Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Ecumenismo no es multiculturalismo ni nihilismo

por Libertad, Ley Natural y Tradición

Al menos, hasta hace un tiempo, teníamos que entender por ecumenismo el resultado de la unidad, cooperación y fraternidad de las diversas divisiones de interpretación del cristianismo (principalmente, el catolicismo, el protestantismo y la corriente ortodoxa). 

No importa si se está en contra del uso de ilustraciones sagradas, si se está a favor de reconocer la autoridad papal, si se cree que cada iglesia debe de tener su propia independencia, si se está a favor del ayuno propio de la Cuaresma, si dudamos de que tras la muerte terrenal uno puede ir al purgatorio, etc.

A pesar de esas diferencias de interpretación, la creencia grosso modo en las enseñanzas de Cristo y determinados valores derivados de las anteriores ejerce como nexo de unión. Sin necesidad de renunciar a la discrepancia, yo no veo ningún inconveniente en la fraternidad entre cristianos, entendida como tal.

El problema es que, desde hace un tiempo, hay quienes creen y/o hacen creer que todas las religiones, ya fueran deístas o ateístas, tenían el mismo valor (transcendiendo la mera idea de respetar la libertad de conciencia de cada cual), sin importar las considerables diferencias entre sus diversos dogmas.

Esta tendencia tiene muchos promotores y cómplices: políticos, medios de comunicación, activistas, falsos "filántropos", etc. Pero las instituciones clericales y eclesiásticas tampoco se libran del problema. En este ensayo nos centraremos en el actual pontífice, Francisco (Jorge Mario Bergoglio de nombre secular).

Antes de nada, quisiera advertir de que mi intención no es faltar el respeto a ningún creyente, sino valorar aquello que corresponda, de manera crítica e imparcial. De hecho, ha de quedar claro que uno no ha de deberse a ciertas personas antes que a los principios en los que cree.

Todos sabemos que la institución papal está bajo una figura que no desagrada a la llamada "progresía", defensora del marxismo cultural. No son pocos los que argumentan ante los conservadores sociales que cierta cuestión "también la defiende el Papa Francisco". Pero nunca mencionan a Wojtyla o Ratzinger.

El asunto es, sin duda, concerniente al multiculturalismo: se renuncia a una convencida defensa de la propia religión abriendo la puerta a esos fenómenos que no solo tienen sin más unos fundamentos bastante distintos, sino que reivindican la imposición de la práctica de cualquier confesión judeocristiana.

La visión de Bergoglio no se asemeja a la que manifestara su antecesor Benedicto XVI en el políticamente incorrecto discurso impartido, en 2006, en la Universidad de Ratisbona (dicho texto destaca no solo por su reivindicación de la fe como algo interrelacionado con la razón, sino por sus advertencias sobre el Islam).

En unos momentos en los que Europa corre el riesgo de islamizarse (especialmente, la mitad occidental) y se ve amenazada por el terrorismo yihadista, el Pontífice opta por la equidistancia y la indefinición. No es propenso a alinearse a quienes llamamos a la reafirmación de los europeos en sus raíces y al control migratorio.

Quien en su momento ya dijera que también había violencia católica, aprovechó su reciente viaje a los Emiratos Árabes Unidos para hacer una campaña de equidistancia pro-multiculturalismo. Sugirió que todas las religiones eran iguales y su condena a la violencia en nombre de la religión no aludía a nadie en concreto.

Por otro lado, sabido es que es partidario de que Europa siga abriendo las puertas a los llamados "refugiados" y que critica medidas de control migratorio como el refuerzo de seguridad fronteriza en la franja mexicano-estadounidense (comúnmente conocido como el "muro de Trump").

Ante ello, conviene recordar que simplemente nos preocupa que se dé vía libre a inmigrantes que no están dispuestos a respetar las leyes occidentales y los valores cristianos (lo lógico es acatar las reglas del país de acogida). Ese es el problema de la inmigración musulmana.

Al mismo tiempo, recordamos que mientras que el cristianismo sentó las bases para un Occidente libre y respetuoso con la dignidad humana, el Islam se basa en la sumisión (no se respeta a la mujer, pero tampoco al homosexual ni a aquellos que profesan otras creencias religiosas).

Por otro lado, también es un sinsentido absoluto equiparar el pensamiento de un comunista al de un cristiano. Entre las principales causas de persecución religiosa anticristiana en el mundo está el comunismo, también una ideología criminal que ha dejado más de 100 millones de muertos.

De hecho, mientras que Dios nos hizo libres y la Doctrina Social de la Iglesia reivindica la solidaridad como algo voluntario e interconectado con la subsidiariedad, el comunismo es la expresión máxima del intervencionismo estatal, de la planificación centralizada que reivindica el socialismo.

La creencia deística es un obstáculo para la consecución del colectivismo. Los marxistas buscan una sociedad en la que se sustituya a Dios por el Estado, ente artificial y eminentemente problemático al que quieren que hagamos reverencia (el racionalismo, que reniega de la fe y la tradición, conlleva este riesgo).

Una vez dicho todo esto, ha de quedar claro que el entendimiento entre quienes tengamos una base filosófico-religiosa común no ha de implicar una renuncia relativista y nihilista que suponga algo más que un guiño a corrientes enemigas de la libertad como el marxismo y el islamismo.

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