Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿"Carrera eclesiástica"? : un camino a ninguna parte.

por Inversiones en esperanza

 

En la gran novela de A.J. Cronin “Las llaves del Reino” aparecen dos sacerdotes. El protagonista es Francis Chisolm, una especie de moderno Francisco de Asís, que desarrolla su carrera primero como misionero en China y, posteriormente en una humilde parroquia escocesa. El segundo es una especie de alter-ego del anterior. También se hace cura, pero su objetivo es “hacer carrera”. En una escena memorable, al final de la obra, y ya convertido en obispo, le dice a su amigo mientras lo abandona precipitadamente para asistir a una reunión con personas importantes: “En el fondo, todo esto, Francis, me encanta. ¡Me encanta!”

Hace unos días, una conversación con unos amigos, derivaba inevitablemente en cuestiones de “política eclesiástica”: promociones, ascensos y estrategias de mando y control en el Cuerpo de Cristo. Al final, siempre  me pasa igual: acabo con una sensación de vago malestar y suelen venirme a la mente las palabras del libro primerizo de Nietzsche: “Humano, demasiado humano…”

Claro, hay algo en esa lógica humana que tiende a igualar la autoestima personal con el reconocimiento que los demás nos otorgan. Si me ofrecen un cargo de responsabilidad es porque me consideran responsable. Si hago carrera es porque valgo para ello: soy alguien valioso. Me llama la atención la lucha enconada que a veces se observa  en personas (a las que se supone con una madurez personal, con una vida de oración, con formación teológica y humana) por parcelas muy pequeñas de poder, de reconocimiento o de control. Y, por supuesto, nos sobran los argumentos teológicos y personales para defender  las ambiciones más carnales ante los demás y ante nuestra propia conciencia. Faltaría más. En realidad, y por desgracia, esas pequeñas luchas mezquinas configuran demasiado la vida de la Iglesia. Y, por supuesto, su historia.

Dicha realidad nos afecta a todos y en todos los niveles. Es cierto que en las altas esferas eclesiásticas se dan a veces situaciones difíciles de entender y de justificar, pero lo mismo puede pasar en un Consejo Parroquial, o en una pequeña comunidad. Con frecuencia se disfraza de afán por salvar la “ortodoxia”, la “tradición”, o la “libertad”: los valores más santos que uno quiera. Pero en cuanto se rasca un poco… debajo de las buenas intenciones aparecen intereses mucho más pequeños y mezquinos que uno acaba identificando con aquellas. A veces bajo la figura de un guardián de las esencias de la Iglesia, aparece un hombre atemorizado, y el despiadado crítico no era más, en el fondo, que alguien resentido porque no se le valoró lo que él creía merecer.

Cuando la vida no nos ha dado lo que buscábamos, se pueden buscar compensaciones de protagonismo en un Consejo Parroquial, en una Asociación de vecinos, o en una organización de curas disidentes: es, ciertamente, la naturaleza humana, y ninguno está libre de ella.

Por eso, para ayudarnos, pienso si no deberíamos ser más austeros en todas las manifestaciones exteriores de “dignidad” con que los cristianos pensamos honrar a Dios honrándonos en realidad a nosotros mismos. Personalmente, me cuesta mucho identificar la verdad luminosa y sencilla del Evangelio en términos como “príncipe de la Iglesia”, “excelencia” y “monseñor”, en objetos como palios, tronos  y preeminencias, o en ropajes costosísimos. ¿Respeto a las tradiciones? A la Tradición con mayúsculas, desde luego que no. En cuanto a las otras, habría que ver cuales merece la pena conservar y cuantas otras dejar que descansen (y nos dejen descansar, de una vez) en paz.

En un mundo en que los políticos de mayor prestigio son aquellos que han sabido transmitir una imagen de sencillez y austeridad personal (Lula, Obama), y aquellos otros que hacen ostentación de su riqueza son ridiculizados, los cristianos no podemos caer en la trampa de presentarnos con una distinción que ni hace honor a nuestro poder, riqueza o influencia reales, ni desde luego al Evangelio que queremos representar. Conozco, por ejemplo, pequeñas comunidades en las que sus líderes, (laicos), visten de forma especial “para ser reconocidos” (¡como si los otros no los conocieran!). Puede haber parroquias o Unidades Pastorales bajo el control absoluto de una persona que tal vez critica a la Jerarquía, pero que se comporta en su interior de la forma más “jerárquica” imaginable. Hay grupos de oración con miembros que pelean ferozmente por ser “servidor” de los mismos… Si es un poco patético ver a un ejecutivo de empresa vendiéndose, jugando sucio, arruinando su salud por conseguir “subir” ¿qué parece un hombre consagrado a Dios haciendo lo mismo? Se cuenta que a Alejandro, tras apoderarse de medio mundo y enloquecido por su deseo de conquistar más y más, unos monjes budistas le dijeron: “en realidad, no tienes más tierra que aquella sobre la que descansan tus pies”. Ciertamente, terminó pronto sus días con muy poca más: la ocupada por su tumba.

Me parece que a la hora de nombrar cualquier cargo cristiano, pequeño o grande, habría que cambiar sustancialmente el baremo. Ciertamente, la capacidad personal es esencial, como lo son los títulos académicos y la ortodoxia, claro que sí. Pero me parece que la santidad individual, la madurez psicológica personal, la magnanimidad y sobre todo la humildad son todavía más importantes. ¿No creen? Se me viene a la mente el caso de un amigo mío que rechazó un importante obispado español: y les aseguro que habría sido un gran obispo.

Creo que sería muy provechoso también enseñar a los jóvenes seminaristas que el único ascenso que los cristianos tenemos derecho a esperar es el ascenso a la cruz, y, cuando alguno  muestre deseos o inclinación de “hacer carrera”, convendría preguntarle y hacerle preguntarse: “¿carrera hacia dónde, hijo?”

Yo procuro recordármelo muy a menudo a mí mismo, y aún así sigo metiendo  la pata, sigo queriendo “grandezas” en mi modesta escala. Ya ven.

Un abrazo muy fuerte.

josuefons@gmail.com

 

 

 

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