Sábado, 20 de abril de 2024

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"No sé qué me espera"

por Cerca de ti

“No sé qué me espera…”

El Papa ha pedido al pueblo de Dios que rezara por él. Tiene 85 años y un trabajo que abrumaría al más fuerte de los hombres. El 19 de abril se conmemoró el séptimo aniversario de su elección como el 265º papa de la historia.    

Alguien conocido, alguien por conocer

Debió suceder al gran Juan Pablo II, de quien fue su más fiel colaborador a lo largo de más de veinte años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. No era un desconocido en aquellas semanas previas al cónclave, ni dentro ni fuera de la Iglesia. La revista “Time” lo había considerado uno de los cien hombres más influyentes del mundo. Era el intelectual católico más leído por los no católicos, y hasta contaba con una web de fans (http://www.ratzingerfanclub.com/).  Había tenido que atender los asuntos doctrinales más delicados que debía resolver su predecesor así como también responsabilidades tan altas como encabezar la Comisión encargada de preparar el Catecismo de la Iglesia Católica.

Los titulares de muchos diarios europeos, ante la inminencia del cónclave, presionaban y tronaban, en muchas ocasiones, ensañándose con él, extrañamente sorprendidos de que aquel hombre mantendría comunión doctrinal con la tradición de la Iglesia en caso de salir electo. Sin embargo, pocas personas habían tenido la oportunidad de verlo, de escucharlo, de leerlo, de disfrutarlo. El mito había ocultado al hombre verdadero y real. Al interior de algunos sectores de la Iglesia la leyenda anti Ratzinger se había reinventado de modo incesante y perseverante durante décadas. Muchos católicos, incluso, se dejaron inquietar entonces por las voces de prensa que arremetían contra el cardenal, y se sobresaltaron al escuchar pronunciar solemnemente su nombre: “Habemus Papam….”.

Otros muchos, la inmensa mayoría del pueblo sencillo y fiel, quedó gratamente sorprendida al ver aquel rostro escondido en la humildad de una mirada llena de vivacidad y lucidez, y al escuchar la serena, transparente, poética voz del cardenal Joseph Ratzinger que surcaba penetrante los tremendos silencios con que la multitud que atestaba la plaza de San Pedro y sus inmediaciones despedía, conmovida, a Juan Pablo II, el Magno, en aquella magnífica misa de exequias del 8 de abril de 2005. Han pasado siete años, y el Papa no ha dejado de abrirse paso, serenamente, en su camino de Pastor, y sigue sorprendiendo a todos aquellos que se atreven a escucharlo o a leerlo.

En su primera homilía se confirmó la mirada positiva del nuevo Papa: “algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven.”

Dos amigos, dos Papas, dos personalidades

"Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes)”, ha dicho recientemente el premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa.

“El Ratzinger de la realidad –sostiene el famoso escritor y polemista italiano Vittorio Messori-, no el del mito, está entre los hombres más bondadosos, comprensivos, cordiales, hasta tímidos, que he podido conocer”. El Papa actual es un “hombre, entre otras cosas, de fino humor, rápido a la sonrisa”.

Messori, que ha contado con la amistad de ambos papas, se permite comparar la personalidad y talante de los pontífices: el Papa polaco “tenía una fe instintiva, mística. Ratzinger es un intelectual posmoderno que cree a fondo no obstante las dudas. La fe para él es una continua victoria de la razón. Que Dios existe y Jesús es su hijo lo demuestra con razonamientos. Wojtyla no necesitaba creer: para él Cristo era evidente”…

Juan Pablo II es uno de los últimos hijos de la cultura popular católica. Ratzinger era su eminencia gris. (…) Ratzinger es teología pública”; “si nos fijamos en las imágenes de Juan Pablo II, se ve cómo estrechaba miles de manos, a la carrera, pero mirando poco a la cara a sus interlocutores. Ratzinger mira a los ojos, siempre. Se para a hablar con cada uno, quiere saber a quién tiene delante. Cuestión de carácter, supongo. Pero no sólo eso. Wojtyla era un hombre de cristiandad: quería que el Evangelio fuera anunciado a todos los pueblos. Para él las multitudes eran su hábitat. Benedicto XVI es un hombre de interioridades, un intelectual posmoderno. Un hombre que, si pudiera, hablaría siempre de tú a tú”.

El último tramo

"Me encuentro ante el último tramo del recorrido de mi vida y no sé qué me espera. Sé que la luz de Dios está, que Él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad, que su bondad es más fuerte que cualquier mal de este mundo y ello me ayuda a continuar con seguridad", confesó el Papa a los fieles en la Plaza de San Pedro, pocos días antes de cumplir 85 años de edad y siete de pontificado, el cual, en un principio, pudo pensarse acaso como de transición, como de un pequeño y deslucido eco del de su predecesor.

Pero no ha sido así. El papado de Benedicto XVI goza de personalidad propia, “la obra de alguien que trata de trabajar en silencio, con perseverancia y profundidad”, ha escrito Marco Tosatti, quien califica estos siete años de “reino fundador”. Otros hablan del “papado de la purificación”, o del “barrendero de Dios”, o de la “operación limpieza”, pues prefieren subrayar el decidido liderazgo del Papa en la erradicación de la plaga encubierta de la pederastia y de los abusos sexuales, y en la conducción de la Iglesia en su conversión moral.

No es fácil comenzar a ser Papa a los 78 años, cuando las fuerzas menguan, cuando acechan los escándalos y las más exigentes responsabilidades, cuando los problemas de salud conducen a pedir la renuncia. Pero Juan Pablo II no aceptó la solicitud del cardenal Ratzinger. En ese mismo año, en 2002, felicitaba a su más estrecho colaborador por “el impresionante volumen de trabajo desarrollado”. Pero Dios le pediría más todavía: “cuando seas viejo extenderás los brazos y será otro quien te vestirá y te conducirá adonde no quieras ir” (Jn 21,18).

El Papa y la tempestad

Los periodistas que deben cubrir las notas de la Santa Sede reconocen todos encontrarse ante un hombre que no responde a la imagen “esperada” hace siete años. La personalidad de Benedicto XVI está entretejida de timidez, espíritu positivo, amabilidad, sentido del humor, alegría, sencillez y claridad, gran capacidad de escucha, lucidez extrema, cortesía y coraje físico y moral para atravesar las zonas de tormentas que se han sucedido de modo incesante en estos siete intensos y profundos años. Se dice que es el Papa que posee el don de la palabra, una palabra que es escuchada cada vez más. Estamos ante “un maestro que no aburre”, piensa Diego Contreras, “una de las pocas personas que dicen a los hombres de nuestro tiempo lo que necesitan saber”.

La suya es una palabra que irradia una exquisita luz en sus artículos, ensayos de los más variados temas culturales, encíclicas, obras teológicas, libros de entrevistas… Una obra espléndida y que envicia a quien se acerca a su lectura, a entendidos y gran público a la vez. Su palabra, oral o escrita, meditada o espontánea, es pura, poética, limpia y profunda. Siempre sencilla. En sus frases no encontramos conceptos aislados, ni repetitivos, ni secos. Su palabra tiene la novedad del que vive una Presencia que lo habita y conmueve. Sus discursos son frescos y desguarnecidos de citas. Su lenguaje está jalonado de imágenes que evocan realidades profundas y delicadas, y de preguntas que integran las expectativas de los interlocutores, de los que piensan de modo diferente, de los que buscan y esperan una palabra distinta y elevada. Este enorme teólogo, “el Mozart de la Teología”, que muchos creían reservado solamente para el ámbito de la academia y la erudición, se ha presentado ante el mundo como un hombre sencillo y humilde que expresa su pensamiento con notable y profunda claridad.

Pero algunos creen que sus joyas más preciadas son las homilías pronunciadas en las misas, cuando el Papa se encuentra “peligrosamente cercano  –dice Sandro Magister- a ese Jesús que está vivo y presente en los signos del pan y del vino”. Jesús, en el centro siempre, especialmente en la tormenta. Como aquella en Cuatro Vientos, en la Jornada Mundial de la Juventud. El Papa ni se movió. Cuando se detuvo la lluvia, entonces, se arrodilló inopinadamente mirando al Santísimo Sacramento. En medio de un silencio absoluto, un millón y medio de jóvenes -de una edad promedio de 22 años-, se hincó en la tierra mojada, y la multitud se sumió en íntima oración durante unos treinta minutos. Magister ve en este símbolo todo el papado de Benedicto XVI.  En medio de las tempestades el Papa nos conduce al corazón de Dios: Jesucristo.

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