Sábado, 27 de abril de 2024

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La Iglesia española en crisis: el liderazgo secuestrado.

por Inversiones en esperanza

Cualquier experto lo sabe. En los últimos años uno de los departamentos estrella de las grandes corporaciones ha sido el de Recursos humanos. En una época de enorme competitividad, la gestión se ha convertido inevitablemente en la marca distintiva de las Compañías de éxito. Y, obviamente, la gestión la realizan personas. Son ellas las que toman las decisiones, las que definen las estrategias, las que coordinan los distintos sectores del proceso productivo. No es de extrañar que en los últimos años hayamos asistido con asombro los grandes “fichajes” de directivos, similares a los de las estrellas de fútbol, aunque, claro está, mucho mejor pagados.

No es nada nuevo, en realidad. Es fácil comprobar, con una lectura un poco atenta del libro de los Hechos, o de las cartas de Pablo, el papel que el liderazgo desempeñó en la primitiva Iglesia, y la importancia que tuvo en la expansión y crecimiento de la misma. Nombres como Timoteo, Silas,  Bernabé, Marcos, Ágabo, Apolo, Tito, Epafrodito, Prisca y su marido Aquila…pertenecen a responsables de la segunda generación de discípulos. Probablemente se trata de personas con dones diferentes (Timoteo era un pastor, Apolo un predicador y Ágabo un profeta), pero en todo caso aparecen claramente como “columnas” del naciente cristianismo. Dicha función tuvo, sin duda, un componente carismático muy fuerte (como casi todo, en aquel maravilloso y difícil siglo I), pero también aparece un cuidado externo en formarlo: no tenemos más que recordar los consejos de Pablo a Timoteo y Tito, o las cariñosas correcciones de Prisca y Aquila a Apolo…

A lo largo de un proceso histórico que no podemos describir aquí, el ministerio ordenado terminó por  acaparar toda la función del liderazgo en la Iglesia, con lo cual aquella perdió en buena medida su carácter carismático. Este proceso se hizo aún más fuerte con la Reforma Católica posterior a Trento.

Hoy, en la mayoría de las diócesis, cualquier muchacho medianamente inteligente, que se amolde a la disciplina del Seminario sin demasiadas discordancias, tiene muchas posibilidades de ser ordenado: será sacerdote, encargado de “enseñar, santificar y gobernar” a los fieles. Es posible, sin embargo, que no tenga en absoluto la capacidad del liderazgo u otro carisma específico. Esto no supondría un problema si fuese destinado a una verdadera comunidad en la que sus carencias fuesen complementadas con otros dones reconocidos, pero de no ser así…¿no es evidente el empobrecimiento que esta realidad aporta a la Iglesia? ¿Tiene el sacerdote que tener todos los dones verdaderamente “importantes”?

Por otro lado podemos encontrarnos con una mujer, o con un hombre que haya decidido casarse con una unción extraordinaria, para, por ejemplo, predicar, o acompañar, o formar discípulos, o enseñar. ¿Tendrán estas personas un medio o un camino para poner su carisma al servicio de la Iglesia?

A pesar de que en los últimos años se ha hablado bastante de los ministerios laicales (recordemos obras como las de D. Borobio o B. Sesboüé), da la impresión de que este sigue siendo un tema anecdótico en la Eclesiología. De hecho, la Iglesia se ha hecho tan dependiente de los ministerios ordenados en los últimos siglos, y da tanto vértigo asumir el cambio histórico ineludible, que se hace lo imposible por conseguir nuevas vocaciones (rebajando inevitablemente “el listón”, de los candidatos,  trayéndolos de otros países, etc.).

Es preciso preguntarse por dónde nos lleva el Espíritu. Tal vez una solución estribe, sí, en flexibilizar las condiciones para la ordenación presbiteral, sin embargo sería preferible reorganizar la vida eclesial de modo que los ministerios laicales pudieran, por una parte, desarrollar su potencial, y, por el otro, ayudar a los cristianos a  vivir mejor su vida de fe. Con las actuales características del modelo parroquial-dispensador de sacramentos, dicho cambio parece imposible.

José Mari Mardones, a quien no pude conocer personalmente, pero por cuya obra siento una gran admiración, cuenta en un de sus libros como algunos obispos del CELAM le preguntaron la mejor forma de “prepararse para el futuro” en América. Él les dijo algo así como: “formen un laicado preparado y responsable mientras tienen tiempo”, y añadió, “en España ya es demasiado tarde”.

Sea tarde o no, hay que formar líderes laicos. Esto no se hace con “cursillos”, ni tampoco llenando las cabezas de la gente de información, por lo menos no solamente. Hacen falta cristianos con una vida de fe profunda, no “niños espirituales”, sino verdaderos amigos del Señor. Y deben ser personas con un don, no sólo gente bienintencionada o desocupada. Creo que el Espíritu Santo sigue repartiendo sus carismas entre el Pueblo de Dios. Si la Iglesia cree no necesitar dichos carismas, o si los ignora, esas personas se frustrarán enormemente, y muchos destinatarios perecerán por su ausencia (“el agua es para las flores”).

Hay que cambiar de mentalidad, pues está escrito: “Nadie echa vino nuevo en odres viejos…” (Mc 2,22).

Por cierto, la semana pasada tuvo lugar en el Royal Albert Hall de Londres una reunión sobre liderazgo, de varios miles de personas. Acudieron algunos de los cristianos más relevantes del momento actual, y estaban representadas ¡900 denominaciones! de todos los puntos del globo. Incluso participó como ponente Tony Blair. Un acontecimiento mundial. ¿Lo sabía usted? ¿No? ¿Ninguna publicación católica reseñó el evento? ¿Ningún canal de noticias…?

A eso me refiero.

… seguiremos, si Dios quiere. Un abrazo.

josuefons@gmail.com

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