Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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La Iglesia debe invertir en I+D

por Inversiones en esperanza

Ayer leí (supongo que igual que algunos de ustedes) un pequeño reportaje del Semanal de ABC sobre la universidad de Stanford. Aunque el artículo era muy sencillito y parcial, me ayudó a poner nombre a algunos pensamientos que, desde hace tiempo, dan vueltas en mi cabeza.

Lo que me llama la atención de este centro educativo no es su prestigio internacional (11 del ranking mundial mundo según QS, 3 según The Times HE), ni su legendaria capacidad para producir millonarios en serie en el sector de las nuevas tecnologías. Eso es de sobra conocido por todos. Se trata más bien de una mentalidad ante el conocimiento, y ante la vida en general.

Stanford, como otras instituciones similares (y de similar éxito) mezcla a partes iguales el rigor y la creatividad. Si es verdad que uno podría eventualmente  ver a estudiantes de todas las razas haciendo el tonto (aparentemente) por Roth Way  o Lagunita, en happenings para favorecer la desinhibición, no es menos cierto que esos chicos y chicas han pagado una fortuna por estar ahí (acabo de consultarlo: este año el curso en la Escuela de Negocios, cuesta, en su tarifa mínima, 90.531 dólares). Y trabajarán muchísimo por estar a la altura.

La institución combina el rigor con la creatividad. Los alumnos son invitados a probar, soñar, innovar, tener visión. Se les alienta a no tener vergüenza en desarrollar sus talentos y a creer, a pies juntillas, en uno de los dogmas de fe de la Universidad: El fracaso es aceptable. Lo que no se tolera es la pusilanimidad, el desencanto, la crítica a quien sobresale, el miedo a lo desconocido.

Los cientos de empresas salidas de Stanford  (Google, Yahoo, o Nike entre ellas) van poco a poco, adoptando ese estilo, habida cuenta de los resultados que produce, y son, a su vez imitadas por otras entidades. Así, poco a poco se va extendiendo una forma de entender el trabajo que contagia… hasta las iglesias cristianas.

Ya imagino a algunos lectores pensando: ¿iglesias? ¿qué tiene que ver esto con la Iglesia? ¿Acaso no es cristianismo es sobrenatural, divino e immutable?

Bueno, ya saben lo que pienso. Sí y no.

Es verdad que hay un componente fijado en la Palabra de Dios y en la Tradición, que es permanente y no sujeto a mudanza: los dogmas de la fe son los que son, y no pueden ser alterados. Pero hay otra parte del cristianismo que puede y debe cambiar. De hecho, no ha dejado de hacerlo a lo largo de la historia: de un contexto judío y semítico pasó a expandirse en un ámbito helenístico primero y romano después. Transitó a través de la civilización medieval y se adaptó a las culturas céltica y germana. Asimiló el Renacimiento y aceptó los retos de la Ilustración, pasando del Antiguo Régimen a la Sociedad Liberal y expandiéndose por todo el mundo. Hasta sobrevivió sin perder su esencia en un entorno tan declaradamente hostil como el marxista-leininista…

Ahora se enfrenta al reto de una sociedad tecnológica y postmoderna: debe entender la identidad de ésta, sus valores, su lenguaje, y el tipo de ser humano que configura. A ese ser humano, precisamente, debe aportarle el mensaje de Salvación, de la cual  la propia Iglesia constituye un Sacramento Universal.

Ahora bien, asumir este reto no es sencillo. No es sencillo cuando muchos cristianos añoran exactamente lo contrario: es decir, volver atrás, hacía una teología y una liturgia propias de otra cultura y otros tiempos. Ni cuando confunden las formas y ritos accesorios con el mensaje fundamental de la fe.

Tampoco es fácil cuando otros pretenden hacer tabla rasa y transformar el Mensaje de Jesús en algo distinto, para que suene más moderno, y se saltan a la torera verdades esenciales, solo porque resultan incómodas en estos tiempos que corren…

Aunque (déjenme decirles lo que pienso), me parece que lo más negativo de todo es la ignorancia. El aldeanismo religioso.

Esta es la postura de los conformistas, de las personas de “ideas fijas” sin la apertura necesaria como para plantearse opciones nuevas. De los que prefieren “conservar” a toda costa lo que hay (aunque no funcione, aunque sea malo), por el miedo a que lo que puede venir sea aún peor.

¡Cuántos movimientos que han traído cantidades enormes de bendición sobre el Pueblo de Dios, y sobre el mundo, no se han visto obstaculizados por “personas de bien”, o gentes “de Iglesia” incapaces de tener una visión acertada del futuro y un discernimiento a la altura de las circunstancias!

No me cabe duda, esta Iglesia, en muchos aspectos, sobre todo en relación con la pastoral y con la gestión organizativa, necesita una gran cantidad de inversión en I+D.

Pero lo que necesitamos sobre todo es un cambio de mentalidad. Una mentalidad abierta, humilde para aprender. Ajena a envidias pueriles. Una mentalidad que se fije en lo bueno antes que en lo malo, que dé un voto de confianza antes de criticar. Con un toque pragmático que permita evaluar con realismo la eficacia de lo que se hace, y con la valentía de enterrar lo que evidentemente está ya muerto.

Sin miedo a fracasar. Cómo en Stanford.

 

Un abrazo a todos.

josuefons@gmail.com

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