Jueves, 25 de abril de 2024

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La Biblia: más que palabras.

por Cerca de ti

La Biblia: más que palabras

Celebramos en setiembre el mes de la Biblia. Por eso deseamos acercarnos de un modo especial a las Sagradas Escrituras, por medio de las cuales Dios nos habla y nos invita a dialogar con Él. En su Palabra, Dios quiere revelar al hombre el misterio de su propia vida.  

¿Por qué celebramos el mes de la Biblia en setiembre?
 
San Jerónimo entrega la Biblia al papa Dámaso

Por una parte, la Iglesia católica celebra la festividad de san Jerónimo el 30 de setiembre.  El papa san Dámaso encargó a Jerónimo, quien fue su secretario, la traducción de las Sagradas Escrituras del hebreo y el griego, al latín, es decir, a la lengua popular de entonces, la lengua vulgar. Por eso esta versión es conocida como la “Vulgata”.  

El erudito, nacido en Dalmacia –en la actual Croacia- pasó casi 25 años entregado a esta descomunal tarea que desempeñó en una gruta de Belén, lugar al que había emprendido un exilio voluntario después de sus años en Roma, cuya alta sociedad aún recordaba la acre y recia personalidad, el genio fiero de Jerónimo y las rigurosas palabras con que el santo había fustigado sus vicios. 

Por otra parte, el 26 de setiembre de 1569 se terminó de imprimir por vez primera la Biblia en español, traducción a cargo de Casiodoro de Reina. Es conocida como la “Biblia del oso”, porque en la tapa se encontraba la imagen de un oso comiendo miel de un panal. 

A pesar de que la expresión “Palabra de Dios” nos es familiar y nos acompaña en todo momento de nuestra vida de fe, al mismo tiempo, cuando volvemos nuestro corazón hacia ella, no podemos sino renovar las preguntas que todos nos hemos hecho, y sobre las que regresamos una y otra vez, buscando comprender de manera cada vez más adecuada la realidad significada por esas palabras: ¿es que realmente Dios nos habla, Dios me habla? ¿Cómo es esta palabra, cómo es dicha? 

Antes que nada, si Dios tiene una palabra, si Dios habla, entonces… se comunica, o al menos desea hacerlo. La expresión “Palabra de Dios” indica una Presencia personal, que, de modo semejante a cada uno de nosotros, intenta compartir -por medio de su Palabra-, aquello que incumbe a su propia existencia y vida. La Palabra de Dios nos pone en relación con realidades profundas, aquellas que atañen al ámbito divino. Para nombrar las realidades de Dios, el lenguaje de la fe -como vemos-, apela a términos, expresiones y formas de lenguaje análogas a las empleadas por nosotros. “En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 109). 

¿No necesitamos también nosotros de la palabra para comunicarnos? ¿No es cierto, por otra parte, que cuando hablamos y el otro no nos entiende, o no nos escucha, esa palabra, en el fondo, no es tal, y de alguna manera deja de ser palabra? La palabra humana se llena de riqueza y de plenitud cuando es recibida, cuando crea relación, cuando entrega vida. Las palabras comunican realidades relevantes para el otro, despiertan el encuentro, el espacio compartido, nos traen lo que no estaba y ahora está, lo que no veía y ahora veo. Las palabras, cuando son comunicación, son más que sonidos articulados, más que unidades lingüísticas cuyos significados registran los diccionarios. ¡Son vida!  

Jesús se refiere muchas veces a este aspecto de la Palabra de Dios, a la apertura o bien a la frialdad para ser recibida. Algunos acceden al nivel racional de lo que está diciendo, pero no logran entrar en la Vida a la que abren sus palabras, no logran entrar en Dios, no se dejan afectar por Él, buscan mantenerse a distancia. Cuando quien escucha su Palabra se queda en la superficie de sus palabras, no se deja hablar por Dios, por lo cual permanece como ciego, como sordo, como ignorante. Así lo explica el mismo Jesús a los discípulos: 

 

“… a los de fuera todo les resulta enigmático, de modo que:

por más que miran, no ven,
y, por más que oyen, no entienden”

Mc 4, 11-12 

La palabra es el puente mayor de la comunicación, aquél que nos permite expresar lo mejor de nosotros, lo que somos, lo que vivimos, lo que deseamos, lo que soñamos, lo que sufrimos, lo que no comprendemos, lo que perdimos… Por eso la palabra humana simboliza más que las palabras, es mucho más, es todo aquello que entrego y que habla de mí, que me nombra, que nombra aquello que estaba guardado en mi interior. La palabra me da a conocer, me manifiesta, me revela, descorre el velo que ocultaba eso que ahora es puesto a la luz, y que ilumina la relación, ilumina al otro. La palabra es más que las palabras. La palabra está al servicio de la revelación. La palabra nos permite abrirnos. Pero todos conocemos también palabras sordas, palabras monólogo, palabras que son ruido, palabras que alejan, palabras que mienten, palabras que simulan. En tal caso, en lugar de transparentar lo que somos, opacan nuestra presencia. En lugar de revelarnos, nos ocultan. Dios, por medio de su Palabra, se re-vela, da a conocer lo escondido de sí, es decir, manifiesta su misterio (= lo escondido): 

“Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad…”

Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2

Las palabras se pueden comprender en la medida en que son puestas en relación con aquél que las ha dicho, y que, por tanto, son el contexto, el ámbito de vida del cual brotó esa comunicación. Si, por un lado, las palabras nos descubren a la persona, ésta, a su vez, nos descubre sus palabras. Palabra y vida conforman una unidad. Podemos distinguirlas, pero no separarlas. Es en la Vida de Dios, en el Espíritu Santo que podemos penetrar en la vida que esta Palabra nos comunica: 

“La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita.”

Dei Verbum 12

Podemos hablar, decirnos a nosotros mismos, entregar a quienes amamos nuestra presencia en el silencio, y en la mirada…, y también en el contacto de dos manos que se estrechan, en la sonrisa esperada, en el abrazo, o en la caricia, o en la paciente compañía… Toda una vida al lado de la persona elegida y amada es una palabra total, una palabra de a dos, un regalo que viene de lejos, que llena el hoy, y que promete un para siempre, un futuro imposible y sin embargo pretendido y reclamado. La verdadera palabra refuta la muerte. La verdadera palabra vuela hacia la eternidad.

Y la música, y el arte, y una pintura, y el modo en que alguien ha dispuesto el ambiente para recibirnos puede ser una palabra profunda. Cuando lo que realizamos busca al otro, procura ofrecerse al otro, entonces hay una palabra llena de riquezas. Nuestra obra puede ser una palabra única. Todo lo que hacemos nos manifiesta. 

“El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio.”

Dei Verbum 2

Cuando la palabra habla, incumbe a un “tú”, a un “para ti”, a un “para ustedes”. La palabra verdadera nombra a quien la dice y la entrega, pero está colmada de esos “tú”, está influida por el ustedes. La palabra verdadera es diálogo. No añade. Invita, incluye, regala, comparte, transforma. Es una palabra que al ser entregada ya ha sido afectada por aquellos que la recibirán. Toda palabra verdadera nace de la escucha, de la atención delicada por la vida del otro.  

¿Por qué tuvo Dios que mostrarse para que sepamos cómo es?

YouCat: el Catecimos de la Iglesia Católica para los jóvenes

Dios no estaba obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor. Como en el amor humano podemos saber algo de la persona amada sólo cuando nos abre su corazón, del mismo modo sólo sabemos algo de los más íntimos pensamientos de Dios porque el Dios eterno y misterioso se ha abierto por amor a nosotros. Desde la Creación, pasando por los patriarcas y profetas hasta la Revelación definitiva en su Hijo Jesucristo, Dios ha hablado una y otra vez a los hombres. En Él nos ha abierto su corazón y mostrado claramente para siempre su ser más íntimo.

YouCat nº 7


Dios mira las cosas desde su punto de vista

 

“Mediten con frecuencia la Palabra de Dios, y permitan al Espíritu Santo que sea vuestro maestro. Entonces descubrirán que los pensamientos de Dios no son los de los hombres; serán impulsados a conocer al verdadero Dios y a leer los acontecimientos de la historia a través de sus ojos; gustarán en plenitud la alegría que brota de la verdad”. 

Benedicto XVI (22 de febrero de 2006)

 

DIOS HABLA HOY

Benedicto XVI (29 de marzo de 2006)


 “La Sagrada Escritura no es algo que pertenezca al pasado. El Señor no habla en el pasado, sino que habla en el presente, él habla hoy con nosotros, nos concede su luz, nos muestra el camino de la vida, nos regala su comunión y nos prepara y nos abre así a la paz.” 


 

La Biblia: un libro de 73 libros

 

“Biblia”, en castellano, es un término femenino singular. Pero es una palabra de origen griego, de género neutro y número plural (el plural de “biblos” = "libro"), es decir, que se traduce como “los libros”. “Biblia” es entonces una biblioteca.  Los judíos y los cristianos llaman “Biblia” a una colección de escritos sagrados surgida en un período de más de mil años, y que es para ambos el documento originario de su fe. La Biblia cristiana es mucho más amplia que la judía, porque además de los escritos de ésta, contiene los cuatro evangelios, las cartas de san Pablo y otros escritos de la primera Iglesia. 

El Antiguo Testamento es la primera parte de la Biblia y la Sagrada Escritura de los judíos. El Antiguo Testamento de la Iglesia católica abarca 46 libros: escritos históricos, proféticos y la literatura sapiencial junto con los salmos.  

El Nuevo Testamento es la segunda parte de la Biblia. Contiene los textos propios del cristianismo, y suman 27 en total: los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, catorce epístolas de san Pablo, siete epístolas católicas y el Apocalipsis. La Biblia de la Iglesia Católica, contiene, por tanto, 73 libros.


 

“El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo”.

San Agustín

 

“Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” 

San Jerónimo

 

“Leer la Sagrada Escritura es pedir consejo a Cristo”

San Francisco de Asís

 

“Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos”.

Santa Teresa del Niño Jesús

 
 “La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”.

 

Adagio de los Padres de la Iglesia

(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 113)

 

“…la fe cristiana no es una ‘religión del Libro’. El cristianismo es la religión de la ‘Palabra’ de Dios, ‘no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo’ (San Bernardo). 

Catecismo de la Iglesia Católica, nº 108

 

“La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita”. 

Concilio Vaticano II, Dei Verbum 12


“En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres.”

 

Catecismo de la Iglesia Católica, nº 109

 

Reconforta el alma

 

 

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple.


Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos del Señor son claros,
iluminan los ojos.

 
La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre; 
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos.

 
Son más atrayentes que el oro,
que el oro más fino;
más dulces que la miel,
más que el jugo del panal.

                                                                        Salmo 18, 8-11&l

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