Viernes, 29 de marzo de 2024

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I – Tipos de monje (6)

por Glosas marginales

 

 

Para esta regla monástica, llegar a tener capacidad para el combate singular no es solamente un requisito imprescindible para poder dedicarse a la vida eremítica. Además de poder haber cenobitas con esta sazón, es indispensable, para llegar allí, la maduración en la vida comunitaria. Ésta va a ser configurada, tal y como la entiende S. Benito, en los siguientes capítulos, pero, antes de nada, nos da de ella los grandes trazos de un inicial boceto.

 

El cenobita no vive en el desierto, sino que es en el monasterio donde encuentra la soledad, no de estar sin hermanos, sino de estar solo del mundo, separado de él. Es también el espacio del silencio obediencial en el que se aprende viviéndolo a escuchar, para seguir, la voz de Dios y no el espíritu del mundo. Allí, con la ayuda de la estabilidad en un lugar con unos hermanos y en fidelidad a una regla de vida, el monje va dejando de estar llevado por el viendo de los afectos desordenados y encuentra la quietud divina, la acción sin acción.

 

El monje, en la escuela del servicio divino, vive bajo una regla y un abad. La comunidad es un rebaño del Señor porque su ley no consiste en satisfacer los propios deseos, en vivir bajo el espejismo de creer que los propios pensamientos y deseos pueden crear el bien y el mal para uno mismo, sino que vive bajo la guía de un pastor. Allí la regla los va forjando en su fuego y con los golpes de la vida de comunidad en la que, hasta las virtudes ajenas, pueden ser motivo de sufrimiento cuando el oro aún no está del todo purificado en el crisol.

 

Y sin embargo, contrariamente a lo que pudiera pensarse, esta vida en campaña en las filas de este ejército, esta larga prueba, es solaz y consuelo. No sólo en comparación con la dureza de la vida solitaria, sino porque en la cruz, que lo es la vida comunitaria, se encuentra la gloria del Señor.

 

Cualquier cristiano para crecer necesita, aún en medio del mundo, vivir la soledad, el silencio y la quietud. Precisa de los hermanos, del roce de ellos, para ir aprendiendo el combate interior y, al hacerlo, ir purificando el propio interior. Y necesita estar no en el rebaño de los franco tiradores que pretenden dirigirse a sí mismos o que hacen de la votación el último criterio de fe y de moral, sino en los apriscos del Señor, bajo la guía de un pastor, viviendo un modo de vida cristiana plena.

 

[foto cortesía de una contertulia]

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