelidad, a la venganza o al crimen? ¿podemos empatizar con los personajes, pero no con sus pecados? Se trata de una ficción al fin y al cabo, es cierto, pero ¿son capaces nuestro inconsciente o nuestra sensibilidad de distinguir tan claramente? ¿Se puede educar en lo contrario mientras los valores más mundanos disponen de hora y media de propaganda gratuita en el salón mismo de nuestras casas?

No son preguntas fáciles, y yo no tengo todas las respuestas. Reconozco que es relativamente sencillo “cortar por lo sano” y establecer una censura férrea alrededor de la televisión (de Internet, de la radio, de las revistas y de las posibilidades de la telefonía móvil: hay quien lo hace), pero no sé si esa es la solución correcta, dado que la experiencia y la propia Palabra de Dios nos aconsejan no quitarnos del mundo, sino apartarnos del mal (Jn 17,15)…

Esto es, en realidad, lo que quiero poner de relieve. Debemos estar muy atentos y aumentar el espíritu crítico en nosotros y en nuestros jóvenes. ¿Cómo hablar de perdón y no-violencia, cuando el mundo audiovisual que les rodea está lleno de exaltaciones a la fuerza y a la destrucción? ¿Cómo resaltar el valor de la castidad, cuando lo contrario es presentado unánimemente como lo más “guay” del mundo: una experiencia insustituible y única en el camino de hacerse hombre o mujer de verdad?

Es difícil, y a mí sólo se me ocurren dos soluciones. La primera es orar mucho: soy un absoluto convencido de la capacidad de la petición a Dios por parte de sus hijos (Sant 5,16), sobre todo en un asunto de tanta importancia como éste. El segundo es de orden práctico, e implica crear una nueva cultura cristiana. Ni más ni menos. Seguramente, y dicha así, resulte una idea demasiado general y ambigua, pero personalmente tengo muy claro a lo que me refiero.

En un episodio muy reciente de la célebre serie Anatomía de Grey, una joven médico interna explicaba a su amante que no quería seguir teniendo relaciones con él porque sabía “que ofendía a Jesús”. Dejando aparte el tono pretendidamente cómico que la escena quería resaltar, el hecho es que tal expresión resulta verosímil en un contexto determinado, que es el de la clase media (digamos modernilla) de EE.UU, a quien va dirigida la producción.

Ese hecho tan poco relevante en apariencia, resulta ser todo un indicador social: en España la misma frase no sería posible, estaría totalmente descontextualizada. Lo que en América es una sub-cultura (es decir la cristiana) más o menos polémica, pero respetada, en nuestro país simplemente no existe. La diferencia es que allí, y desde hace mucho tiempo, se han ido creando los elementos necesarios para que una forma de vivir, que sigue siendo considerada por la mayoría como “normal”, esté totalmente impregnada del Evangelio, y no parezca, como aquí, ridícula, retrógrada o sectaria.

En determinados países, ser cristiano puede ser considerado una peculiaridad (incluso una peculiaridad incómoda), pero no una rareza, no un elemento descalificatorio de las personas per se.

Eso conlleva que un anillo de castidad, por ejemplo, no requiera explicaciones inmediatas (todo el mundo sabe lo que es), que una emisora de radio totalmente comercial tenga sus canales de música cristiana propios (La gran Accuradio tiene seis, nada menos), y que pertenecer a una congregación determinada y muy activa, sea algo perfectamente comprensible, homologable y hasta (en determinados ambientes) de buen gusto.

No quiero hacer aquí un panegírico del Made in USA. Cualquiera que conozca un poco aquello sabe que la secularización es allí, también, feroz, y los ataques a la fe tan duros como los de aquí. Pero los cultos están llenos, la vida cultural (la vida cultural real, no la que a veces entendemos desde la Iglesia) cristiana es magnífica, y todos los años se registran miles de conversiones. No es el paraíso, pero, dicho en pocas palabras, ¡para nosotros lo quisiera!

La pregunta del millón es si estamos dando los pasos necesarios para que una cultura cristiana moderna, atractiva y comprensible por nuestros ciudadanos, pueda ser posible en unos años aquí también, o no…

¿Usted que cree?

 

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